Banquero, asesor económico presidencial, ministro de economía (2014-2016) y presidente electo de Francia. Nacido en Amiens (Departamento del Somme) el 21 diciembre de 1977, siendo hijo de un matrimonio de médicos y estudiante del colegio de los Jesuitas La Providence de su ciudad natal, donde obtuvo buenas notas, al tiempo que cursó varios años de estudios de piano en el Conservatorio de Amiens y fuera un aficionado tanto del fútbol como del boxeo.
Acabó el bachillerato en el elitista liceo Henri IV de París y obtuvo el título de Filosofía en la Universidad de París-Nanterre (hizo su tesis sobre Hegel). También se graduó en 2001 en ciencias políticas en el Instituto de Estudios Políticos de París (Sciences Po). Continuó sus estudios y en 2004 agresó de la Escuela Nacional de Administración (ENA), donde se forman las élites francesas, como inspector de finanzas (ejecutivo de la banca).
Con la simpatiquísima profesora de su colegio, Brigitte Trogneux (n.1953), una mujer 24 años mayor que él y perteneciente a una familia de empresarios chocolateros millonarios de Amiens, casada y madre de tres hijos (siete nietos), profesora de francés, latín y teatro, inició una relación amorosa que emergió a la luz tan pronto como el joven cumplió 18 años de edad, la que se mantuvo firme pese a la oposición de los padres de él. La pareja acabaría casándose en 2007. Brigitte es inteligente, elegante, extrovertida y cordial, viste de Luis Vuitton, y asiste a todas las reuniones de Macron.
A los 24 años, Macron se hizo militante del Partido Socialista (2001), formación de la que fue miembro por corto tiempo (2009). De la célebre ENA, este inspector de hacienda se involucró a partir en los trabajos de la Comisión Attali (2007), nombrada por el entonces presidente de la República Nicolas Sarkozy con el encargo de elaborar un informe de recomendaciones al Ejecutivo para el relanzamiento de la economía francesa. Su paso por la Comisión que encabezaba el influyente economista Jacques Attali permitió a Macron relacionarse con personalidades de la gran empresa privada europea y, en 2008, contrató con la banca de inversiones Rothschild.
Macron podría haber seguido haciendo fortuna laboral como banquero privado, pero en mayo de 2012 aceptó el ofrecimiento que le hacía François Hollande, elegido ese mes presidente de la República en el balotaje contra Sarkozy, de asistirle personalmente en el Elíseo.
Desde entonces, y precoz en todas sus empresas, Macron se adiestró en el alto servicio del Estado, primero como secretario general adjunto del gabinete presidencial con funciones de asesoría en asuntos económicos y financieros. Dos años más tarde, asumió como titular de la cartera de economía en el gobierno de Manuel Valls. Durante cuatro años, este ministro inquieto fue el ingeniero de las reformas para la liberalización y la competitividad de una economía voluminosa pero urgida de apertura.
Antes de terminar 2014, Macron dejó su impronta en la presentación por el Gobierno del proyecto de Ley para el Crecimiento, la Actividad y la Igualdad de Oportunidades Económicas, un paquete de cambios normativos orientado a "abrir la economía" francesa, estimular la iniciativa privada y contribuir al despegue del PIB, que llevaba tres años creciendo por debajo del 1%. La llamada Ley Macron incorporaba profundas liberalizaciones y desregulaciones (abaratamiento de tasas y tarifas, simplificación de requisitos legales para emprender negocios, mayores facilidades a los comercios para abrir en domingo y por la noche, apertura de las profesiones jurídicas reguladas a la competencia, etc.) en las actividades laborales y empresariales.
Su nítida orientación promercado despertó recelos y rechazo en el ala izquierda del PS. Sin embargo, no hay que confundir a este socialdemócrata liberal con un neoliberal a la usanza anglosajona. Es que la pretensión de Macron se emparenta más con la experiencia escandiva que con las proclamas de un Reagan o una Thatcher
Macron creía fervientemente en la superioridad de una economía tirada por los emprendedores, "personas con talento y que toman riesgos", sobre una economía "de rentistas" condenada según él a la esclerosis. A su entender, el Estado tenía la obligación de retirar las rémoras que obstaculizaban el libre desenvolvimiento de quienes tuvieran iniciativas innovadoras, en especial los jóvenes, a los que, en un comentario de ecos berlusconianos, animaba a "tener ganas de convertirse en millonarios". Sin embargo, el ministro no las tenía todas consigo con respecto al proyecto legal que llevaba su nombre.
La peculiar y meteórica trayectoria de Macron hace de él el parachutiste de la política gala, un outsider amable que viene a alterar, sin acritud ni demagogia, pero presuroso y resoluto. En abril de 2016 fundó el movimiento En Marche! (las siglas coinciden con su nombre), en agosto se despidió del gobierno y en noviembre hizo oficial su aspiración presidencial, dejando una imagen de desagradecido traicionero en sus jefes institucionales, Hollande y Valls, ambos descartados para la competición presidencial (el primero, hundido en las encuestas, por decisión propia y el segundo al caer en las primarias ciudadanas del PS ante Benoît Hamon).
En definitiva, una sorprendente secuencia de contactos políticos (Hollande, Valls, Juppé, Sarkozy, Fillon) hizo posible que el ganador final de la elección presidencial francesa de 2017 fuese un candidato joven sin ninguna experiencia en procesos electorales, con un bagaje esencialmente tecnocrático y que ni siquiera pertenece a alguno de los partidos mayoritarios. El centrista Emmanuel Macron se postuló al Elíseo como abanderado de un movimiento independiente de corte liberal progresista, En Marche!, irradiando telegenia, pregonando la "revolución democrática profunda" de un país "bloqueado por los corporativismos y la esclerosis".
Su plataforma, concebida para "liberar" las fuerzas creativas y las energías laborales de los franceses, es ampliamente descrita como social-liberal, si bien él prefiere eludir este tipo de etiquetas y, como Le Pen, insiste en que su proyecto no es "ni de derechas ni de izquierdas". Sin embargo, Macron, aficionado a la filosofía, apunta no tanto al rupturismo como a un consenso transversal, una especie de síntesis hegeliana de lo mejor de cada escuela ideológica, superándolas en positivo para alumbrar una suerte de Tercera Vía a la francesa. En realidad, este enfoque pragmático no difiere sustancialmente del de Valls, quien, luego de llamarle con rencor "populista light", ha terminado por respaldarle, al igual que varias personalidades moderadas del PSF y Los Republicanos.
En su "contrato" con los franceses, rico en matices hasta el punto de sonar contradictorio, Macron, un individualista incómodo con cualquier conservadurismo, expone qué le acerca y qué le separa de sus principales contrincantes (Le Pen, Fillon y Hamon). Su "modernización del modelo de crecimiento" pasa por una bajada limitada de impuestos y cotizaciones, el abaratamiento de los costes contractuales en el sector privado, el adelgazamiento de la función pública, la "universalización" tanto del seguro de desempleo como del sistema de pensiones, la mejora del poder adquisitivo de las rentas bajas y la compleción de las mudanzas energéticas que impone el cambio climático. El autodenominado "candidato del trabajo" prometió no tocar la edad legal de jubilación ni la semana laboral de 35 horas, y encuentra compatible invertir, con espíritu keynesiano, 50.000 millones de euros en la economía productiva y ahorrar, ahora con talante liberal, 60.000 millones de gasto público.
En realidad, sin estar identificado con la ortodoxia de la austeridad, se conforma con llegar a 2022 con un déficit del 1% del PIB en las cuentas del Estado. Tampoco parece alarmarle mucho la enorme deuda pública, cercana al 100% del PIB. Su convicción es que el ritmo de la reducción del déficit debe ir de la mano de unos objetivos de crecimiento sostenido, de donde vendrá el equilibrio fiscal. Por otra parte, Macron se muestra crítico con el estado actual de la UE, pero precisamente como europeísta desea "restablecer la confianza" ciudadana en las instituciones de Bruselas y reforzar la Unión en sus múltiples dimensiones y libertades, sin faltar la de la circulación de personas. Cree en los beneficios del Mercado Interior Único, el espacio de Schengen y la Eurozona, y asume la necesidad de adaptarse a los desafíos de la globalización. Dentro de esta línea, Macron se aferra a la política, con controles y tamices eso sí, de puertas abiertas a inmigrantes y refugiados, prioriza la integración y naturalización de los residentes alóctonos, y su visión del laicismo republicano no es dogmática.
Su carrera final se dio en noviembre de 2016, cuando anunció su candidatura para las elecciones presidenciales de Francia en abril de 2017, cuya primera vuelta ganó con una votación cercana al 24%. El 7 de mayo de 2017 obtuvo la victoria en la segunda vuelta, contra la líder del Frente Nacional, Marine Le Pen: se impuso con el 66,1% de los votos sobre Le Pen, quien alcanzó el 33,9% de los sufragios. Con ello, se convirtió a los 39 años, en el presidente más joven en la historia de la república francesa. Tal vez por eso mismo, el joven, carismático, dinámico y adinerado Macron es la envidia de muchos que lo han visto surgir politicamente tan alto y en poco tiempo.
[Resumen confeccionado sobre la base de "Biografías de Líderes Políticos"-CIDOB]