Editorial OpinionGlobal, 14.12.2025
Hemos comentado antes en OpinionGlobal sobre la política exterior incoherente e impredecible de Donald Trump, fruto de su naturaleza transaccional y ególatra, llena de improvisaciones y contradicciones. Ahora, la Administración Trump acaba de publicar un documento de 33 páginas, fechado en noviembre de 2025, que consagra una nueva “Estrategia Nacional de Seguridad” para los EEUU, lo que pareciera ser un mentís a lo anterior.
Sin embargo, los principios de no intervención y de “America First” de esta estrategia constituyen un cambio radical respecto de la estrategia anterior (2022), que delineaba el rol de los EEUU en torno al fortalecimiento de la democracia y de la preservación de la paz mundial.
Washington no cobija ahora ni alianzas ni instituciones internacionales, tampoco defiende los derechos humanos, ni siquiera se preocupa de mantener la balanza de poder global. No es que Trump esté buscando derechamente el aislacionismo, sino que su instinto lo lleva a retirar a EEUU de los distintos focos de conflictos, porque su mayor interés son los negocios y no ve como desafío la pugna entre democracias y autocracias.
En fin, la hoja de ruta definida por Trump pareciera estar dirigida a aflojar las presiones sobre los adversarios y, en cambio, coaccionar a los propios aliados de EEUU.
‘Lo bueno, lo malo, y lo feo’
Lo bueno consiste en tener al menos una estrategia, esto es, seguir un plan predeterminado y no estar permanentemente improvisando.
En comparación con pasadas estrategias nacionales de seguridad (Trump 2017 y Biden 2022), llama la atención la máxima prioridad que se le concede ahora a nuestra región (hemisferio occidental, según el léxico estadounidense). En efecto, se establece un ‘Corolario Trump’ para reafirmar y hacer cumplir la vieja ‘Doctrina Monroe’, a través de la preeminencia de los intereses norteamericanos en el continente y denegando allí el posicionamiento de competidores no hemisféricos (¿Los BRICS, China, Hizbulá, Irán, Rusia o la UE?).
Lo malo es que se habla de una mayor presencia militar norteamericana, énfasis en su diplomacia comercial y el fortalecimiento de determinadas alianzas en la región, pero sin darle mayor importancia a la cooperación con los países, a la concertación política en América Latina, ni a la integración regional.
Para qué hablar, entonces, de la injusta aplicación de aranceles a los supuestos socios de EEUU en la región. Es más, el despliegue de fuerzas norteamericanas frente a Venezuela en el Caribe, no perseguiría tanto el control del narcotráfico (bajo en comparación con México y Colombia) o el cambio de régimen dictatorial (democratización), sino acabar con la creciente influencia de potencias extracontinentales sobre Caracas, como son las de China, Rusia, Irán, Hezbolá y el terrorismo internacional.
Y, en general, lo feo es que deja caer principios y valores que, por largo tiempo, marcaron a EEUU como el adalid de la libertad y de la democracia en la civilización occidental. No le interesa ahora disuadir, por ejemplo, a los CRINK (China, Rusia, Irán y Corea del Norte), sino entenderse con el imperialismo ruso y la hegemonía económica china para repartirse los despojos del mundo. Todo se reduce a intereses mercantilistas, incluyendo los del club de trillonarios que rodean a Trump, en burda imitación de los oligarcas de Putin.
Adicionalmente, la referencia a la “primacía de las naciones”, como concepto guía de la Estrategia de Seguridad Nacional, sugiere que el gobierno de Trump no buscará la cooperación con los organismos multilaterales sino el mero trato bilateral.
La segunda prioridad de esta nueva estrategia es Asia Pacífico o Indo Pacífico, donde el objetivo es ganar la competencia económica con China, pero evitando la confrontación geopolítica directa. En cambio, resulta increíble el desprecio que los ideólogos de MAGA (“Make America Great Again”) mantienen hacia Europa, a la que consideran una “civilización terminal” (civilizational erasure). EEUU pretende dominar sus mercados, pero no apoyan la integración europea, ni les interesa la OTAN, con lo cual la alianza transatlántica de 80 años está hoy seriamente cuestionada. En forma paralela, aparece la referencia a “Promocionando la Grandeza Europea”, que no es más que un manifiesto en contra del proyecto político europeo de posguerra y su reemplazo por la retórica de los grupos de ultraderecha (teoría del reemplazo cultural a través de partidos “patrióticos”).
Putin ‘se frota las manos’
Pero lo peor de la política exterior de Trump ha sido su errática conducta en la guerra de Ucrania. Ha llegado a señalar que Zelenski es un político corrupto, no democrático y el agresor original del conflicto. De hecho, en su búsqueda de un acuerdo de paz, el presidente norteamericano siempre ha puesto la mayor presión sobre la parte más débil (Ucrania), que es víctima de la agresión no provocada de Putin, y no al que viola el derecho internacional y comete los crímenes de guerra (Rusia). La situación se ha agudizado últimamente con la presión de Trump sobre Kiev para su capitulación lisa y llana ante Rusia.
Para entender esta suerte de encantamiento de Trump por Putin, existen varias teorías, algunas incluso conspirativas, a saber: El mandatario estadounidense es manipulado por el líder ruso desde que hizo negocios inmobiliarios en Moscú; él admira a los hombres fuertes, en tanto que considera débiles y pusilánimes a los políticos europeos y occidentales; su apuro por un acuerdo de paz consiste en los beneficios económicos rusos y en participar en la reconstrucción de Ucrania; y estaría jugando la “carta rusa” en contra de China (como antes lo hiciera al revés Kissinger). Esto último revela en Trump su carente visión geopolítica, porque la amistad de Putin y Xi Jinping es un matrimonio de conveniencia entre autócratas que pretenden cambiar el sistema democrático liberal internacional imperante. Ambos procuran, a la postre, la derrota de los EEUU.
Las duras realidades geopolíticas
Hasta aquí, lo único realista de la postura irracional de Trump en el conflicto ucraniano es su afán por traspasar la responsabilidad de la defensa de Ucrania y Europa a los propios países europeos, quienes desde la segunda guerra mundial han gozado de la ventaja de ser “free riders” en el tema de su seguridad internacional: protegidos por el “paragua nuclear” norteamericano y la OTAN.
Sin embargo, su plan de paz para Ucrania es sencillamente vergonzoso (acepta las máximas exigencias rusas), siendo rechazado por todos salvo Putin. El apuro de Trump no es otra cosa que su deseo por obtener el Premio Nóbel de la Paz.
El presidente checo Petr Pavel ha sido bien categórico al respecto. Afirma que cualquier entrega de territorio ucraniano repetirá la lógica del apaciguamiento de Munich en 1938. Es decir, las concesiones de hoy llevarán a una nueva guerra mañana, porque cediendo a las demandas rusas sólo duran hasta las siguientes demandas.
Por último, varios líderes europeos enfatizan el hecho de que Washington se empecina por quebrar la UE, lo que sumado a un eventual retiro norteamericano de la OTAN (¿en 2027?), podría abrir en Europa una zona de influencia para Rusia.
Nuevas voces que formulan la política norteamericana
Independientemente del sello mercurial de Trump en la política exterior de EEUU y sus giros continuos (su alto ego lo hace muy influenciable), se advierten pugnas internas en las decisiones que emanan de la Casa Blanca. Tal vez lo que mejor grafica estas distintas voces es saber quiénes y cómo se fraguó el Plan de Paz de 28 puntos sobre Ucrania, a saber:
- El plan de paz fue confeccionado por el asesor económico de Putin, Kirill Dmitriev, quien reemplazó al eterno ministro de RREE ruso Serguei Lavrov en los contactos con los enviados norteamericanos (el empresario Steve Witkoff y el yerno de Trump Jared Kushner). ¿Por qué Dmitriev? Porque, como jefe del Fondo Ruso de Inversión Directa, es quien está guiando a los hombres de negocios de Trump sobre las oportunidades con y en Rusia;
- El texto original fue entregado como un documento confidencial de Dmitriev a Witkoff y, luego, filtrado por el Kremlin a la prensa (The Wall Street Journal), con lo cual se convirtió en el plan de paz de Trump;
- Alarmado por el barullo creado en el Senado norteamericano ante un plan que implivaba la virtual rendición de Ucrania, el secretario de estado (y consejero nacional de seguridad) Marco Rubio les aseguró a sus excolegas que se trataba de “un simple listado de aspiraciones rusas”. Cuando la prensa dio a conocer esta noticia, Rubio la negó;
- Así y todo, el secretario Rubio se reunió en Ginebra y en Miami con negociadores ucranianos (secretario del consejo de seguridad Rustem Umérov y viceministro de RREE Sergui Kislitsia) para formular una contrapropuesta: el Plan de Paz de 19 puntos. Este nuevo proyecto fue, a su vez, consultado en Bruselas con los aliados europeos (“Coalition of the Willing”) y respaldado por ellos.
- El capítulo final de la trama es que Trump propone una versión reciclada del plan ruso original y presiona a Zelenski para que lo apruebe. Su afán es que pretende sacar ventajas económicas de Ucrania: obtención de minerales preciosos y la venta 'obligada' de armamento americano a través de la OTAN. En lugar de salvar vidas o defender a Europa, su interés es lucrar.
Conclusiones
Lo que demuestra esta secuencia de eventos es que existen dos vías o canales paralelos de negociación diplomática estadounidense en lo de Ucrania: el de Witkoff y Kushner, que persiguen negocios con los rusos, y el de Rubio, que incorpora intereses ucranianos y procura mantener la relación con Europa. Sin participar directamente en las negociaciones, existe un tercer grupo de influencia bien arraigado en la Casa Blanca, conformado por el vicepresidente J.D. Vance, el secretario de la guerra Peter Hegseth y el subsecretario de defensa Daniel Driscoll, todos militantes ideológicos de MAGA y críticos de los europeos. Y, en ese contexto, comienza a dibujarse una lucha por la sucesión presidencial “republicana” entre el fanático Vance, con todo el apoyo de MAGA, y el pragmático Rubio, respaldado por miembros del Congreso y de la burocracia, aunque caminando “sobre una cuerda floja”.
Las señales que está dando Washington con su estrategia de seguridad nacional son entonces bastante negativas, como el detener la expansión de la OTAN, reducir su presencia militar en Europa, abandonar a Ucrania a su suerte, y exigir a los europeos que se comprometan con una suma sustancial de recursos para sustituir la oposición de Bélgica y Hungría al uso de los fondos rusos congelados.
El juego de influencias del Kremlin sobre la Casa Blanca parece así tener éxito, pues su agenda (imperialista) es asumida como propia por Washington. La OTAN yace en su lecho de muerte. Y, Europa necesita despertar y levantarse para defender sus valores ante la agresiva intervención de MAGA en favor de los grupos de ultraderecha del viejo continente. El propio Vance coquetea directamente con esos extremistas, como lo prueba su infame discurso en la conferencia de seguridad de Munich (2025), criticando las instituciones europeas y los resguardos legales frente al extremismo político, o bien, cuando rechazó la invalidación de las elecciones en Rumania por la interferencia rusa a favor de Georgescu.
Finalmente, el documento en cuestión no presenta una estrategia adecuada para defender los reales intereses nacionales de EEUU. Revela más bien una ideología autoritaria y peligrosa de la Administración Trump, que es todo un modelo para la caída de Occidente y la desaparición del orden democrático liberal.

