Columna El Dínamo, 14.04.2024 Juan Pablo Glasinovic, abogado, exdiplomático y columnista
Desgraciadamente el flagelo de la guerra pisa fuerte y genera mucho sufrimiento, tanto por las muertes y heridas directas que genera, como por su destrucción y consecuencias económicas y sociales como el empobrecimiento y hasta hambrunas, desplazamientos forzosos, separación de familias, etc. En suma, efectos y cicatrices que se prolongan por años y memorias y resentimientos que perduran aún más, muchas veces detonando otros episodios de conflicto.
Como en todas las cosas, hay categorías de guerra, en el sentido de su impacto en el entorno e influencia en el sistema internacional. Entre las que están redibujando el mapa del poder mundial, encontramos los conflictos en Ucrania y en Gaza. En esta ocasión entonces me permitiré hacer un análisis de ambos, incorporando distintas variables y por supuesto comparándolos, siempre desde mi personal saber y entender.
La guerra en Ucrania, aunque inesperada en cuanto a su oportunidad, mirada en perspectiva, es el corolario de una lógica neoimperialista, con el presidente Putin sintiéndose como el heredero de los principales gobernantes de Rusia (todos expansionistas) en sus distintas manifestaciones (como la URSS): Iván El Terrible, Pedro el Grande, Catalina La Grande, Stalin.
Es la primera guerra formal en Europa desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (en los 90s estuvo la “guerra civil” que terminó en la disolución de Yugoslavia y la escisión de Kosovo) y busca redibujar las fronteras. Para Putin Ucrania no existe y debe retornar a Rusia.
Esta guerra es esencialmente producto de un gobernante y de sus designios, que arrastró forzosamente a su país en esta aventura. La víctima es un estado imperfectamente democrático que aspiraba a integrarse cada vez más a Europa y, por lo tanto, alejarse de esa Rusia que bajo Putin ha vuelto a ser un régimen opresivo.
La asimetría entre ambas partes es muy grande desde todo punto de vista en favor de Rusia, pero Ucrania ha dejado en evidencia que no es una ficción como esgrime Putin, defendiéndose bastante exitosamente.
En suma, este es un conflicto clásico, detonado principalmente por la voluntad de un gobernante y que aspira a reconfigurar el mapa europeo y a reforzar el poderío ruso regional y globalmente. Adicionalmente, hay una pugna entre un régimen autoritario y con visos cada vez más totalitarios, y uno democrático (a pesar de sus imperfecciones), lo que eleva lo que está en juego. No solo es territorio, es también un sistema político y los valores (o antivalores) que lo sostienen.
En el caso de la guerra en Gaza, se originó por un acto terrorista masivo en Israel por la organización Hamas, lo que desató una respuesta militar israelí. También se da en una región del mundo caracterizada por su inestabilidad y múltiples conflictos desde la Segunda Guerra Mundial.
Gaza es un pequeño territorio de casi 400 km2, en el cual viven más de dos millones de palestinos. Desde que Israel evacuó este territorio en 2005 y Hamas tomó el poder al año siguiente, se convirtió una zona cercada, con la restricción casi total para que los gazatíes pudieran salir, malviviendo con un desempleo de al menos el 50%, sin casi producción de cualquier tipo y totalmente dependientes de los alimentos, insumos, agua y energía que se dejaba pasar desde Israel fundamentalmente. Desde 2006, en que Hamas estableció su férreo control, ha habido varios episodios de violencia con Israel, pero ninguno había implicado la invasión del territorio.
En esta oportunidad ha sido distinto. La magnitud de la incursión terrorista de octubre del año pasado desencadenó una reacción militar total que perdura hasta hoy. En este caso, no estamos ante un conflicto clásico entre estados, aunque hay algunos elementos de fondo en esa línea considerando la dinámica Israel-Palestina. Es un estado contra un territorio regido por una organización. Pero acá al nacionalismo se suma la religión y la etnicidad, o sea la más tóxica de las combinaciones.
Al igual que en el caso Ucrania-Rusia, hay un choque entre un régimen democrático (Israel) y una dictadura (Hamas). También hay una tremenda asimetría entre las partes, siendo Israel una potencia militar.
Ambos conflictos concitan el interés y la preocupación mundial y ambos, como dije, pueden generar cambios significativos en el entorno. Por supuesto, las potencias han tomado partido. En el caso de la guerra en Ucrania, Occidente y sus aliados se han alineado con Ucrania, mientras otras potencias como China e Irán lo han hecho con Rusia. Estados Unidos ha sido decisivo en el soporte militar y económico de Ucrania, alineando a los europeos en esa dinámica, aunque en los últimos meses y por el bloqueo republicano, la ayuda militar prácticamente se ha interrumpido. Eso se ha reflejado en el terreno, permitiendo a Rusia tomar la iniciativa, básicamente por la falta de pertrechos de Ucrania.
En el caso de Gaza, tras al acto terrorista, Estados Unidos y sus aliados tradicionales apoyaron a Israel incondicionalmente, pero a medida que pasan los meses y a la luz de los numerosos crímenes de guerra cometidos por las tropas israelíes, este apoyo se está debilitando.
Mientras Ucrania es mayoritariamente percibida como la víctima y ha mantenido, también mayoritariamente, la percepción de legitimidad en su lucha, en el caso de Israel, ese concepto ha ido cambiando. De víctima, la imagen ha mutado a agresor.
El elemento de la legitimidad es fundamental en la guerra y en la política, no solo porque moviliza, sino también porque genera mejores condiciones para quien es percibido detentándola. Por lo tanto, no es lo mismo ganar una guerra de la mano de la legitimidad que sin ella.
Israel militarmente puede estar cumpliendo sus objetivos de corto plazo, pero reputacionalmente se está infligiendo un profundo daño. Una cosa es luchar contra terroristas y otra es bombardear indiscriminadamente a la población civil. Las cifras de muertos hablan por si solas y las imágenes, incluyendo las satelitales del yermo en que está convertido lo que era un centro poblado, son impresionantes.
Lo que pudiera ser la neutralización de un enemigo actual, por la forma en que se está haciendo está incubando un peligro mucho mayor para la seguridad de Israel.
Estados Unidos puede ser decisivo en evitar la derrota de Ucrania y todas sus consecuencias. Su inacción actual, que puede convertirse en permanente si gana Trump, si no se traduce en una fuerte reacción europea, significará un desenlace favorable a Rusia y, por ende, el tránsito hacia una mayor inseguridad en Europa, con la posibilidad de otro conflicto en el horizonte, incluyendo una fuerte erosión en el liderazgo norteamericano.
El triunfo de Rusia, que puede ser desde absorber los territorios que ya controla hasta la anexión total, dejará a ese país a las puertas de la UE y de la OTAN sin zona intermedia real. Junto con la anexión territorial se fortalecerá el autoritarismo de Putin y su atractivo para otros, incluyendo los europeos. Pero, lo más preocupante es que deja abierta la posibilidad de otra guerra, la que sería mucho mayor.
Si Rusia es contenida y dependiendo de su derrota, el escenario podría ir desde un regreso al statu quo anterior, pasando por el cambio de régimen y la escisión de ciertos territorios desde Rusia. O sea, cualquiera sea el desenlace, con toda probabilidad cambia el cuadro actual. La pregunta es cuál será el derrotero.
En el caso del conflicto en Gaza, Estados Unidos, a diferencia de con Ucrania, ha dado su apoyo irrestricto a Israel incluyendo el suministro de armas. Eso se debe al histórico apoyo transversal que concita ese país. Sin embargo y considerando el comportamiento de guerra total que impulsa el primer ministro Netanyahu, y que pasa a llevar todas las normas humanitarias, también está afectando la reputación de Estados Unidos como una potencia democrática y que promueve el respeto a los Derechos Humanos.
Una triste coincidencia en todo esto es que tanto Rusia como Israel, una dictadura y una democracia, por igual han debilitado el Derecho Internacional Humanitario, en función de una guerra cuyo propósito es aniquilar al enemigo sin consideración alguna. Esto quizá sea el efecto más ponzoñoso de ambos conflictos y si Occidente, en el caso de la guerra en Ucrania, aparece defendiendo el respeto al Derecho Internacional, en el caso de Gaza-Israel aparece en la posición contraria. Esa contradicción tan flagrante ha sido fatal para el sistema multilateral y su pilar del Derecho Internacional.
Hay ahí una campanada de alarma para las democracias, incluyendo a la israelí y a su sociedad, con preguntas profundas. ¿Se trata de castigar a una organización terrorista o a todo un pueblo? ¿Es venganza o justicia? ¿Debe haber una diferencia de aproximación entre una organización terrorista y un gobierno democrático, o todo vale?
El conflicto en Gaza puede extenderse a toda la región (al momento de escribir esta columna Irán estaba enviando drones contra Israel y Hezbolá también incrementó sus ataques) y Estados Unidos que estaba de salida de esta zona, podría verse arrastrado a una conflagración mayor.
Para ir cerrando, ambas guerras pueden derivar en peores escenarios. Una forma de evitar esto, pasa por la coherencia en torno a ciertos principios. En la Segunda Guerra Mundial Occidente luchó por la libertad y el respeto a los Derechos Humanos y venció. El orden que estructuró se fundó en esos pilares. En estas dos guerras se está en juego la misma cuestión. Pero si a final quienes dicen que promueven la libertad y el respeto a los derechos esenciales incurren en las mismas conductas que quienes solo quieren el poder por el poder, entonces estamos muy mal aspectados.