Columna El Líbero, 04.10.2025 Fernando Schmidt Ariztía, embajador ® y exsubsecretario de RREE
Estamos a pocos días de un nuevo aniversario del funesto 18 de octubre de 2019 en el que una masa ciudadana, agitada por un discurso anárquico y de extrema izquierda arremetió contra el gobierno del expresidente Sebastián Piñera y todo lo que representara el orden en un país que por décadas experimentó un rápido crecimiento institucional y económico. Los chilenos nos enorgullecíamos de nuestra estabilidad institucional, la pobreza iba quedando atrás, millones llegaron a la universidad, se convirtieron en propietarios, accedieron a bienes que jamás soñaron. Sin embargo, de la noche a la mañana el país exitoso se convirtió en caótico, disfuncional. Diversos factores en el clima político, educativo, cultural y social nos llevaron a experimentar la anomia, la justificación de la violencia, la búsqueda de identidades nuevas, el fanatismo, la radicalización.
Aún hoy es difícil explicar totalmente el fenómeno. Imposible comprender que muchos anhelaran la disolución de nuestra historia, nuestros símbolos patrios, que renegaran de nuestra identidad como país. A ello contribuyó la llamada “narrativa” resentida de grupos ideológicos extremos y urbanos, el lumpen, las nuevas identidades, la disolución social, un sistema de vida, la crisis del urbanismo, el aprovechamiento político del rezago, la crisis educacional y parental, el auge del anarquismo en las ciudades e, incluso, el discurso ciegamente optimista sobre el futuro. Falta tiempo para digerir los acontecimientos que ahora se repiten en diversos países y circunstancias, con formas diferentes.
Que se reproduzca la desgracia entre nosotros, es posible. El tema no se cerró con la derrota de muchas de estas ideas en el plebiscito de 2022. Sigue abierto en las amenazas del candidato Artés. Además, a través de las redes sociales se está introduciendo entre la Generación Z (Gen Z) o “zoomers” (nacidos aproximadamente entre 1997 y 2012), un violento inconformismo que quiere alterar el orden. El fenómeno ha sido recientemente reportado por el New York Times, Libération, The Guardian y otros medios liberales o “progresistas”.
Nepal, un país de 30 millones de habitantes, fronterizo con India y China en los Himalayas, experimentó hace justo un mes, una inusitada violencia que llevó a los manifestantes a quemar el Parlamento, oficinas de gobierno, las casas particulares de varios políticos y atentar contra la vida de ellos y sus familiares. La furia llegó a las cárceles de donde se liberaron a miles de convictos. El estallido se venía incubando en una crisis política que, desde del derrumbe de la monarquía el 2008, ha experimentado 14 gobiernos; una corrupción brutal; el descenso del producto por habitante, que ya es el menor de la región y que ha forzado a la emigración en masa de jóvenes nepalíes; el exhibicionista tren de vida de los hijos de la élite, entre otros factores.
La chispa para la reacción estuvo en la supresión de 26 sitios en la web en los que se denunciaba esta realidad. En las manifestaciones en el remoto Nepal, que arrojaron 19 muertos, apareció la “Jolly Roger” de los piratas, adaptada a la serie japonesa, One Piece. El símbolo de los corsarios, en este caso, está compuesto por una calavera cubierta con el sombrero de paja (mugiwara) del personaje principal, Monkey D. Luffy, y los dos huesos cruzados de fondo.
No sabía nada de la serie. Vi un par de capítulos de una extensa saga que lleva décadas en pantalla y la encontré inocua. Sin embargo, para los que la conocen, la identificación de una generación con ella ha sido importante. Luffy lucha contra sistemas corruptos, opresores, abusivos (o la percepción de estas realidades), para alcanzar una vida libre, justa y perseguir sueños no realizados. El personaje canaliza la frustración de la Gen Z por una situación económica, política o social insatisfecha y glorifica un ideal de vida sin ataduras. Agregan que One Piece presenta un gobierno mundial, a menudo corrupto e injusto, frente al cual Luffy y los piratas del sombrero de paja defienden a los pueblos oprimidos, resisten a la autoridad, protestan contra el apagón de las redes en las que viven, luchan por la justicia, promueven la transparencia y el activismo ante el cambio climático.
A todo lo anterior se agrega el valor de la amistad y la comunidad (nakama), se enfatiza en la importancia de la lealtad, el apoyo mutuo y la aceptación de las diferencias individuales. Esto, según los expertos, empatiza con el anhelo de los Gen Z de buscar conexiones significativas, entornos inclusivos, símbolos pop-culturales fáciles de compartir por las redes, un lenguaje que trascienda idiomas y que posibilite la viralización de sus aspiraciones y protestas. La Gen Z ha crecido en un imaginario global junto al animé, memes, imágenes compartidas. Se ha desarrollado en un entorno virtual distinto al de la sociedad en la que viven.
No sólo en Nepal la bandera pirata apareció en protestas y desmanes. El 17 de agosto aquel símbolo fue usado en Indonesia, la tercera democracia más numerosa del globo, para protestar por el llamado del gobierno a embanderar este país fragmentado, con la bandera nacional, en el aniversario de su independencia. La democracia indonesia pasa por problemas como la corrupción, un gobierno percibido como centralista, la falta de renovación de dirigentes, o el ascenso de la intolerancia islámica, pero haberla usado justo en el Día Nacional fue interpretado por muchos como un acto de traición, desunión, amenaza nacional, y abrió un debate sobre su prohibición.
En Madagascar, país africano con “un desempeño bajo” como democracia (según IDEA), desde el 25 de septiembre se están produciendo movimientos de protesta protagonizados por la Gen Z y el grupo “Leo Délestage” (hartos de los cortes) bajo la bandera pirata de One Piece. Se manifiestan en contra de constantes apagones, cortes de agua, el empeoramiento de la situación económica (el 79% de la población vive por debajo de la línea de pobreza), la corrupción, el rechazo a los políticos y las instituciones del país. Las protestas no cesan y van 22 muertos hasta el momento.
Marruecos -que se sitúa en un nivel medio como democracia- hace varias jornadas que vive un ambiente de revuelta que se ha cobrado hasta ahora la vida de tres personas. La famosa bandera también ha sido vista en sus grandes ciudades, aunque no masivamente. Las protestas han sido convocadas por redes sociales bajo el nombre de Gen Z-212 (el número corresponde al prefijo del país) por sentirse excluidos los jóvenes del sistema político y social, marginados por la falta de oportunidades, descontentos con la educación y la salud, y hartos de la corrupción. Aunque en el país se han producido avances tremendos en lo económico y social, el gobierno ha ofrecido un diálogo sobre las demandas juveniles.
En Asia, la famosa bandera ha sido vista en protestas en Filipinas, Timor Oriental, Japón. En Europa, en Francia y Grecia, por el momento, aunque la izquierda en ese continente está tratando de aglutinar a los Gen Z en torno a los símbolos palestinos para expresarse masivamente estos días.
En nuestra América Latina la bandera pirata de One Piece ha ondeado en Perú, Paraguay, Argentina y Ecuador donde también se han registrado manifestaciones, algunas muy violentas. En los tres primeros países, la bandera se convirtió en un símbolo para protestas que tienen otros ingredientes. Sin embargo, el elemento común es que todas estas democracias, por más problemas que tengan, irritan a la izquierda local que agita las aguas e intenta aprovecharse de las causas generacionales. No se ha visto el símbolo donde la izquierda gobierna, y mucho menos donde los reprime, como en Cuba, Nicaragua o Venezuela.
En otras palabras, estamos avisados.