Columna BioBio Chile, 27.09.2025 Samuel Fernández Illanes, abogado (PUC), embajador ® y académico (U. Central)
Cuando fumar ya estaba prohibido en la ONU, un embajador chileno desafió los protocolos y encendió su cigarrillo frente a todos: don Pepe
En la actualidad, es imposible fumar en la sede de la ONU en Nueva York, que conmemora su octogésimo aniversario. Los musculosos guardias con sus uniformes celestes son implacables. Está bien: la campaña generalizada ha surtido efecto y los fumadores (como yo) somos considerados parias. No siempre fue así.
Desde sus inicios, la ONU proporcionaba a cada delegado, detrás del letrero con el nombre del país, un cenicero grande de vidrio color ocre, que se llenaba de colillas mientras los delegados participaban en las tensas reuniones. Dependiendo del caso y en largas sesiones de amanecida, las salas se llenaban de humo, lo que les daba un extraño tinte de club nocturno, pero sin tragos. Los que sabían, podían procurarse el humo en el bar de delegados. No había forma de aburrirse… hasta que llegó la prohibición.
Prohibido fumar en la ONU
Fue en tiempos del entonces secretario general U Thant (Birmania, 1961-1971), quien sucedió a Dag Hammarskold, fallecido en un accidente aéreo. La instrucción fue inmediata: los ceniceros fueron retirados. Los persistentes debían salir del edificio y afrontar el clima neoyorquino, húmedo y caluroso en verano, gélido en invierno, con un viento que paraliza. Desalentador para cualquiera.
Me encontraba colaborando con la Misión Permanente en Nueva York en esa Asamblea General de 1969, recién ingresado por concurso al Ministerio de Relaciones Exteriores y su servicio exterior.
Nuestro jefe de Misión era el embajador José Piñera Carvallo: muy activo, brillante, políglota y noctámbulo empedernido, capaz de llamarnos a cualquier hora del día o de la noche para solicitar gestiones. Hasta debimos esconder el teléfono (afortunadamente, no había celulares) entre almohadas para poder dormir de corrido. Pero siempre amable y generoso.
Desde su llegada, no pasó desapercibido. Ideó una estratagema que todavía se recuerda: pidió a las secretarias que, cada 15 minutos, lo llamaran al organismo, que entonces quedaba frente a nuestra delegación.
Se cumplió estrictamente, y en una secuencia de pocos minutos se escuchaba por los altoparlantes: “Ambassador Piñera, from Chile, is kindly requested to proceed to the delegate lounge” (Al Embajador Piñera, de Chile, se le solicita amablemente que acuda al salón de delegados). Y surtió gran efecto: cada vez que el Embajador se presentaba a alguien y decía en cualquier idioma: “Soy el Embajador Piñera”, por reflejo adquirido como muletilla, invariablemente le respondían: “From Chile”, aunque no lo conocieran.
Era un incansable fumador de largos cigarrillos con filtro. Siempre vestía azul oscuro, corbata negra y chaleco de tela color gris claro. Todos sus trajes y chalecos eran iguales, y todos siempre salpicados de cenizas por los constantes cigarrillos. La nueva prohibición le molestó enormemente: debía ausentarse para ir afuera, perder el hilo de la reunión, regresar, y a veces, cada media hora volvía a salir a fumar. Tampoco es una distancia corta: las salas están después de largos pasillos; hay que pasar por encima de los demás delegados, y a veces desde algún piso superior o un subterráneo. Un suplicio.
Como los ceniceros desaparecieron, ideó uno portátil: un envase de aluminio con tapa, donde se vendían productos como el bicarbonato en esa época. Siempre lleno, lo llevaba en el bolsillo de la chaqueta. Y no era lo único: también portaba resoluciones, documentos, discursos y cuanto papel hubiera. Era una biblioteca ambulante, aunque arrugada y doblada, que solo él conocía. Pero la prohibición de fumar seguía imponiéndose.
El truco que dejó a todos boquiabiertos
Por sorteo alfabético, a Chile le tocó un lugar privilegiado en la Asamblea de la ONU de 1969: la segunda fila de las delegaciones de tres filas de asientos, justo frente al podio de la Asamblea General. En ese lugar se sienta el presidente; a su derecha, el secretario general; y a su izquierda, el más alto encargado del plenario. Todavía es así.
Me tocó estar en los asientos de la segunda fila de la delegación. De pronto, ante la expectación de todos, Don Pepe Piñera sacó un cigarrillo y comenzó a fumar. Los guardias corrieron para impedirlo. Fue un momento de tensión y un verdadero bochorno.
Se produjo una escena muda, pero extraordinaria: sacó el envase, mostró el cigarrillo encendido a U Thant, que estaba frente a él, y este asintió con la cabeza. Era un practicante budista, siempre hierático, inmóvil, nunca hacía algún gesto. Era el primero que conocía.
Los guardias regresaron a su puesto y Don Pepe siguió fumando normalmente, y lo continuó haciendo en las reuniones, ante el asombro de todos. No conozco otro caso parecido, y creo no equivocarme si digo que ha sido el único habilitado para fumar en las salas. Ya no hay excepciones: hoy no se puede fumar en ninguna parte de las Naciones Unidas.