Al borde de la catástrofe nuclear: Esperando al Brutus ruso

Columna
El Líbero, 14.10.2022
Dr. Jorge G. Guzmán, abogado e investigador (U. Autónoma de Chile)
La ambición imperial de Putin ha terminado enquistándolo en una guerra que no solo le arruinará, sino que terminará por convertir a Rusia en un paria

 

Los idus del coronel Putin

Los historiadores romanos Suetonio y Plutarco señalan que, a pesar de que presagios y agoreros intentaron disuadir a Julio César de comparecer ante el Senado de Roma, este, confiado en sus idus de marzo (buena fortuna), lo hizo de todas formas ante sus enemigos (que le esperaban con dagas bajo la túnica senatorial). En Vidas Paralelas, Plutarco describe cómo, de político brillante y general victorioso, Julio César se encaminaba a convertirse en emperador, es decir, enemigo de la República.

Veinte siglos de historia después, aspirando a convertirse en el último Zar (ergo, el último César), el excoronel de la KGB Vladimir Putin inició una campaña de conquista sobre Ucrania que, después de siete meses de bombardeos y miles de víctimas, parece encaminarlo a su propio fin. No obstante que, a diferencia de Julio César, el excoronel nunca comandó una legión ni personalmente ganó ninguna batalla -confiando en sus ides de febrero-, por decisión personal ha terminado construyendo su propia trampa mortal.

Aunque organismos internacionales, líderes políticos y analistas del planeta le señalaron que otra invasión a Ucrania impondría un punto de no retorno, de todas formas, ignoró presagios y advertencias, confiando que su versión del bliztkrieg garantizaba una fácil y rápida entrada imperial en Kiev. Allí, como el gran conquistador que cree encarnar, bajo los aplausos de la multitud sellaría un Anschluss a la Putin.

La valentía y la pericia (táctica y estratégica) de soldados y civiles ucranianos le han demostrado que, como a Julio César, sus idus le han abandonado. Su ambición imperial ha terminado enquistándolo en una guerra que no solo le arruinará, sino que terminará por convertir a Rusia en un paria asociado a un pequeño grupo de democracias populares de partido único, teocracias y Estados policiales de mínimo ingreso per cápita.

Si el fin de la Unión Soviética devolvió a los rusos la libertad, pasados apenas treinta años -como sentenció Mikhail Gorbachov- ya no saben qué hacer con ella.

 

Al borde del fin de la civilización

Invadiendo Ucrania y amenazando a la OTAN, Putin y su cleptocracia han terminado por secuestrar al mundo, acercándolo a segundos de la guerra que el Reloj del Juicio Final de la Unión de Científicos Nucleares afirma será el fin de nuestra civilización. De acuerdo con ese indicador, a comienzos de 2022 la humanidad ya estaba a 100 segundos de su extinción.

En un escenario cada vez más adverso y luego de meses de sucesivos fracasos militares, los recientes referéndums en las zonas ocupadas y los últimos bombardeos en venganza por al ataque al puente de Crimea, antes que al gobierno ucraniano y el resto del mundo tienen como destinatarios a la base política del régimen ruso. En ese contexto -y para justificar errores y para consumo interno- el coronel Putin insiste en su potestad de utilizar cualquier tipo de arma en su arsenal. La alusión es, obviamente, a las armas nucleares.

Como ironizó The Guardian de Londres, con un discurso de taxista enojado e insistiendo en que este no un bluf, rodeado de la parafernalia imperial del Kremlin, Putin y su gobierno siguen empujando a la humanidad hacia la catástrofe nuclear.

Para responder a esas amenazas, Estados Unidos, la Unión Europea y otras democracias han anunciado nuevas sanciones, y han acelerado gigantescas partidas de ayuda económica y militar (incluidas armas cada vez más sofisticadas). El mensaje es inequívoco: la guerra en Ucrania terminará solo una vez que Rusia retire todas sus fuerzas, y los responsables de crímenes de guerra, crímenes contra la población civil y violaciones a los derechos humanos sean juzgados por un tribunal internacional. Esto, además de las necesarias compensaciones económicas que Rusia deberá pagar a Ucrania, a modo de reparación por la destrucción causada.

 

Putin y sus guerreros sin derecho al seppuku

Además del propio Putin, entre los principales responsables de las violaciones al Derecho Internacional en Ucrania se encuentran su ministro de Defensa, Serguei Shoigu (un aparatchik de la etnia siberiana Tuvan que, sin realizar la carrera militar, gusta vestir de general condecorado), y su jefe de Estado Mayor, Valery Gerasimov (un militar 50% tártaro a quien se atribuye la doctrina militar fracasada en Ucrania). Por decreto, y aunque ninguno de los dos último es 100% rusos, ambos son Héroes de Rusia.

En la era de los smartphones (con sus cámaras de video para documentar crímenes de guerra), la evidencia en contra de Putin, Shoigu, Gerasimov y otras autoridades rusas está desde ya disponible para los tribunales internacionales.

Esa evidencia demuestra que el coronel y sus adláteres ingresaron en un desfiladero sin salida que -a diferencia de las Termopilas elegidas por el rey Leónidas y sus nobles espartanos- con sus cientos de niños asesinados y miles mujeres violadas (la guerra al estilo rusky), Putin y sus guerreros no avanzan hacia gloria, sino que hacia la derrota y la condena mundial. Ni Putin, ni ninguno de sus guerreros tiene derecho a la ceremonia del seppuku. En el mejor de los casos, les espera el banquillo de los acusados de un tribunal internacional en La Haya.

 

A segundos del fin de la historia

Por su parte, la OTAN permanece en estado de máxima alerta, dispuesta a responder -con todas sus inmensas capacidades militares y tecnológicas- a cualquier trasgresión rusa de la línea roja que, sin vaguedades, le ha trazado Jens Stoltenberg, su secretario general. Como no lo era desde la crisis de los misiles de Cuba en 1962, el margen para nuevos sueños de conquista o errores no forzados del Kremlin es mínimo.

El panorama es más que sombrío. Aquellos que en las amenazas de Putin (los supuestos misiles y torpedos nucleares hipersónicos indetectables para la OTAN) prefieren entender que lo que busca el excoronel de la KGB es un espacio de negociación que, a cambio de la paz, confirme la anexión de lo conquistado, olvidan que para el resto del mundo la validación de la conquista militar como medio para la adquisición de territorio es -por todo tipo de razones jurídicas, políticas y geopolíticas- inaceptable. En términos jurídicos, la responsabilidad internacional de Rusia por crímenes en contra de la población civil ucraniana está desde ya establecida.

He aquí el peligro. En la medida que la inefectividad de los ejércitos rusos se perpetúe, Putin se verá sometido a una situación cada vez más desesperada. Es en esa circunstancia en la que el aspirante a César puede sucumbir a la tentación de emplear su arsenal nuclear. Si ello ocurre, y como lo estableció el señor Stoltenberg, el conflicto en Ucrania habrá cambiado de naturaleza.

 

Chile en la zona de confort (por ahora)

Hasta ahora, desde el confort de una tercera línea, de palabra Chile ha acompañado la condena a las acciones rusas en Ucrania. Ello, sin perturbar el comercio bilateral con la clase empresarial de Putin (como en un antiguo spaghetti western, por un puñado de dólares). No obstante, si el conflicto en Europa del Este cambia de naturaleza, miles de chilenos residentes en los países afectados querrán volver al país.

En ese escenario, de nada servirán ni los cálculos comerciales ni el equilibrio político-diplomático: lo que la sociedad chilena exigirá al gobierno será un plan de contingencia para -en plazo inmediato- repatriar a la décima tercera Región de Chile (y sus familias) atrapada entre el cielo y la tierra cubiertos de radiación.

En una circunstancia tal, comenzando por la Cancillería con su red de embajadas y consulados, diversos servicios públicos dispondrán de una oportunidad para demostrarle al país su utilidad. Para ello, sin embargo, resulta imprescindible que la agenda del gobierno incluya esa posibilidad. Putin nos está obligando a cruzar el límite hacia la ciencia ficción. Más vale prevenir que curar.

 

Brutus ¿Dónde estás?

Mientras la guerra nuclear de Putin es solo una amenaza, seguiremos esperando por el Brutus ruso.

Plutarco señala que, en la víspera de su asesinato, Julio César habría declarado que la mejor muerte es la no esperada. En su fuero interno, Putin sabe que el conundrum que el mismo generó aconseja comenzar a esperar una muerte vil.

A su vez, Suetonio testimonia que, a cabeza descubierta bajo el sol o la lluvia, Julio César encabezó sus legiones, reconociendo el terreno y sin nunca conducirles a una emboscada. César, agrega el historiador, en el campo de batalla nunca desprecio a sus enemigos. Putin, que no es Julio César, desde la seguridad blindada de su despacho en el Kremlin continúa despreciando a sus enemigos, conduciendo a decenas de miles de jóvenes conscriptos a una muerte fútil.

Y aunque miles de familias rusas están, como la OTAN, en alerta para proteger a sus hijos, para prevenir la catástrofe el Brutus ruso -si existe- tendrá graves dificultades para acceder al escondite bajo tierra del postulante a último Zar. Esto, a menos que, como aquel que lideró el complot del idus de marzo del año 44 AC, sea uno de los protegidos del coronel. Veremos.

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