Columna PanAm Post, 17.03.2018 Emilio Martínez Cardona es escritor y analista político uruguayo-boliviano
La realidad imita a la ficción, la historia parece haberse repetido en Bolivia, con la entrevista hecha por el actor Morgan Freeman a Evo Morales
La película “La entrevista” (The Interview, 2014), protagonizada por Seth Rogen y James Franco, ensaya una ingeniosa crítica de la tiranía de Kim Jong-un en Corea del Norte.
En esta recomendable pieza humorística, que incluso motivó ataques cibernéticos de los hackers norcoreanos contra la productora de la película, se muestra la seducción que el déspota ejerce sobre un entrevistador occidental, a quien inicialmente convence sobre las bondades del socialismo zuche, versión del estalinismo heredada de su abuelo, Kim Il-sung.
En la segunda parte del largometraje, los sucesos dan un giro y el presentador de TV Dave Skylark descubre la realidad detrás de la fachada: feroz violencia de Estado y crónico desabastecimiento alimentario.
Como a veces la realidad imita a la ficción, la historia parece haberse repetido en Bolivia, con la entrevista hecha por el actor Morgan Freeman a Evo Morales, quien preside lo que algunos expertos internacionales califican de “régimen híbrido” y otros de “autoritarismo competitivo”, pero que definitivamente ya no puede definirse como una democracia plena, ni siquiera imperfecta.
El reportaje de National Geographic mostró a un Freeman (curiosa ironía en el nombre) siguiendo un diálogo previamente pactado, donde se resaltaba la “rebelión socialista” llevada por Morales a “la escena mundial”. Si esto fue logrado a través de la seducción ideológica o del vil metal no lo sabemos a ciencia cierta, aunque también podría tratarse de una combinación de ambos factores.
Lo que también ignoramos es si más adelante le sobrevendrá al entrevistador —excelente actor pero por lo visto mal periodista— el desencanto. Una campaña de cartas de ciudadanos de Bolivia a NatGeo señalando los atropellos del régimen evista podría ayudar en algo.
Tampoco estaría de más que algún parlamentario de oposición pida informes al Ministerio de Comunicación sobre posibles aportes publicitarios al canal citado, a manera de fiscalizar los abusos que se hacen con el dinero de los contribuyentes bolivianos.
Por supuesto, no estamos ante ningún fenómeno nuevo: la cooptación de artistas, intelectuales y “periodistas estrella” es una vieja práctica totalitaria, aplicada de manera sistemática por dictaduras de izquierda desde que Willi Münzenberg fuera enviado por Lenin a la caza de la intelligentzia europea.
Claro que podríamos mencionar como precedentes célebres las fallidas colaboraciones de Platón con el tirano de Siracusa y de Voltaire con Federico el Grande, que ejemplifican tanto la tentación por el despotismo ilustrado que suele asaltar a los intelectuales cuando claudican de su función crítica, como lo problemática e inestable que suele ser la asociación con los dictadores.
Quien quiera ahondar en el tema puede consultar mi libro, “De Orwell a Vargas Llosa”, publicado en el año 2015 por el Interamerican Institute for Democracy y prologado por el escritor cubano Armando Valladares.