Columna El Líbero, 19.08.2024 Ivan Witker, académico (U. Central) e investigador (ANEPE)
Nicaragua se ha convertido estas últimas semanas en un caso digno de estudio. La nueva ola de purgas, depuraciones, expulsiones del país y encarcelamientos corresponden a un inocultable deseo de ajustar las piezas para un recambio inminente. Asistiremos a una sucesión dinástica inédita. La primera al calor del progresismo y la revolución que ocurre en América Latina.
Por la gran cantidad de peculiaridades, se trata de un proceso bastante útil a la hora de tratar de entender aspectos centrales de la política latinoamericana actual. El caso nicaragüense es una buena advertencia sobre los cursos que suelen tomar proyectos postulados inicialmente como revolucionarios y progresistas. Proyectos que suelen entusiasmar a los latinoamericanos con una frecuencia algo anómala.
¿Cuántos no apoyaron a la revolución nicaragüense en 1979 y la asumieron como nuevo paradigma en materia de amplitud e incluso de nueva estética revolucionaria?
Los planes nicaragüenses, con su dictador ya bastante retirado de la vida pública producto de sus acuciantes enfermedades cardíacas y renales, entregan variadas luces.
Primero, sobre el funcionamiento general de un régimen totalitario. Segundo, sobre cómo las tentaciones totalitarias se van adaptando a las características e idiosincrasia de las sociedades donde se insertan; en este caso, una latinoamericana. Tercero, acerca de cómo estos regímenes resuelven la sucesión presidencial. Al no disponer de mecanismos consensuados para el reemplazo, la sucesión se torna necesariamente traumática con sucesivas depuraciones en la élite.
En cuanto a lo primero, conviene recordar que se observan en la actualidad tres regímenes con claros trazos totalitarios en suelo latinoamericano. Los tres con funcionamientos diversos, pero conectados a través de esa paranoia tan característica a la hora renovar el ejercicio del poder. Aparte del nicaragüense, está el cubano, entendido como un modelo madre, y el venezolano, cuya crisis se ha hecho inocultable estas últimas semanas. Es justo señalar que hay quienes contradicen la noción de totalitario en el caso venezolano al enfatizar incrustaciones gansteriles en su seno, lo cual evidentemente cambia su naturaleza.
El punto central y novedoso de la coyuntura nicaragüense, en todo caso, incardina con el esfuerzo para imponer un mecanismo dinástico.
En esa línea se entiende el actual movimiento de piezas, orientado a provocar una especie de avasallamiento al interior de la élite gobernante y evitar así algún contubernio. Vía clásica para eliminar disensos. Hasta los más mínimos. Son momentos de recambio percibidos como necesarios para acabar con esos “micropoderes”, que, según Foucault existen en casi todas las sociedades y en este caso podrían tornarse inmanejables.
Fuente de inspiración es claramente la familia Kim de Corea del Norte, la cual, como se sabe, ya va en la tercera generación y todo indica que están preparando a la pequeña Kim Jung-ae, de diez años, para que reemplace en un determinado momento a su padre. Será la cuarta sucesión en una línea familiar totalitaria, revestida de manera impúdica con la ideología. Los Kim construyeron un aparato autocrático, tan extravagante como extremo, llamado Juché, y suelen cortar de raíz toda clase de eventuales disensos.
Por esta misma reflexión pasó Fidel Castro. Intentó seguir el camino dinástico, aunque sin éxito. Su hijo nunca estuvo en condiciones de salud mental para asumir el reemplazo de su padre. Pese a haber sido preparado con años de antelación, no consiguió establecerse como un dirigente real y efectivo. Sus permanentes fracasos le llevaron a una depresión profunda. Se suicidó en 2018.
Para los Ortega el gran momento de entronización del primogénito, Laureano, se acerca. La preparación del escenario corre por cuenta de su madre Rosario Murillo, copresidenta, quien ha diseñado un esquema conectando la visión totalitaria de eliminar los disensos con las viejas tradiciones en el país. Particularmente con los Somoza.
Han aprendido de esa familia la necesidad de gobernar Nicaragua con mano de hierro. Bordeando lo cavernario.
Como se sabe, varios Somoza se fueron sucediendo en el poder entre 1934 y 1979. A uno de ellos, F.D. Roosevelt le prodigó una frase memorable, que se haría popular, pues grafica una sumisión y servilismo político a toda prueba. Parece más o menos obvio suponer que Fidel Castro haya pensado en los mismos términos sobre su discípulo, Daniel Ortega. De otra manera no se entendería la utilización para los más variados despliegues internacionales desde Nicaragua. Sin embargo, el líder nicaragüense resultó más perspicaz que el propio Castro.
No sólo por estar a punto de concretar el deseado carácter dinástico a su dictadura, sino también por haberse casado con una mujer lista. Muy distinta a la retraída Dalia, la última esposa de Castro.
Es por eso que de la mano de Rosario Murillo se producirá este acontecimiento único en un país único. Así lo ha definido ella misma: “Nicaragua es una tierra bendita, digna, soberana, amorosa, siempre libre, mágica, armoniosa, maravillosa, esperanzadora y creadora de nuevas verdades”. Largo listado de calificativos multiplicadas necesarios para fundamentar el vasto despliegue opresivo visto estas últimas semanas y que está directamente relacionado con el modelo de sucesión.
Su objetivo es sacar del escenario a cuanta figura pueda perturbar la asunción de Laureano. Se estima que las purgas de las últimas semanas llegan a unas treinta personas. Lo interesante es que se trata de miembros del círculo personal de su propio marido. Suena siniestro. Algo diabólico. Pero así son los totalitarismos.
Son treinta personas consideradas vitales para el sostén del régimen y que, por lo mismo, pueden torpedear las aspiraciones de Laureano, o bien defenestrarlo en poco tiempo más, si el primogénito no resulta. Los treinta se conectan de manera directa con el relato oficial del régimen.
Entre los purgados están el jefe de la escolta presidencial, varios ministros y viceministros. Incluso, un dirigente de la vieja guardia, llamado Jorge “El Cuervo” Guerrero, de 81 años, apresado por corrupción. Guerrero, aparentemente amigo personal de Daniel Ortega, era considerado el último eslabón con el viejo grupo guerrillero.
Lo más impactante fue la detención de Carlos Fonseca Terán, hijo de Carlos Fonseca Amador, el fundador, en 1963, del movimiento guerrillero Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN). Acaba de ser detenido. Fonseca Terán fue un férreo defensor y símbolo de esa autoritas despiadada de Ortega. Sin embargo, cometió un error imperdonable en estos regímenes. Empezó a actuar con un cierto margen de independencia ante la brutal ola de detenciones y expulsiones ocurridas las últimas semanas. Una faceta algo innecesaria e inoportuna en esta coyuntura.
La detención de El Cuervo, de Fonseca Terán y del general Marcos Acuña Avilés, el jefe de la escolta, vuelven la mirada hacia las características del totalitarismo. De nada vale en esos regímenes jurar lealtad al máximo líder. Imposible no recordar lo ocurrido con la familia del alto dirigente soviético, Anastas Mikoyán, cuya esposa e hijos, menores de edad, fueron encarcelados en los años 30, pese a sus ingenuos ruegos ante el propio Stalin.
Con la llegada de Laureano Ortega a la cima del poder nicaragüense quedará expuesta una característica bastante obscena de esta corriente política. Literalmente ad nauseam. Será la primera sucesión estrictamente dinástica inscrita en el marco ideológico de la revolución y del progresismo latinoamericano.