Opinión El Confidencial, 05.03.2016 Graciano Palomo
Hay un joven bastante engreído –no pidas a quien pidió- que ha decidido autoadjuntarse el sacrosanto nombre de Adolfo Suárez porque le sale de sus pudendas. Suárez, oiga, son palabras mayores.
No creo siquiera que tuviera ocasión el sujeto de conocerle personalmente y tampoco me da la sensación de que conozca en profundidad la obra del que fuera conductor del “cambio” –ése si fue un “cambio”-, ilustre abulense al que fui a visitar hace unos días en su fría tumba de la catedral de Ávila. Aconsejaría un poco de jodido respeto porque Adolfo Suárez, además de su determinada vocación democrática (pese a venir de donde solía), era hombre de convicciones sustanciales y, desde luego, no suscribiría algunas de las propuestas que por boca de Pedro Sánchez hizo el pasado martes el señor Rivera.
Lo afirmo porque estuve muchas horas con Suárez, porque le conocí en su profundidad de hombre de Estado y porque yo no intento aprovecharme de su nombre ni de su obra para nada. Pretender sacar ventaja en la actual coyuntura política española invocando los apellidos de dos grandes que nada tenían que ver entre sí, como Suárez y Churchill, denota un rictus pretencioso y huero.
La obra de Adolfo es irrepetible. Entre otras cosas, porque él desmontó un complejo aparato levantado durante cuarenta años de dictadura y ahora España es un país esencialmente democrático, como lo prueba lo que pudimos observar atónitos en la sesión del pasado miércoles día 2 de marzo donde algunos creyeron que inaguraban el parlamentarismo democrático. ¡Un poco de por favor! Si quiere, mi querido Rivera, volvemos a la dictadura para que usted pueda emular a Suárez! La obra de Adolfo es irrepetible porque desde su modestia personal logró sentar alrededor de una mesa por él presidida a todos (digo a todos) y además que suscribieran documentos y programas básicos que sacaron a España del túnel. Usted lo único que ha conseguido hasta la fecha ha sido subirse al carro para intentar hacer a Pedro Sánchez jefe de gobierno.
¿Capisca la diferencia? ¡Me temo que no!