Díaz-Canel, el ortodoxo que no hace ruido

Perfil
El País, 18.04.2018
Juan Jesús Aznarez
El sustituto de Raúl Castro no es un mártir por la libertad de Cuba ni el pluripartidismo

Los gobiernos y sociedades que reclaman una transición democrática en Cuba, desearían que el nuevo presidente, Miguel Díaz-Canel, fuera un apóstata, que jurara en falso. Toda la Unión Europea y la mayoría de la Asamblea General de la ONU aplaudirían que el ingeniero de 57 años que sustituye a Raúl Castro al frente de las Fuerzas Armadas y los consejos de Estado y de Ministros, prometiera respetar los principios fundamentales de la revolución de 1959, y progresivamente abjurase de ellos: que fuera el Adolfo Suarez antillano pilotando una transición hacia el pluralismo. Observando el gesto adusto del discreto apparatchik, su carácter, incompatible con los atrevimientos políticos, y una trayectoria ortodoxa en el Partido Comunista (PCC), no es previsible la apostasía.

Nacido el 20 de abril de 1960 en Placetas, provincia de Villa Clara, bisnieto de un asturiano de Castropol, casado dos veces y con dos hijos de su primer matrimonio, Miguel Mario Díaz-Canel templó ideología en las juventudes comunistas. Entre 1994 y 2003 fue secretario del partido en la provincia de Villa Clara, pero los comandantes de la Sierra Maestra observaron que tenía madera de dirigente, que cuadraba con el perfil adecuado para liderar, en su día, un relevo generacional confiable. Le gustaban los Beatles y la revolución. Se convirtió en un cuadro bendecido por el sanedrín del régimen, apadrinado por su mandamás, por Raúl Castro.

Su ascensión a los cielos del régimen fue rápida, casi meteórica. El general lo incorporó en 2003 al buró político del PCC, donde se toman, cuecen, las decisiones importantes, y siguió su formación como secretario del partido en la provincia de Holguín. Seis años después, es convocado al palacio para comunicarle su nombramiento como ministro de Educación. En 2012, nuevo salto hacia arriba: vicepresidente del Consejo de Ministros. Un años después, el máster en gobernanza revolucionaria y el siglo XXI se completa con el cargo de vicepresidente del Consejo de Estado.

No es un pipiolo en asuntos orgánicos, sabe de intrigas, y hay quien le tiene por intrigante, ni parece hombre quebradizo porque de haberse sospechado que lo era otro sería su destino. Dirigentes que parecieron haberse dejado tentar por los cantos de sirena de quienes les animaban acelerar la democracia en Cuba, continúan en el ostracismo, viviendo de la caridad revolucionaria. Carlos Aldana, Carlos Lage, Felipe Pérez Roque, y otros ministros y vicepresidentes, que fueron contertulios de los hermanos Castro durante muchos años, cayeron en desgracia cuando se les sorprendió coqueteando con las democracias occidentales, con "las mieles del poder", según explicó en su día Fidel Castro. El castigo de Lage, de 65 años, otrora vicepresidente del Consejo de Estado, fue relativamente digno: consistió en encargarle la campaña contra el mosquito Aedes aegypti en un policlínico en un municipio habanero. Otros no tuvieron esa suerte.

Díaz-Canel es de otra pasta. No es un advenedizo, ni un improvisado, ni un mártir por la libertad de Cuba y el pluripartidismo. Su hoja de ruta hacia el futuro está por ver, pero la recorrida en los circuitos del partido y las instituciones no permite aventurar en sus planes ni traiciones a la causa, ni propuestas por libre. Ha prosperado sin correr, sin iniciativas heterodoxas porque no hacía falta, su destino estaba marcado. Se movió con un perfil bajo, como le recomendaron sus padrinos, y el recuerdo de compatriotas que llegaron muy alto, pero fueron defenestrados de un día para otro.

Nunca se desvió de los dogmas ideológicos, ni se le conocen propuestas reformistas temerarias. El pasado 11 de marzo, durante las elecciones para diputados de la Asamblea Nacional (Parlamento) rindió homenaje a la “generación histórica que nos ha conducido y que forjó la revolución”. Deberá convivir con varios octogenarios fundacionales, comandantes de la Sierra Maestra y de los viejos preceptos.

El discurso de Díaz-Canel ha sido ortodoxo, previsible, adscrito al imperativo de siempre: “Con la revolución todo, contra la revolución, nada”. Quienes incumplieron el mandamiento o lo interpretaron a su manera acabaron en el exilio, la cárcel o en tierra de nadie. Apenas implicado en el activismo político, no ha dudado en salir al paso de los digitales que considera hostiles, calificados de herramientas contrarrevolucionarias, socialdemócratas, que en la nomenclatura del partido es parecido. Lo subrayó en un vídeo difundido en Internet en 2017 que recogía un reunión del PCC. Se le vio arremetiendo contra los “proyectos subversivos” supuestamente promovidos por portales de prensa independientes, y contra las fuerzas ocultas que pretenden aupar al medio millón de emprendedores cubanos hasta convertirlos en quintacolumnistas.

El nuevo jefe de gobierno, con el acompañamiento de Raúl Castro en la secretaria general del PCC, mantendrán bloqueada la apertura política, y sofocarán cualquier intentona para forzarla. El objetivo común es el bienestar social sin apertura política, con el PCC al mando sin competencia, y las reformas económicas para captar inversiòn extranjera, y desmantelar poco a poco las paquidérmicas y ruinosas empresas estatales. Su primer reto será la unificación monetaria, una sola moneda convertible, equiparable al dólar.

Díaz-Canel envidia el desarrollo vietnamita y parece dispuesto a seguir su senda. Podrá intentarlo durante un máximo de dos mandatos, diez años. Hasta 2021, Raúl Castro le observará desde la cúspide del partido, atento a su desempeño, concediendo tiempo y confianza.

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