Columna El Líbero, 15.02.2025 Fernando Schmidt Ariztía, embajador (r) y exsubsecretario de RREE
Comenzando la carrera diplomática nos tocó servir en Ushuaia, Argentina, en la orilla norte del canal Beagle. Estimulado a tope por conversaciones sostenidas con el subsecretario de RR.EE., el entonces coronel Humberto Julio; con el director de la Academia Diplomática, embajador Mario Barros; con el historiador magallánico, Mateo Martinic, y con ese formidable humanista que fue don Armando Braun, partimos al remoto destino llenos de ilusiones y expectativas. Habíamos dejado momentáneamente atrás las tensiones con los vecinos y, mientras transcurría la Mediación de Su Santidad, debía contribuir a crear un clima de entendimiento a nivel local.
Fue de esta manera que llegué a querer entrañablemente ese rincón de Chile, que observaba diariamente desde la otra orilla del canal. Leí todo lo que caía en mis manos sobre la historia de esa Terra Australis. Admirables las lecturas de la epopeya de Lucas Bridges, narrada en “El último confín del mundo”; el compendio de las historias de las familias fundadoras de Ushuaia; los estudios de la antropóloga Anne Chapman sobre los pueblos fueguinos. Recuerdo también largas y enriquecedoras conversaciones con Natalie Goodall, bióloga; Oscar Zanola, el director del Museo del Fin del Mundo; con Alicia y Antonio Padín, navegantes, y muchos otros.
Me interesó particularmente la historia compartida con Argentina en esas lejanas latitudes. Esta se caracterizaba por la ansiedad de ambas capitales para establecer su soberanía en la parte sur de la Patagonia. No obstante, el epicentro estaba en Punta Arenas. De allí partía el desarrollo lobero, ballenero, pesquero, minero y, luego, ovejero o comercial. La ciudad surtía a la macrozona, a los dos países, de servicios financieros, navieros, educativos, espirituales. Era la capital de verdad. Allí se consolidaba una colonización de sello occidental, llena de claroscuros, con gente venida de tierras lejanas que describe Gabriela Mistral en Desolación: “Los barcos cuyas velas blanquean en el puerto/ vienen de tierras donde no están los que son míos. / Sus hombres de ojos claros no conocen mis ríos/ y traen frutos pálidos, sin la luz de mis huertos.”
Esos tiempos se evaporaron progresivamente con la apertura del canal de Panamá en 1914. Punta Arenas perdió prestancia al depender de pocos sustentos económicos. La ganadería ovina disminuyó en relevancia desde los años 20 del siglo pasado y la Tierra del Fuego quedó virtualmente en manos de una única empresa. Muchos de los magallánicos decidieron emigrar a otras partes de Chile o Argentina. Con el descubrimiento del petróleo en 1945 y la presencia de la Armada, el Estado se convirtió en el principal sustento de esa inmensa región.
No obstante, si aplicamos las medidas adecuadas, nos aguarda un futuro prometedor a pesar de los tiempos inciertos que vivimos. Magallanes, y particularmente la Tierra del Fuego, deben convertir su desarrollo futuro a partir de la preeminencia de un eje norte-sur, como antiguamente lo fue el del este-oeste, es decir, del Atlántico al Pacífico, que sigue siendo un elemento importantísimo y muy desafiante desde la perspectiva geopolítica.
El eje norte-sur apunta, evidentemente, hacia la Antártica, donde el mes pasado dimos un crucial paso con la llegada del presidente de la República al Polo Sur en el marco de la Operación Estrella Polar III, en la que Chile demostró que posee capacidades logísticas complejas, además de querer asentar una política de Estado. Recuerdo los esfuerzos del expresidente Piñera que llegó hasta Glaciar Unión y cómo en su primera administración sacó la política antártica nacional de una virtual parálisis. Todos los mandatarios chilenos futuros deberían dar un paso en esta dirección para ir marcando presencia y compromiso con nuestros derechos.
A la epopeya del Polo Sur se suma la esperada nueva licitación del Centro Antártico Internacional (CAI) este año, que en su audaz diseño y junto a sus laboratorios, museo interactivo, acuario, experiencias climatológicas, salas de divulgación y su integración a un hub de ciencia, cultura y turismo antártico, transformará a Punta Arenas en un referente mundial del continente y de nuestra relación con éste.
En esta misma línea, es encomiable lo que hacen empresas privadas como Antarctica 21 con sus líneas navieras y The Explorer House; Aerolíneas DAP; Antarctic Logistics and Expeditions LLC; Australis, etc. Todas ellas, apelan a un público de alto poder adquisitivo, mayoritariamente extranjero, por lo que el desafío ahora, desde una perspectiva nacional, es aproximar a nuestros ciudadanos a su realidad antártica. Confío en que la construcción del CAI no se retrase más, y que los empresarios privados acerquen la Antártica de manera progresiva a nuestros connacionales. Esto último pasa por crear conciencia, masivamente, sobre el futuro del Chile continental con el Chile antártico, estimulando la demanda. Al mismo tiempo, debemos dotarnos de infraestructura física y de seguridad, ayudando a estimular la oferta. Donde haya rentabilidad, las licitaciones a privados deben explorarse, incluyendo el puerto de Punta Arenas, obra urgente y reclamada durante décadas. ¡No es posible el uso de lanchas para el desembarco de los pasajeros de los cruceros!
Más al sur, sobre el canal Beagle, son buenas noticias el incremento de un 15% en las recaladas de cruceros en Puerto Williams durante esta temporada, la inauguración del terminal de pasajeros en el aeródromo de esa ciudad y la licitación para la ampliación de la pista. Es muy positivo, también, el anuncio de la construcción de un hotel de 150 habitaciones de lujo por parte de la empresa Silversea. Esto debiera estimularnos a buscar, con mayor determinación, el incremento de días de estada de pasajeros en la isla Navarino, agregando destinos que son hitos mundiales.
Uno de estos tiene que ver con mejores accesos a Bahía Orange y al Cabo de Hornos, lugares llenos de historia. Otro, con la epopeya darwiniana en 1834, cuyo epicentro estuvo en Caleta Wulaia, a la que se llega únicamente por mar. Allí se ubicó el asentamiento más relevante del pueblo yagán y donde Darwin experimentó una mezcla de terror y desesperanza al describirlos como seres tan distantes del mundo civilizado que “difícilmente (se) puede creer que son criaturas semejantes y habitantes del mismo mundo”. Sin embargo, el escocés intentó con ellos una fracasada e inocente labor civilizadora de acuerdo con los tiempos que se vivían. Fue en Tierra del Fuego donde, según Janet Owen, directora ejecutiva de The Earth Museum, se despierta en Darwin el interés por “lo desconocido, la maravilla, la extrañeza, la emoción, los descubrimientos y tal vez el miedo”. No son muchos los kilómetros que faltarían para unir la Y-905 con Wulaia. Se trata de ir ocupando la isla y rodearla con un camino de cintura que la recorra íntegramente, de Williams a Caleta Eugenia y Puerto Toro. De allí a las bahías del sur y, finalmente, a Wulaia y Puerto Navarino.
Otro desafío es el de la integración con Argentina para complementar la actividad turística en ambas partes, ya que compartimos una misma geografía. El Comité respectivo se reunió en Punta Arenas en mayo del año pasado, pero seguimos con problemas de practicajes a la entrada de Ushuaia, y debemos buscar una solución al tema de los “veedores militares” para sobrevuelos turísticos argentinos. Es decir, aunque algo hemos avanzado, seguimos entrampados en los mismos temas de mediados de los años 80 del siglo pasado, cuando serví allí.
Chile está avanzando en el eje norte-sur en el extremo austral. Sin embargo, pienso que el gobierno debe tener una mirada integral y de largo aliento hacia los temas antárticos y subantárticos para configurar una política acorde con un nuevo reparto del poder mundial, donde los pasos interoceánicos, el desarrollo austral y la Antártica adquieren una importancia estratégica.