Árabes asfixiados

Columna
El País, 19.03.2017
Moisés Naím
  • En tres años será necesario crear 60 millones de empleos para los jóvenes de la región que llegan a la edad de trabajar

Cientas de mujeres y niños convocaron una protesta en tienda de campaña delante de la sede de la ONU reclamando un fin en los dos años de conflicto. EFE/Yahya Arhab

En los 22 países que conforman el llamado mundo árabe vive tan solo el 5% de la población global. Pero en esos países se produjeron el 68,5% de las muertes que hubo en el mundo por combates armados, y se originaron el 57,5% de los refugiados y el 45% de los ataques terroristas (cifras de 2014). Estas son algunas de las aterradoras realidades que documenta el Informe sobre el Desarrollo Humano en el Mundo Árabe, realizado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD).

Sorprendentemente, el foco de este informe no es la guerra. Es la juventud. Y es muy apropiado que así sea. Dos tercios de la población árabe tiene menos de 30 años y la mitad de ellos tiene entre 15 y 29 años. Es el grupo humano con el mayor índice de desempleo del mundo y, dentro de él, quienes tienen las peores perspectivas de conseguir trabajo son las mujeres. El promedio mundial del desempleo entre las jóvenes es del 16%. En los países árabes es el 47%.

Según el Banco Mundial, en los próximos tres años los países árabes tendrían que generar 60 millones de nuevos puestos de trabajo para absorber a los hombres y mujeres que buscarán empleo por primera vez. El informe del PNUD explica que el problema no es solo que las economías árabes no generan suficientes empleos, sino que sus sistemas educativos, que están entre los peores del planeta, no les dan ni el conocimiento para navegar con éxito por el mundo de hoy ni destrezas que les sirvan para encontrar trabajo.

Pero si la economía y la educación no van bien, los conflictos armados están en apogeo. Actualmente, 11 de los 22 países árabes están en guerra. Más aún, la gran mayoría de la población árabe ha sufrido recientemente conflictos armados, aún los sufre o tiene un alto riesgo de verse involucrada en uno. De los 350 millones de personas que viven en esa región, 70 millones están en Sudán, Yemen y Somalia. Otros 67 millones viven en Siria e Irak. Así, entre 1988 y 2014 el gasto militar de la región aumentó dos veces y media y el gasto per cápita en armamento llegó a ser un 65% más alto que el promedio mundial. Desde 2009 ha subido un 21%.

En suma, el Informe sobre el Desarrollo Humano en el Mundo Árabe no solo destaca el devastador impacto de los conflictos armados sobre los jóvenes, sino que también documenta las pocas oportunidades económicas que tienen, los muy defectuosos servicios de salud y educación que reciben, la discriminación contra las mujeres y las limitaciones que tienen los jóvenes para participar en política y canalizar sus deseos de cambio social y político. Este último es un factor crítico que nutre las frustraciones y la desesperanza que, según datos del reporte, reinan entre los jóvenes árabes. Para la mayoría de ellos el futuro solo está fuera de su país.

Es importante destacar que el primero de estos documentos del PNUD sobre la situación de los países árabes fue publicado en 2002 y rompió dos tradiciones: la primera es que los estudios críticos sobre la región fuesen realizados predominantemente por expertos extranjeros. La segunda es que la respuesta automática de políticos y líderes de opinión de esos países fuera la de culpar al resto del mundo. En cambio, desde ese primer informe de 2002, cada año un grupo de respetados expertos árabes ofrece una nueva perspectiva sobre los problemas y sus posibles soluciones. Los autores no dudan de que muchas de las tragedias del mundo árabe sean secuelas del colonialismo, el imperialismo, la Guerra Fría o la de intervenciones armadas de Estados Unidos y Europa que derrocaron las dictaduras en Irak y Libia, por ejemplo. Y también saben que las potencias extranjeras sometieron —y siguen sometiendo— la región a sus intereses y conflictos.

Pero la novedad de estos informes es que reconocen que muchos de los problemas de la región no son importados, sino hechos en casa. Y que por lo tanto pueden aliviarse cambiando algunas de las condiciones que no son producto de la influencia extranjera, sino de las realidades locales. Uno de los grandes méritos de estos análisis es su pragmatismo.

Pero el pragmatismo puede ser un arma de doble filo. Como pasa con todos los trabajos de organismos internacionales, hay temas que este informe del PNUD prefiere, pragmáticamente, ignorar. Quizás el más importante es el impacto que tienen sobre millones de jóvenes árabes las dictaduras depredadoras y las monarquías corruptas que los asfixian y les roban su futuro.

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