El presidente ‘startup’ de Francia

Opinión
El País, 12.07.2017
Nicolas Berggruen (presidente del Berggruen Institute) y Nathan Gardels (director de Global Viewpoint Network y The WorldPost)
  • Macron es justo lo que necesita Europa: puede liderar Occidente ahora que EE UU retrocede

El presidente francés, Emmanuel Macron. Sebastien Bozon/AFP

Con su campaña para reformar Francia y luchar por una Europa más federal, el presidente francés, Emmanuel Macron, puede lograr que el continente recupere su importancia en el mundo.

Pese a ser, a sus 39 años, el presidente más joven de la historia moderna de Francia, Macron no ha querido perder tiempo en campaña para reiniciar el país y el continente. Su objetivo es eliminar los obstáculos a la innovación que han dejado relegada a Europa. Si logra reformar Francia y unir más Europa, quizá estemos ante la mejor oportunidad de que Occidente mantenga su presencia como civilización, ahora que Estados Unidos se encierra en sí mismo y China está en pleno ascenso.

Macron está en una situación inmejorable para lograrlo. Estos son los motivos:

Comprende la importancia de la innovación y está comprometido a impulsarla. Macron no entiende por qué Europa no puede crear campeones tecnológicos como Google y Facebook en Estados Unidos o Tencent y Alibaba en China. Una de las primeras cosas que hizo como presidente fue anunciar un nuevo visado tecnológico e invitar a empresarios de todo el mundo a visitar Francia y ayudar a convertirla en una “nación startup”. Macron tendió públicamente la mano a:

los pioneros, los innovadores, los empresarios de todo el mundo, para que vengan a Francia y colaboren con nosotros en materia de tecnologías verdes, tecnologías alimentarias, inteligencia artificial, todas las innovaciones posibles”.

 

El presidente dijo que quiere que “Francia sea un país que trabaja con y para las startups, un país que piense y actúe como una startup”.

El mundo actual, dice el joven presidente, es “innovador, y está cambiando a una velocidad inimaginable hasta ahora”. Por eso quiere “que el Gobierno [francés] sea distinto..., no un Gobierno que lo regula todo”. Para él, el papel del Gobierno no debe limitarse a regular y sancionar. Debe ser apoyar y facilitar.

Este extraordinario giro en la mentalidad dirigista francesa se produce inmediatamente después del llamamiento de Macron a los científicos para que, tras la retirada de Estados Unidos del acuerdo de París sobre el clima, vayan a Francia a trabajar en la búsqueda de soluciones. Un llamamiento que hizo en inglés, la lengua global de la innovación.

 

Es un pragmático dispuesto a enfrentarse al mundo.

Macron parece el nuevo tipo de dirigente político que Occidente —en particular Europa— necesita a toda costa. Alguien no atado a lealtades partidistas ni a los dogmas ideológicos del pasado, sino que observa el mundo tal como es. Alguien que sabe que el crecimiento de su país no solo no está reñido con la cooperación mundial, sino que es indispensable para ella. Alguien decidido a averiguar cómo sostener los valores fundamentales de libertad, igualdad y fraternidad en la era de la globalización, en medio de las oportunidades y las constantes perturbaciones del capitalismo digital.

En resumen, Macron es alguien que puede guiarnos hacia el futuro.

 

Puede liderar Occidente ahora que Estados Unidos retrocede.

En estos momentos, Estados Unidos tiene un dirigente político que se ha vuelto sobre sí mismo, que se recrea en la nostalgia de un pasado ideal en vez de afrontar los retos de un complejo porvenir y prefiere permanecer al margen mientras otras grandes potencias que no se atienen a los valores occidentales construyen el futuro. China está diseñando su propia versión de la globalización, reviviendo las viejas vías comerciales de la ruta de la seda y haciendo inversiones masivas en infraestructuras para unir el mundo desde el lejano Oriente hasta Eurasia, pasando por África.

A primera vista, por supuesto, esto es positivo. China y Occidente necesitan ser socios indispensables, en lugar de inevitables rivales. Pero, sin un compromiso mundial igual de enérgico por parte de Estados Unidos y Europa, a largo plazo, el resultado será un mundo con los valores occidentales muy debilitados.

Si miramos el futuro desde esta perspectiva, es evidente que en los próximos años, tan cruciales, ya no podremos depender de Estados Unidos, tal como ha declarado la habitualmente discreta canciller alemana Angela Merkel. Por tanto, el otro pilar de Occidente —Europa— debe recoger el testigo y, como también dijo Merkel, “tomar las riendas de su propio destino”. Su destino y el de todo Occidente.

Pero Alemania no es Europa. La base de Europa la forman Alemania y Francia. Los dos países deben unirse para impulsar Europa y servir de contrapeso occidental en el futuro orden mundial. Para ello, Francia debe encabezar una apertura que ponga fin a la rigidez europea y busque una mayor integración.

 

Su dedicación a la causa europea puede salvar el continente.

Cuando era ministro de Economía, Macron acreditó su europeísmo al enfrentarse a la troika y a varios dirigentes de otros países para que no se expulsara a Grecia de Europa.

Su firmeza de entonces, que impidió que se viniera abajo de golpe el proyecto de una Europa común, fue un presagio del carácter decisivo que le ha facilitado su asombroso ascenso al poder en Francia sin tener ni siquiera un partido propio. Esperamos que también sea un preludio del papel que va a asumir en el escenario europeo y mundial.

Algunos han comparado la hábil recomposición que ha hecho Macron de la política francesa con la genialidad política del presidente Charles de Gaulle en otra época. Otros dicen que Macron ha devuelto la seriedad y la dignidad a su cargo y que por fin la presidencia vuelve a reposar, como en tiempos de De Gaulle, en “cierta idea de Francia” y no en el estrecho sectarismo que se había apoderado de la política en tiempos recientes. Otros, incluso, ven en la ambición de Macron ecos napoleónicos.

¿Podrá conseguir por medios pacíficos lo que intentó Napoleón como conquistador, la unidad de Europa? En el siglo XXI, la unidad de Europa significa integrar las soberanías nacionales y renovar sus rancias tradiciones e instituciones, y es un empeño tan ambicioso como aquel. Pero esa ambición es lo único que podrá salvar a Occidente.

El presidente Macron es un soplo de aire fresco en la causa anquilosada de la unidad europea. Renovar el proyecto europeo y dinamizar ese sueño deteriorado es la única forma de garantizar un papel fundamental para Occidente en el mundo posterior a la hegemonía estadounidense. El éxito de Macron sería un éxito de todos nosotros. Confiemos en que siga su racha ganadora.

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