El filósofo de cabecera de Putin

Columna
El Mercurio, 07.05.2022
Heraldo Muñoz, ex ministro de RREE

¿Quién es el inspirador ideológico de Vladimir Putin? Esta es una interrogante que muchos se hacen para entender la guerra de invasión que ha desencadenado contra Ucrania, y su visión de la Rusia presente.

Habiendo sido agente de la KGB, el servicio de inteligencia de la ex Unión Soviética (URSS), se pensaría que entre los inspiradores de Putin están los líderes de la revolución bolchevique. Sin embargo, el presidente ruso ha criticado ácidamente a estos, afirmando que “Lenin y sus camaradas actuaron de manera verdaderamente poco delicada con Rusia”. Para el timonel del Kremlin, los dirigentes de la Revolución de Octubre habrían sido responsables de crear las condiciones para la independencia de Ucrania.

Entonces, ¿quién es el referente de Putin para orientar su visión geoestratégica y su concepción del ethos ruso?

El filósofo fascista Ivan Ilyin sería la figura más admirada, y recomendada a su entorno, por Putin. Ilyin, nacido en una familia de la nobleza rusa, se transformó en un activo contrarrevolucionario con posterioridad a la revolución bolchevique de 1917 y terminó exiliado en Berlín. Después de la desaparición de la URSS, con el surgimiento de la Federación Rusa, sus libros comenzaron a circular y sus ideas cristiano-fascistas fueron ganando adeptos. En 2011, sus ideas y figura fueron difundidas por un documental exhibido en la cadena estatal de televisión. Putin incluso organizó un nuevo funeral y entierro de sus restos en 2005, e hizo recuperar los documentos personales del filósofo, archivados en la Universidad Michigan State de EE.UU.

Putin ha citado reiteradamente a Ilyin en sus alocuciones presidenciales ante el Parlamento ruso. En 2014 los miembros del partido gobernante y todos los servidores públicos recibieron una colección de los escritos políticos de Ilyin, cortesía del Kremlin.

Timothy Snyder, en su celebrado libro “The Road to Unfreedom”, analiza el pensamiento de Ilyin señalando que este consideraba al fascismo la política del futuro y admiraba a Benito Mussolini y a Adolf Hitler. El filósofo ruso observaba que el nazismo es sobre todo una expresión de “espíritu” que debía ser imitado por los rusos, y se refería a sus camaradas rusos blancos exiliados como “mis hermanos blancos, fascistas”. Para Ilyin, la revolución había dañado la débil autoestima de los rusos. Consideraba que el comunismo había sido infligido a una Rusia inocente por un Occidente decadente; una seducción perpetrada por extranjeros de la cual algún día Rusia se liberaría con la ayuda del fascismo cristiano.

Ilyin pensaba que el mundo contemporáneo de “hechos y pasiones” carece de sentido. El mal comienza con los seres humanos —sostenía— evidenciando que la individualidad y la fragmentación empírica de la existencia humana demostrarían que el mundo es defectuoso. A diferencia de Occidente, dominado por los hechos y las pasiones, Rusia retenía un “espíritu” subyacente que evocaba la “totalidad” divina perdida por la individualidad corrupta y pasajera. El filósofo visualizaba la nación rusa como a una criatura, “un organismo de la naturaleza y del alma”, carente de pecado original.

Illyin escribió que Ucrania no tenía existencia separada del organismo ruso. La Patria rusa supuestamente estaba libre del flujo del tiempo. El filósofo pensaba que Rusia experimentaba ciclos de ataque y defensa; si era atacada, se trataría de una agresión del mundo externo sobre la inocencia rusa, o bien se trataría de una justificada respuesta rusa ante una amenaza. Desde su conversión al cristianismo, Rusia había experimentado casi mil años de “sufrimiento”, y toda batalla librada por Rusia habría sido defensiva.

La política es “el arte de identificar y neutralizar al enemigo” —sostenía— y Rusia tiene enemigos porque es la “única fuente de la totalidad divina”. El redentor tiene la obligación de hacer la guerra escogiendo cuál impulsar.

Para Ilyin, la “arbitrariedad” —proizvol, en ruso, palabra repudiada por los reformistas— es patriótica y justifica la existencia de un gobernante único para el objetivo de la redención nacional. Su concepto de “conciencia legal” le permitiría al pueblo ruso experimentar la pretensión arbitraria de acceso al poder como algo legal. Denigraba los llamamientos de actores extranjeros en favor de la “democracia formal”, sostenía que Rusia debía encontrar su propia y original forma de gobierno, e imaginaba un líder —preferentemente monárquico— como un “dictador nacional”. El líder, según Ilyin, debía ser “suficientemente varonil”, como Mussolini, y debía inspirarse en el espíritu de totalidad y no en motivaciones personales o partidarias.

El pensamiento de Ilyin ayuda a entender la noción de que, para Putin, Europa Occidental y EE.UU. —y, por cierto, la OTAN— conforman el enemigo de una Rusia eternamente amenazada. Los trabajos de Ilyin le han permitido a Vladimir Putin representar la política internacional como un debate sobre amenazas espirituales y existenciales. Y las ideas de Ilyin harían suponer que la guerra en Ucrania podría extenderse desde el sureste ucraniano a la región de Transnistria de Moldavia, intención declarada por un general ruso, debido a la opresión que sufriría la población rusoparlante mayoritaria en esa zona rebelde de Moldavia. La sombra de Ivan Ilyin continúa y parece extenderse.

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