Cuba, en la oscuridad

Editorial
El Mercurio, 23.10.2024

Cuba está enfrentando su crisis más profunda de las últimas décadas. Y no es el bloqueo norteamericano, como repite el presidente Miguel Díaz-Canel, el gran responsable de las penurias que viven los cubanos. La culpa fundamental es de la economía comunista centralizada y de una gestión ineficiente y corrupta, que protege los intereses de la jerarquía en el poder y no los de la desesperanzada población, la que ha sufrido en estos días el más largo apagón eléctrico de los últimos años, a lo que se agregó el lunes, para añadir aún más dramatismo, el paso del huracán Óscar.

Díaz-Canel dice que no es que las autoridades no quieran arreglar el problema eléctrico, sino que “no hay divisas, por la persecución financiera, y combustible, por la persecución energética”. Siguiendo así un archirrepetido libreto de victimización, el dictador apunta a causas externas (el endurecimiento del embargo norteamericano al haber sido incluida Cuba, en 2021, en la lista de países patrocinadores del terrorismo), pero elude la responsabilidad de las fallidas políticas del régimen que él encabeza. De paso, aprovecha de advertir a la población que no aceptará “hechos vandálicos” si salen a protestar por la falta de energía. O sea, represión como respuesta a los reclamos.

Lo cierto es que, en el caso del apagón, sus causas apuntan a un sistema eléctrico obsoleto, que data de la era soviética, con plantas de generación que han superado su vida útil o están a punto de hacerlo, y que, al igual que la red de distribución, no han tenido las mantenciones adecuadas ni las inversiones para modernizarlas. Por cierto, la matriz energética cubana depende casi totalmente de combustibles fósiles, con el 83 por ciento de generación mediante petróleo; 12 por ciento, gas natural, y apenas 5 por ciento de energías renovables. Teniendo una escasa producción nacional de hidrocarburos, y pocas divisas para comprarlos, el gobierno comunista se ha apoyado en aliados como Venezuela y Rusia, pero también en amigos como México, para proveerse de combustible subsidiado. El problema es que todos ellos han disminuido sus entregas por dificultades de producción y de transporte, a las que se han sumado las del mal clima en el Caribe.

Pero el “desafío electromagnético” —como lo llamó un eufemístico titular del oficialista diario Granma— es apenas una de los tantas manifestaciones de la crisis económica que padece Cuba. Hace unos años, el gobierno lanzó un programa que llamó “Tarea de Ordenamiento”, el que incluía medidas como la unificación monetaria, la apertura a los negocios en divisas, la captación de inversión extranjera en empresas mixtas, permisos para pymes y bancarización de operaciones financieras, entre otras. Sin embargo, al poco andar, se reconoció el fracaso y, en febrero pasado, justo antes de lanzar otro “paquetazo” de medidas, Díaz-Canel destituyó al ministro de Economía, Alejandro Gil, quien muy luego fue puesto bajo investigación, por “graves errores cometidos en el desempeño de sus funciones”, mencionándose actos de corrupción.

Sea cual fuere la razón de la salida de Gil, hay consenso en que ese plan de “ordenamiento” fracasó rotundamente, como otros intentos por meramente parchar el desastroso modelo económico cubano, en lugar de admitir la necesidad de reformas profundas. Si en el pasado la apuesta fue enfocarse en la producción azucarera, que hoy está en mínimos históricos, el gobierno —luego de la caída del Muro y el fin de la ayuda soviética— giró a la industria turística, la que colapsó con la pandemia, dejando a Cuba sin ingresos de divisas. Esta carencia está detrás de la escasez de alimentos (se importa el 100 por ciento de la canasta básica), de combustibles y de la inflación descontrolada (30 por ciento, a comienzos de año). Díaz-Canel debiera escuchar el consejo de funcionarios chinos que —citados por el Financial Times— han criticado “la falta de voluntad para implementar un programa de reformas orientadas al mercado, pese a la evidente crisis” del modelo. Pero tal vez tampoco eso sea suficiente para sacar al país de lo que parece un camino al colapso.

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