Columna El Líbero, 17.11.2024 José Miguel Capdevila Villarroel, embajador y exalto representante de Chile (Grupo Internacional de Contacto sobre Venezuela)
El reciente y abrumador triunfo de Donald Trump en las elecciones del 5 de noviembre plantea una serie de interrogantes sobre aspectos de la política exterior que desarrollará durante su mandato. Uno en particular es especialmente relevante para América Latina: Venezuela.
Durante su primer mandato, Trump desarrolló una política hacia Venezuela que reconoce dos momentos claramente definidos. El primero, caracterizado por lo que se denominó “máxima presión”, que resumía la imposición de duras sanciones unilaterales contra el régimen de Maduro; y luego cuando el Mandatario señaló ante la prensa que “todas las opciones están arriba de la mesa”, validando la posibilidad de una intervención militar.
Ese período coincidió con el escalamiento de la tensión en el país caribeño luego de las fraudulentas elecciones de 2018, que le granjearon un nuevo mandato a Maduro, y se reconoció a Juan Guaidó como presidente Encargado de Venezuela por Estados Unidos y otros países occidentales. La influencia del halcón John Bolton, Asesor de Seguridad Nacional de Trump, en el diseño e implementación de la política de máxima presión hacia Maduro, fue determinante en su desarrollo posterior. El mismo Bolton reconocería, tiempo después, haber ayudado en la planificación de golpes de estado “en países extranjeros”, con una alusión algo críptica respecto a que Venezuela era uno de ellos.
Como consecuencia de la ineficacia de esta estrategia para deponer al régimen de Maduro, Trump validó a comienzos del 2020 la propuesta de Elliot Abrams, representante especial para Venezuela, denominada Marco de Transición Democrática para Venezuela, que en resumen planteaba un marco pragmático de negociación para pactar una salida gradual del poder de Maduro -a cambio de incentivos en materia de sanciones y amnistía ante determinados crímenes- y se realizasen elecciones libres, democráticas y bajo supervisión internacional.
Hasta el momento no se registran opiniones del presidente electo sobre Venezuela. En todo caso y luego del avasallador triunfo en las elecciones, contando con mayoría en ambas cámaras del Congreso, cabe esperar una versión reloaded del mercurial e impredecible Trump.
Si Venezuela será un sujeto de atención especial de su presidencia, dependerá de varios factores. La disputa con Rusia y China, dos potencias que respaldan a Maduro, adquiere un papel central en el contexto de los intereses geopolíticos en juego respecto de un país con las mayores reservas de crudo del planeta. También la volatilidad y riesgos para la paz y seguridad mundiales que derivan de la guerra en Ucrania, la crisis del Medio Oriente e Irán requerirá máxima atención de la administración norteamericana.
La contención de la migración y la promesa de Trump de expulsar a los 11 millones de inmigrantes irregulares de Estados Unidos, que incluye a centenares de miles de venezolanos, es otra variable que puede incidir en su relacionamiento con el régimen de Maduro. A partir de su asunción el 20 de enero, Trump deberá resolver una cuestión primordial: qué estatus le reconocerá a Edmundo González, ganador de las elecciones del 28 de julio pasado. La experiencia de Juan Guaidó y su epílogo debiera ser parte del análisis.