ÉpocaRadical: Jaime Eyzaguirre en los años 30. Catolicismo y sentido social

Opinión
El Demócrata, 22.11.2015
Alejandro San Francisco, historiador (Oxford), profesor (PUC) e investigador del CEUSS

Jaime Eyzaguirre (1908-1968) fue uno de los historiadores más leído de Chile en el siglo XX, cuya vida puede seguirse a través del libro de Álvaro Góngora, Alexandrine de la Taille y Gonzalo Vial, Jaime Eyzaguirre en su tiempo (Santiago, Universidad Finis Terrae, 2002). Allí se puede apreciar porqué su figura excede los límites de la difusión y la docencia, y cómo se extiende más ampliamente a las esferas doctrinarias en materia social y cultural. Algunos, como Renato Cristi y Carlos Ruiz, lo ubican entre los personajes conservadores más importantes del país —junto a Francisco Antonio Encina o Alberto Edwards, por ejemplo— en su libro El pensamiento conservador en Chile (Santiago, Editorial Universitaria, 2015). Otros, como Gonzalo Vial, estiman que resulta estrecho circunscribir a Eyzaguirre a ese rótulo, considerando que su formación e ideas eran de naturaleza mucho más amplia y compleja, según expone en “El pensamiento social de Jaime Eyzaguirre” (en revista Dimensión Histórica de Chile, N° 3, 1986).

En cualquiera de los casos, que ciertamente no son en sí mismos contradictorios pero que deben ser bien comprendidos, Eyzaguirre completó su formación y comenzó a influir en la vida pública en la decisiva década de 1930, y formó parte de aquella notable generación en torno a la Asociación Nacional de Estudiantes Católicos, ANEC. Para entonces completó sus estudios de Derecho, se casó con Adriana Philippi, y luego emprendió una trayectoria alejada de los códigos y volcada a la vida intelectual, a la formación de alumnos en la Universidad Católica, donde impartía las clases de Historia del Derecho e Historia Constitucional de Chile Para el joven proyecto de historiador su formación católica era crucial, tanto en su vida cotidiana como en su labor intelectual: ya en el colegio tuvo unas breves publicaciones al respecto, como “Cristianismo y civilización” y “La Iglesia y el Estado”. También resultaron fundamentales algunas lecturas (como el francés León Bloy), la formación del jesuita Fernando Vives (de quien tomó tanto el socialcristianismo como la distancia con la política activa), la influencia del presbítero Juan Salas Infante (quien lo introdujo en el milenarismo y de quien diría Eyzaguirre que “le debo mi fe”), y su vinculación familiar con Julio Phillipi y su suegra Sara Izquierdo. Por esos años abrazó también el hispanismo, o lo hispano como prefería decir, como una concepción de identidad y tradición, que desarrollaría poéticamente en Hispanoamérica del Dolor años más tarde.

La mayor creación cultural de esos años fue la revista Estudios, que Eyzaguirre lideró durante sus dos décadas de existencia, entre 1934 y 1954. Se trataba de una publicación cultural, de pensamiento católico, que recogía las tendencias internacionales del momento, así como el pensamiento de chilenos como Julio Philippi, el padre Osvaldo Lira, Alfredo Bowen y Clarence Finlayson, entre otros. En ella se podía apreciar el rechazo, como destaca Gonzalo Vial, a los diferentes “ismos” de la época: el liberalismo, el fascismo, el nazismo y el comunismo.

Como contrapartida, ahí se enfatiza en el plano político la difusión del corporativismo, como una de las ideas dominantes del periodo, y que Eyzaguirre abrazó como una de sus ideas políticas dominantes, alentada desde el pensamiento católico por la Encíclica Quadragesimo Anno, de Pío XI (1931). Como señala Gonzalo Larios en “Jaime Eyzaguirre, visión política y corporativismo”, su concepción por una parte alentaba “la organización económico-social corporativa”, de acuerdo a la postura pontificia, pero a su vez rechazaba “el corporativismo de signo estatal”, o fascista, que pretendía “vertebrar, desde arriba, un nuevo Estado todopoderoso”.

Así lo explicaba en el artículo “Los avances del corporativismo”, publicado en Estudios en 1934: “Lo que debemos hacer es la sociedad corporativa, para evitar el Estado corporativo fascista”. El texto, citado por Mariana Aylwin en “Vida y obra de Jaime Eyzaguirre”, agrega que en verdad Pío XI no pretendía “imponer el régimen corporativo como estructura política del Estado, sino como sistema económico y social”. En cualquier caso estas eran ideas que trascendían a Estudios y tenían una recepción importante en otros jóvenes católicos, como los de la primera Falange de esos años, y ha sido una corriente que reaparece en distintos momentos del siglo XX, como expresa Sofía Correa en “El corporativismo como expresión política del socialcristianismo”.

Esto nos lleva a un segundo aspecto, que es el pensamiento social de Eyzaguirre y sus connotaciones. En esta línea se manifestaba distante del liberalismo económico y valoraba la economía comunitaria, así como la necesidad de entregar condiciones de trabajo y de salario adecuadas a los obreros. “Que la autoridad no olvide -decía en 1936- que es de estricta justicia comenzar antes que empleando medidas represivas, por evitar al pueblo toda ocasión de legítimo descontento, elevándolo de su triste estado y haciéndole realmente accesibles los derechos inherentes a la persona humana”.

En esa línea, procuraba que los principios de la Doctrina Social de la Iglesia tuvieran una expresión en la realidad social, que tenía su base en la justicia, perfeccionada por la virtud teologal de la caridad, como enfatiza Gonzalo Vial. En esta línea Eyzaguirre tenía un diagnóstico muy crudo de la realidad social del Chile de entonces: alta mortalidad infantil, ilegitimidad, problemas habitacionales, que se sumaban a la precariedad de la vida y los malos salarios de los obreros. Eran años donde todavía se sentían con dolor los efectos de la crisis económica de 1929.

Sin perjuicio de todo lo anterior, Eyzaguirre siempre se mantuvo alejado de la política práctica. Algunos de sus discípulos le llegaron a escuchar decir frases como la siguiente: “Alguien tiene que meter las manos en el agua sucia, sí, pero ¿por qué habría de ser yo?”. Fue una posición que adoptó tempranamente, desde la decisiva década de 1930, lo cual en modo alguno excluía realizar un servicio a la patria, desde la vida académica, como lo hizo contribuyendo a la formación de muchos jóvenes —repartidos en el derecho, la política, la prensa o la academia— que reconocerían su influencia trascendental. “Era un maestro nato —reconocería Fernando Silva Vargas años después—, que amaba profundamente lo que hacía y que buscaba traspasar el mismo amor a sus discípulos”. Era una vocación abrazada con pasión en los años 30, al percibir a una juventud que muchas veces estaba sola, en un contexto marcado por un individualismo que debía ser combatido con las armas de la fe y una profunda entrega personal.

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