El Grupo de Puebla al acecho en Brasil

Columna
El Líbero, 24.02.2024
Fernando Schmidt Ariztía, embajador (r) y exsubsecretario de RREE

En 1947 el Reino Unido se apuraba por abandonar Palestina, territorio que administraba desde 1922. Las fricciones entre las comunidades árabe y judía se le hacían inmanejables. Los ingleses habían incumplido demasiadas promesas a ambos bandos y el traspaso de esta situación a la recién creada Organización de las Naciones Unidas aparecía como una salida. Internacionalizaron el tema mientras escapaban por la puerta trasera. El holocausto judío a manos de los nazis recién derrotados en la II Guerra Mundial y las persecuciones en Europa oriental actuaban como telón de fondo.

La Asamblea General de la ONU era presidida entonces por el político y diplomático brasileño, Oswaldo Aranha. En una sesión especial ésta se propuso estudiar el tema y acordó en la resolución 181 la división de Palestina en dos estados, uno judío y otro árabe: la misma que el G20 endosa hoy. Este poderoso “gaúcho” se empeñó personalmente en dicha solución contrariando incluso la posición de su gobierno. El representante de Chile se abstuvo. La división del territorio no fue del agrado de los árabes, pero los judíos hasta hoy le agradecen a Aranha su contribución para legitimar el Estado de Israel, nacido al año siguiente, cuando el Mandato Británico de Palestina llegó a su fin.

Traigo a colación este capítulo de la historia como contrapunto a la situación actual, provocada por declaraciones destempladas del presidente Lula, que calificó de “holocausto” la ofensiva de Israel contra Hamas. Si hay algo sensible al pueblo judío, real víctima de una tragedia que costó la vida de más de seis millones de personas es esta comparación.

Casi todos los medios y analistas brasileños han condenado las expresiones de su presidente. Algunos han dicho que fue un grito de dolor emocional ante la ofensiva en Gaza, pero realmente nadie lo ha defendido. Se le ha acusado de arrogante, al no reconocer hasta ahora el error; ignorante, por no distinguir el verdadero holocausto de la tragedia actual; inoportuno, porque les quita piso a las válidas críticas brasileñas ante la gravedad del costo humanitario de la acción israelí en Gaza; humillante, porque la reacción israelí, insolente y sorprendente, vejó al presidente y al embajador brasileños; e irresponsable, porque no se hace diplomacia bajo un prisma partidario.

En estos momentos los servicios exteriores de Brasil e Israel están buscando una salida, poniéndole paños tibios a una situación que dentro de poco esto será un incidente sin mayor trascendencia. Un exabrupto de la historia en ambos lados.

Sin embargo, al decir del politólogo brasileño Luis Felipe D’Avila, la diplomacia es el “arma de una política de Estado y no una política militante”, y los “gustitos” ideológicos hay que pagarlos. De eso el presidente nuestro ya tiene alguna experiencia con el propio Estado judío.

Para Malú Gaspar, columnista de O Globo, las declaraciones de Lula estarían en consonancia con el pensamiento del Asesor Especial para Asuntos Internacionales de Planalto, Celso Amorim, uno de los fundadores del Grupo de Puebla quien expresó que Lula “sacudió el mundo y desencadenó un movimiento de emociones” que a su juicio podría ayudar a resolver el conflicto de Gaza. Amorim quiere utilizar el prestigio de Brasil para avanzar hacia posiciones independientes, en consonancia con su interpretación del mundo en desarrollo, lejos de las posturas occidentales. Según su visión de las relaciones internacionales el país debería servirse de los BRICS para desafiar coordinadamente el dominio de las grandes potencias occidentales y “correr la línea” hacia reformas estructurales globales.

Gaspar cita en su artículo al profesor de relaciones internacionales de la Fundación Getulio Vargas, Matías Spektor. Para éste, la doctrina Amorim que explica la política exterior de Lula, presenta fisuras que, a mi juicio, no podemos dejar pasar los chilenos. Por ejemplo, al estirar la cuerda antioccidental avala tácitamente a los dictadores que censuran la libertad, temen la democracia, no reconocen fronteras, y persiguen y matan a sus opositores, tal como ocurrió recientemente con Alexei Navalny, o con la “desaparición” de un militar venezolano desde nuestra propia capital.

Además, agrega Spektor, al defender a aliados económicos e ideológicos, y no principios universales, “se profundiza en una política desastrosa -ya trazada por Bolsonaro- que va de a poco dilapidando el gran patrimonio de la política exterior de Brasil, que es ser un mediador equilibrado y respetable frente a disputas y conflictos”. También es una lección para nosotros.

En esta dirección Amorim no está solo. El Grupo de Puebla corea estos pronunciamientos. Esta vez mostraron su solidaridad con Lula al expresar su preocupación por la acción bélica israelí en Gaza que «por sus dimensiones y su crueldad, (es) comparable al sacrificio nazi de millones de judíos en la segunda Guerra Mundial». Agregan que “América Latina tiene el derecho a exigir por parte del gobierno de Israel un comportamiento ético, compasivo y humanitario como el que ha reclamado el presidente Lula al expresar su opinión, que hacemos nuestra, frente al genocidio de Gaza”.

Me encantaría que expresaran la misma preocupación ética, compasiva y humanitaria frente a las persecuciones de Maduro, Ortega o Díaz Canel contra sus opositores, o respecto de los millones de cubanos, venezolanos o nicaragüenses que han debido dejar su país.

Antes, el mismo Grupo de Puebla había solidarizado con Lula “en el intento legítimo y democrático de establecer la responsabilidad del expresidente Jair Bolsonaro en un posible intento por anular las elecciones presidenciales de 2022”.  En el mismo comunicado establecen como “esclarecida judicialmente” la conducta de Lula ante los hechos de corrupción durante sus gobiernos, tildan de “golpe de estado blando” el cese de la presidenta Dilma Rousseff el 2016, y califican de “persecución judicial” contra Gustavo Petro las acciones emprendidas por la fiscalía general de Colombia para aclarar el financiamiento de su campaña. Por supuesto que omiten todas las circunstancias que rodearon estos hechos en Brasil para centrarse en una narrativa falaz. Lo mismo ocurre respecto de Colombia.

Sin embargo, lo preocupante es que la influencia del Asesor Especial para Asuntos Internacionales en Planalto lleve la política exterior brasileña hacia la polarización del Grupo de Puebla, funcional a un proyecto ideológico de izquierda, y que traten de empujarnos hacia allá. Esto es aún más grave cuando muchos de los argumentos del Grupo los repite el campo contrario: la persecución judicial de Bolsonaro es parecida a la que alega Petro; el llamado “lawfare” también es válido para Jair cuando, por ejemplo, es acusado de importunar una ballena durante un paseo en moto acuática.

La sociedad brasileña sigue dividida. El bolsonarismo no ha desaparecido. Según Paraná Pesquisas, el expresidente obtendría hoy casi un 34% de apoyo contra casi un 37% de Lula. Es decir, es necesario en política exterior guardar distancia, tal como procura hacerlo Itamaraty (no siempre con éxito) ante el asedio del Grupo de Puebla como antes lo hizo con Bolsonaro, y defender principios primero que sensibilidades ideológicas. En la reciente reunión del G20 han demostrado su valor.

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