Columna El Mercurio, 17.07.2016 Roberto Ampuero
Tal vez una de las grandes preguntas que nos plantea el actuar del Gobierno es la siguiente: ¿Por qué si su programa de reformas causa vasto rechazo ciudadano e inquietantes resultados, Michelle Bachelet insiste en implementarlo de modo cabal? ¿Se debe a una perseverancia inagotable, al respeto dogmático a lo que prometió como candidata pero casi nadie leyó, al deseo de dejar un legado histórico, a simple contumacia, a una incapacidad para enmendar, o a una lamentable desconexión con la realidad? ¿O hay otras razones? ¿A quién hace la Presidenta un guiño al insistir en medidas nocivas e impopulares sin cambiar una coma del programa?
Si hacemos memoria, Bachelet obtuvo en la elección un caudal de votos que, en relación con el universo electoral, llegó a 26%, y si añadimos la considerable merma en aprobación popular, hoy parecería razonable, responsable y realista admitir ante la ciudadanía los tropiezos y desavenencias entre las fuerzas gobernantes, los errores de cálculo y las dificultades económicas que se avecinan, y reajustar el rumbo. Al final de cuentas, las críticas no vienen solo de la oposición. Por el contrario, a esta le resulta difícil superar el calibre de la munición que emplean sectores oficialistas contra La Moneda. Vivimos bajo el peor gobierno desde el regreso a la democracia, pero la Mandataria sigue sin dar señales de querer rectificar. ¿Por qué?
Supongo que la causa de la terquedad con que la administración se aferra al programa es de carácter ideológico. Tal vez se debe al historicismo, a esa convicción esencial para la izquierda que bebe del marxismo, siente nostalgia por el socialismo real o simpatiza con íconos como Castro, Guevara o Chávez; es decir, una izquierda que goza de una desproporcionada influencia en el Gobierno. Para esa izquierda, el advenimiento del socialismo es una ley de la historia, y su reciente desplome, un accidente por errores de conducción, mas no su muerte definitiva.
Karl Popper, Isaiah Berlin y Friedrich Hayek advirtieron, en otro contexto, que el historicismo genera una filosofía determinista de rasgos no democráticos que, en ciertos casos, como en Stalin, Castro o Guevara, desemboca en totalitaria. ¿Qué es lo clave del historicismo? Un postulado que Karl Marx eleva a la categoría de científico: la historia del ser humano está escrita y tiene un trazado definido: comenzó con el comunismo primitivo, transitó a la esclavitud, luego al feudalismo, y siguió al capitalismo, y desde allí -gracias a la conciencia política de los partidos "proletarios"- avanzará hacia la construcción del socialismo y la instauración del comunismo.
Lenin, Stalin, Honecker o los hermanos Castro rechazan las elecciones libres no solo porque son políticos totalitarios, sino también porque creen que el capitalismo tiene sus días contados y será sustituido por el socialismo. Para ellos, la tesis marxista es correcta, la historia tiene su final establecido, el socialismo representa la nueva etapa, y es lo mejor para el pueblo. Esta "revelación" mayor no es discutible. La gran responsabilidad de sus líderes es saber conducir al pueblo al socialismo. Creen que si en algún momento un pueblo no coincide con sus líderes, a la larga comprenderá que ellos tenían la razón. Tras el desplome del socialismo real, la izquierda populista modificó su estrategia: acepta en un inicio las formas democráticas de la sociedad que aspira a sustituir, pero convencida de que la historia está escrita, destruye las formas parlamentarias: solo el líder y el partido saben guiar al pueblo.
Supongo que la Presidenta, al igual que Salvador Allende, socialistas y comunistas, cree que el socialismo está inscrito en el horizonte del país, que es superior al capitalismo y que su misión es acercarlo en alguna medida. Si no fuera así, no sería socialista. Por eso no debe extrañarnos la obstinación con que insiste en un programa impopular y de efecto desalentador. Los líderes que conocen el rumbo de la historia saben qué le conviene al pueblo, y aunque éste no los entienda hoy, a la larga sí lo hará. Quien siente nostalgia por la vida detrás del Muro y admira a Fidel cree de buena fe que su medicina es la adecuada, que quien conoce el curso de la historia sufre a veces la incomprensión temporal de quienes lo ignoran, pero que el futuro le dará la razón. Por ello, no hay nivel de desaprobación alguna que lo desaliente u obligue a rectificar. La cuestión no es medir qué siente una mayoría circunstancial sino contribuir a que la historia avance en la dirección de su utopía.