Afganistán, una nueva derrota para la democracia

Columna
Infobae, 19.08.2021
Felipe Frydman, economista argentino, exembajador y consultor del CARI

El triunfo del Talibán significa el retorno a la opresión religiosa donde la única opción para el pueblo será aceptar el sometimiento, el destierro de las prisiones o la muerte

La caída de Kabul implica no sólo la derrota de los Estados Unidos y sus aliados de la OTAN sino también el fracaso de Occidente en su intento de imponer la democratización en Afganistán. Este proceso comenzó con la invasión de la Unión Soviética para apoyar al gobierno de la República Democrática, continuó con la asistencia de los Estados Unidos a los militantes islámicos conocidos como Muhadin para enfrentar a los fuerzas rusas, la guerra civil de 1989/92, el surgimiento del movimiento Talibán en 1994, la creación del Emirato Islámico de Afganistán en 1996 hasta la intervención de los EE.UU. después del ataque terrorista a las Torres Gemelas en 2001 por parte del grupo terrorista Al-Qaeda. El costo de la intervención estadounidense está estimado en 88.000 millones de dólares.

El triunfo del Talibán representa el fin del experimento de intentar democratizar un país dividido por antagonismos tribales y donde la fuerza del islamismo está enraizado en la cultura popular en particular en las zonas rurales donde reside el 80% de la población. Los intentos de establecer un gobierno con un presidente y parlamento elegidos por el voto popular no fueron suficiente para convencer a los afganos de las ventajas de la democracia, la libertad y los derechos humanos. Los ideales liberales que pregona Estados Unidos no constituyen en ese contexto un incentivo suficiente para enfrentar al Talibán.

Afganistán no es un país homogéneo; está dividido en diferentes grupos étnicos. Los Pashtun, que componen la base del Talibán, conforman el 48% de la población en Afganistán y un 17% en Pakistán. La característica tribal al igual que sucede en otros países exacerba las diferencias y constituye un obstáculo para la conformación de una Nación cuyo significado requiere de la homogeneidad de valores y objetivos. Cada etnia intenta preservar su identidad mediante la cohesión para evitar su absorción o su integración en un nuevo estamento de características indefinidas que demandaría una transformación cultural y una modificación de la estructura religiosa y política.

El Acuerdo de Doha firmado el 29 de febrero de 2020 entre los Estados Unidos y el Talibán preveía un plazo para el retiro de las fuerzas norteamericanas, el cierre de las bases militares y el inicio de negociaciones con el Gobierno de Ashraf Ghani que no había sido invitado como parte interesada. El Acuerdo le permitió al entonces presidente Donald Trump vanagloriarse de cumplir con una de sus promesas de campaña pero al mismo tiempo no podía desconocer que un movimiento religioso al que se le otorgaba el mismo nivel nunca iba detenerse ante un compromiso de papel para alcanzar objetivos que van más allá de principios terrenales. El fracaso de la política norteamericana recuerda más a la frustración de las revueltas de la Primavera Árabe cuando los liberales predecían el inicio de una nueva era de libertad en el mundo islámico que a la caída de Saigón en 1975 aunque tendrá consecuencias geopolíticas.

La sola observación de la foto de los militantes del Talibán y de las mujeres recubiertas con sus burkas produce un escalofrío sobre las características de sociedad que impondrán por la fuerza y castigos sobre el resto de la sociedad. Una postal sacada de algún relato tenebroso de Umberto Eco sobre el medioevo.

La democracia en Occidente surgió después de un largo proceso de confrontación de ideas donde la razón confrontó con las fuerzas irracionales de la Iglesia que ahogaban las posibilidades del desarrollo individual. Recién cuando esas ideas fueron reclamadas por la mayoría fue posible el cambio de régimen político y la valorización de la libertad, los derechos humanos y las aspiraciones de igualdad que si bien hoy forman parte del acervo occidental son todavía rechazadas en vastas partes del mundo. El triunfo del Talibán deja un sabor amargo; el pueblo afgano volverá a estar sometido a la opresión religiosa donde la única opción será aceptar el sometimiento, el destierro de las prisiones o la muerte. Una vez más Occidente sobreestimó su mensaje pensando que era universal. Todavía predomina el fanatismo y aún más cuando está respaldado por las armas.

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