Tripolaridad, nuevos íconos y América Latina

Columna
El Líbero, 03.03.2025
Iván Witker, académico (U. Central) e investigador (ANEPE)

Los órdenes mundiales -como gustaba decir a Kissinger- tienen íconos. Pueden ser imágenes típicas, palabras sintetizadoras, personajes claves, objetos característicos o dichos proverbiales. Es decir, símbolos que ayudan a dar contexto a los llamados atributos complejos de una era y a entenderlos mejor. Los íconos se plasman en la retina de quienes viven tan sugerentes momentos y quedan guardados en la memoria.

Un gran ícono del orden mundial que termina es la foto tomada a tres grandes próceres un 7 de febrero de 1945 en el balneario de Yalta en Crimea. Allí posaron Stalin, Roosevelt y Churchill.

Aquellos personajes marcaron el inicio de una nueva era. Instalaron un escenario inexistente con antelación, con su escenografía, bastidores, telones y fosos. Aquella fue la foto del comienzo de una circunstancia vital enteramente nueva. Irradiaban la gran esperanza de dejar atrás una confrontación bélica monstruosa. Stalin, Churchill y Roosevelt posaban allí en calidad de vencedores. Representaban el nuevo equilibrio y la nueva legitimidad, a partir de la nueva realidad del poder mundial.

Asumieron que les correspondía establecer cómo se iba a organizar el mundo de ahí en adelante. Entendieron que su misión era fijar nuevas zonas de influencia, administrar nuevos relatos e imponer nuevas reglas y nuevos organismos. El orden mundial emergente sería profundamente bipolar.

Los demás países, y los casi tres mil millones de habitantes que había en el planeta en ese momento, supieron de inmediato que su prioridad era adaptarse y acostumbrarse. No había más opciones.

A muy poco andar, los vencedores desarrollaron armas de destrucción masiva y el orden tuvo un nuevo gran sustento, la destrucción mutua asegurada. Así funcionó el mundo durante décadas. Por eso mismo, su derrumbe a fines de 1989 causó enorme sorpresa. Fue un momento tan imprevisto como pacífico.

El final impuso un nuevo ícono. Representaba el epílogo de la obra. Esta vez, gentes sencillas derrumbando el Muro en Berlín y caminando, o a bordo de sus autos Trabant, rumbo a Occidente.

Pero, pese a ser en general pacífico, aquel fue un final estruendoso. Sus adoquines y alambres púas saltaron a grandes alturas y distancias. Pasaron los años y éstos no terminaban de caer. Como no hubo una guerra de por medio, el fin de aquella era transcurrió principalmente en el campo de las ideas. ¿Qué era lo que se había derrumbado?, ¿Por qué se había agotado un libreto bipolar que parecía incombustible?

Tras 20 años de desorden, las cosas están tendiendo a decantar y el mundo está ingresando a un nuevo orden. El Informe de Seguridad de la Conferencia de München (Multipolarization), efectuado hace unas semanas, lo admite. Allí se dice algo que ya todos perciben y que, a diferencia del anterior, este nuevo orden tendrá varios polos. Nadie se atreve a precisar cuántos.

Sin embargo, es muy posible que el 8 de mayo se salga de la duda. Como ya es costumbre, en esa fecha, los rusos realizan un enorme desfile militar. Los dos grandes asistentes de este año serán el presidente estadounidense y el mandatario chino. Ambos ya confirmaron su asistencia. Será un momento a quedar plasmado en la retina y la memoria del futuro. Además, da pistas. Se empieza a configurar la hipótesis de un mundo tripolar.

Cabe preguntarse sobre sus posibles singularidades.

La primera apunta a que esas tres superpotencias tienen al desarrollo tecnológico como su gran palanca traccionadora. Eso lo tienen claro Trump, Xi y Putin. Por eso, es fácil adivinar que el telón de fondo será una nueva carrera espacial. La explotación de la Luna y Marte concentrarán el grueso de las energías y los presupuestos. Numerosos informes fijan en unos diez años más la comercialización total del espacio. Adjunto a esta carrera, está la necesaria lucha por dominar el mercado de los microchips. Es decir, habrá una fuerte diferenciación entre potencias tecnológicas altamente sofisticadas y el resto, salvo India, Japón y uno que otro más. Todos los demás países, y los ahora nueve mil millones de seres humanos, se irán adaptando y acostumbrando. ¿Es extraña entonces la centralidad adquirida por los tecno-empresarios?

Una segunda singularidad se asocia a los inevitables hechos de violencia, algunos con trazos bélicos, sustentados en diferencias étnicas. Este rasgo de la tripolaridad será lo más doloroso, pues se relaciona con algunos asuntos extremadamente álgidos, como las migraciones descontroladas, el crecimiento demográfico de proporciones inauditas, el tremendo desbalance en materia de natalidad y la disputa por minerales críticos. Además, no está muy claro si las tres superpotencias asumirán o no el rol de gendarmes en sus respectivas áreas de influencia, como sucedió durante la Guerra Fría. ¿Cuántas Ucranias y Gazas estarán en ciernes?

La tercera singularidad se corresponde con el surgimiento de nuevos grandes relatos a nivel global. Lo conocido hasta ahora de Trump, Xi y Putin sugiere un punto en común entre esas naciones altamente tecnologizadas y las que irán cumpliendo papeles complementarios. El punto en común se llama elevado nivel de homogeneidad cultural al interior de cada una. Por de pronto, todas aquellas que descuellan en los grandes tests claves para el mundo tecnológico (IGLU, TIMSS, PISA), exhiben ya esa elevada homogeneidad cultural. Imposible negar que aquí radica el principal desafío para Chile y demás países latinoamericanos.

La tripolaridad parece estar golpeando la puerta. Por eso mismo, ya se hacen audibles voces críticas. Estas reflejan el estupor por el costo humano en Gaza y los vaivenes en Ucrania. Son voces que claramente hubiesen preferido un camino serpenteado por los árboles de una bellísima y sosiega democracia liberal. Ergo, son voces pesimistas.

Pero, a su vez, son heterogéneas. Unas, sienten “malestar ante lo nuevo”, dejando al descubierto ese conservadurismo siempre renuente a aceptar lo inescrutable del cualquier nuevo orden. Otras voces provienen de los escépticos; esos que presagian dificultades insalvables debido a la cantidad de escombros sociales dejado por la era que termina. Luego, hay un tercer grupo de críticos formado por los temerosos de perder la batalla de las ideas y sus respectivas posiciones de poder. Por último, están los enajenados con el progresismo lineal, que ven todo de forma casi religiosa; la humanidad marcharía hacia un edén moralista y estaríamos plagados de espectros demoníacos.

Sin embargo, aquellos edenes no existen. En consecuencia, es bueno que China esté en el mundo de manera activa. Baste recordar que Pekín tenía sólo cuatro embajadores en todo el mundo, según le confesó Chou Enlai a Kissinger. Una China aislada no es algo bueno. También es tremendamente positivo tener a Rusia estabilizada y a un EEUU actuando en el mundo según sus capacidades.

Será un orden nuevo, donde la tecnología ya ha empezado a asombrar a las generaciones más jóvenes. Lo hará de manera masiva, y ya no con simples destellos como ocurrió con el Sputnik, Gagarin o Armstrong. América Latina deberá acostumbrarse y adaptarse. Roosevelt debió ser firme con Chile y Argentina cuando se mostraron renuentes a alinearse con el nuevo orden. El embajador estadounidense Claude Bowers lo narró de manera fantásticamente clara -y benevolente- en sus memorias (Misión en Chile.1939-1953).

No hay comentarios

Agregar comentario