Columna El Mercurio, 07.05.2016 Pedro Gandolfo G., escritor, crítico y traductor
En filosofía cuando el pensamiento de un filósofo experimenta cambios fuertes se suele añadir después de su apellido un número para signar sus distintos períodos, compararlos y, en algunos casos, conciliarlos. En política los cambios de posición no son ni tan infrecuentes ni tan ofensivos. ¿Cuántos Ibáñez del Campo hubo? ¿Cuántos Aylwines, cuántos Altamiranos, Garretones o Pinochets? La política está teñida por las circunstancias y, por consiguiente, su substancia debe ser maleable y bien dispuesta a la adaptación. Lo importante es ir cambiando en la dirección correcta, porque solo se pierde si se gira mal, no porque se gira.
Bachelet 1, la que se hizo célebre antes que la proclamara ningún partido, era simpática, sensata y sin grandes pretensiones de cambio. Empezó su gobierno algo oscilante y después, gracias al ministerio Pérez Yoma-Velasco, algunos bonos oportunos y la estrategia de dilatar los temas procelosos a través de comisiones, realizó una de las mejores gestiones presidenciales de la posdictadura, terminó con una altísima popularidad y consolidó un liderazgo femenino orgullo mundial.
Bachelet 2, que duró un año y meses, era una mezcla de Bachelet 1 con Angela Merkel y Rigoberta Menchú, muy segura de sí misma, con pretensiones de grandes transformaciones socioeconómicas, iluminada doctrinalmente, decepcionada, en fin, con el Chile que sus antiguos camaradas y ella misma habían logrado construir. Todo había sido un vil engaño y, ahora que había despertado, las figuras proyectadas al final de la caverna eran sombras vanas y la realidad era otra y ella sabía cuál era. De la conducción maternal y femenina (1) evolucionó a una patriarcal, fuerte, esencialista (2), como si hubiese abandonado su gran labor: ser presidenta y no presidente.
Con el ministerio Burgos-Valdés reaparece la gran política. Bachelet 3 no podía involucionar a Bachelet 1, sino buscar un camino intermedio, mezcla de contención (de los daños causados por Bachelet 2) y prevención de nuevos, partiendo por la discusión de la "nueva Constitución", suma de todos los daños venideros. Para lograr evadirlos, en vez de entrar derecho a los contenidos del proyecto constitucional de su programa, optó por enfocarse en el tema del procedimiento para dictar una nueva Constitución. A poco andar se dio cuenta de que ese único tema constitucional por sí solo era ya muy peliagudo de resolver y, después de varios anuncios incumplidos, optó por desentenderse de él también (lo debe resolver el próximo Congreso) y, volviendo a su estrategia inicial, se decidió por nombrar una comisión para generar y supervigilar a otras comisiones que conversen sobre el tema constitucional, sin establecer ningún vínculo claro con la nueva Constitución, cuyo procedimiento de creación fijará un próximo Congreso.
Y todos estamos felices. Genial Bachelet 3.