Ecuador o el derecho a intervenir

Columna
El Líbero, 13.04.2024
Fernando Schmidt, embajador (r) y exsubsecretario de RREE

Los tiempos de cambio que vivimos en el mundo también ensombrecen las relaciones entre nosotros, los latinoamericanos. No recuerdo en nuestra historia reciente una violación a una representación diplomática autorizada por el presidente de un país democrático, sin la anuencia del jefe de Misión de otra democracia. Igualmente, era muy infrecuente que las diferencias ideológicas entre los gobiernos fueran aireadas por los presidentes en abierto intervencionismo. Lo ocurrido entre México y Ecuador rompe esta forma de convivencia y repercute negativamente en toda la región, forzándonos a alinearnos con las partes y no con la verdad.

La irrupción de las fuerzas de orden ecuatorianas en el local de la embajada mexicana en Quito para apresar al exvicepresidente de Rafael Correa, Jorge Glas, autor de diversos robos y con condena ejecutoriada en un estado de derecho es, sin ninguna duda, un hecho condenable. La resolución del Consejo Permanente de la OEA del miércoles expresó el profundo malestar de todos los estados miembros por esta violación de una norma básica del derecho internacional. La aplastante votación traspasó todo el arco ideológico de los Estados miembros. Esto mismo hace pensar que, difícilmente, otro país intentará a futuro una maniobra semejante a la del presidente Daniel Noboa.

Es probable que el Mandatario ecuatoriano haya tenido en cuenta un plan de fuga del reo. Sin embargo, a pesar de todo no era ni es posible condonar esta irrupción. En ese supuesto podría haber recurrido a la justicia internacional.

Dicho lo anterior, sí son preocupantes las frecuentes injerencias de los mandatarios mexicano, colombiano, venezolano y de otros más en los procesos electorales o en el desarrollo político de sus “hermanos” cuando no se ajustan a sus propias ideas. El presidente de México, Andrés Manuel López Obrador (AMLO) apostaba a que en las elecciones generales ecuatorianas del 15 de octubre del año pasado ganara Luisa González, representante del “correato”, su sector político, pero perdió. Desde entonces, ha complotado en contra de Noboa junto a Rafael Correa, el expresidente, tan responsable como Glas por desfalcos varios, hoy exiliado en Bélgica para escapar de la justicia de su país. Desde octubre AMLO ha acogido en México a otros prófugos en situación similar.

La dupla de AMLO y Correa prepararon la entrada a la embajada de México del exvicepresidente Glas en diciembre. El reo se encontraba desde entonces en calidad de “huésped”, figura inexistente en las normas que rigen el asilo. Pudo haberse negado a ello al ser Ecuador un estado de derecho, tal como Uruguay lo hiciera con el expresidente peruano Alan García en 2018. No lo hizo. Luego, el mexicano afirmó públicamente que Noboa ganó las elecciones gracias al asesinato del candidato Fernando Villavicencio, insinuando que el ecuatoriano pudo haber estado detrás de ese crimen. Noboa reaccionó expulsando a la embajadora de México en Quito. Casi de inmediato, violando convenciones internacionales, AMLO decidió otorgarle asilo político al convicto Glas, desacreditando al Poder Judicial ecuatoriano y a la institucionalidad en general.

El envío de un avión militar mexicano para recoger a la embajadora expulsada evocaba la aeronave que se llevó a Evo Morales a México después de que éste intentara maniobrar burdamente las elecciones bolivianas de 2019. A la salida de la embajadora, siguió la desafortunada irrupción de las fuerzas de orden ecuatorianas en la embajada mexicana; el rompimiento de relaciones con Ecuador por parte de AMLO, y los recursos a la OEA, CELAC, ONU y Corte Internacional de Justicia.

¿Qué queda en evidencia de todo esto? En primer lugar, el carácter intervencionista del actual presidente de México, que también desconoció en su día a la legítima presidenta peruana, Dina Boluarte; validó el intento de golpe de estado de su predecesor, Pedro Castillo, que intentó llegar hasta la embajada mexicana en Lima; y paralizó por meses la Alianza del Pacífico. En segundo lugar, que para AMLO la diversidad ideológica no tiene cabida en América Latina. Las relaciones de México se manejan conforme a las preferencias ideológicas del presidente. En tercer lugar, el carácter imperial azteca que quiere seguir humillando a la democracia ecuatoriana, que complota junto a sus socios y manipula a otros usando su enorme grado de influencia. En cuarto lugar, la condescendencia total con los gobiernos o tendencias dictatoriales que asoman en nuestra región en la medida que le sean funcionales. En quinto lugar, la total inconsistencia del México actual entre el discurso y los hechos. La democracia es meramente instrumental a AMLO. No ha dicho una sola palabra sobre la grosera farsa electoral venezolana que se avecina, por ejemplo. En la misma línea, la construcción de una región unida no está más que en los discursos, como lo demuestra el vulgar uso de la CELAC. El respeto de López Obrador por las normas que rigen el derecho de asilo es mero discurso.

AMLO no está sólo en este juego. Hace tiempo que el Foro de São Paulo y el Grupo de Puebla marcaron para nuestra región una pauta ideológica, confrontados luego por el grupo IDEA o Libertad y Democracia. De este modo, de la mano de las redes sociales ha surgido en las relaciones entre nuestros países una diplomacia presidencial directa, orientada al público interno y no a la construcción positiva de una región. Una retórica para insultar más que para edificar una América Latina con altura de miras. López Obrador es parte de la nueva “diplomacia” de los insultos.

Lo grave es que este incidente bananero, como lo califica el excanciller mexicano Jorge Castañeda, ocurre en medio de desafíos como la polarización mundial, el auge del crimen organizado en la región, la creciente inseguridad del ciudadano, el deterioro de nuestras instituciones, el cambio climático, etc. En este contexto palabras como “hermandad latinoamericana” o “espíritu de integración” son ahora mismo una tomadura de pelo.

Ambos gobiernos, el de México y el de Quito, se envuelven hoy en la bandera nacionalista con réditos internos. Para Noboa, es crucial ganar el referéndum del próximo 21 de abril que le permita emprender una serie de reformas constitucionales sobre seguridad, empleo, justicia y otras. El presidente necesita una mayoría contundente entre los 13,6 millones de votantes. El incidente con México le vino como anillo al dedo y un eventual triunfo puede servirle como plataforma para las elecciones generales dentro de un año. Según una reciente encuesta realizada por la empresa Comunicaliza, en las preguntas relacionadas con temas de seguridad el respaldo a Noboa es abrumador, llegando hasta el 85%. En las demás roza el 50% con alto número de indecisos.

Para AMLO, es crucial mantener el honor de México para su prestigio interno y de cara a las elecciones generales del 2 de junio. Quiere recuperar la dignidad mexicana “nuevamente mancillada” e infligirle una derrota con cara de humillación al Ecuador en todos los foros posibles. Parece que es el hígado y no la cabeza la que prevalece en la toma de decisiones.

Las cosas están situadas, por ahora, en el terreno de la política “biliar” y pasará cuando ésta lo permita. En mi opinión, después de que asuma un nuevo gobierno en México el 1 de octubre. Entonces será el tiempo de la diplomacia, la que no sólo tendrá que restaurar los lazos quebrados entre los dos países, sino enfrentar paralelamente su no repetición al repensar el asilo diplomático, castigar el intervencionismo y las provocaciones presidenciales, acabar con liderazgos politizados en la CELAC… para comenzar a conversar.

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