Hombre de negocios, celebridad televisiva (showbiz y concursos de belleza) y presidente electo de los EE.UU. por el Partido Republicano.
El hijo de alemán procedente de Bremen (Frederick Trump) y la emigrada escocesa (Mary Ann MacLeod) tuvieron a Donald como el cuarto se sus cinco hijos. Éste nació, se crió y fue educado en el distrito de Queens de New York. En 1959, tuvo que dejar el colegio privado de Kew-Forest School por mala conducta. Para disciplinarse, fue matriculado en la New York Military Academy (egresó en 1964). En 1968, recibió su licenciatura en economía del Wharton School (U. de Pennsylvania); Y, en 1971, aunque no era el primogénito, Donald fue llamado a continuar el emporio familiar basado en el ladrillo y las viviendas populares, tomando control de la firma Elizabeth Trump & Son que convertirá después en el holding The Trump Organization, al expandirse a la construcción, los bienes raíces, el turismo (hoteles) y la recreación (casinos).
El célebre y polémico magnate norteamericano, un paradigma de la opulencia, ha estado casado tres veces: en 1977, con la ex esquiadora olímpica checa contratada como modelo por la industria peletera canadiense y figura mundana, Ivana Marie Zelníčková (naturalizada en 1988 y divorciados en 1991); en 1993, con la actriz de televisión Marla Ann Maples (divorciados en 1999); y en 2005, con la modelo eslovena Melanija ("Melania") Knavs. Tiene 5 hijos en total.
Audaz y narcisista, así como capaz de mercantilizar su propia persona hasta lo paródico mientras hacía ostentación del lujo más desbordante (el ático tríplex de 3.000 m² en Nueva York o la mansión de 116 habitaciones en Palm Beach), Trump -y primera su esposa ya convertida en empresaria- se hicieron un espacio más que notorio en la vida social de Estados Unidos y en las portadas de las revistas.
Junto con hacerse multimillonario por méritos propios, también comenzó a invertir en negocios ajenos al mercado inmobiliario, como la producción de espectáculos teatrales en Broadway, el centro del juego de Atlantic City (hoteles-casino Trump Plaza y Trump Taj Mahal), estadios de fútbol americano, aerolíneas, viñedos, y campos de golf, en los que no siempre tuvo éxito. Al comenzar la década de los noventa, tras años codeándose con la farándula de Hollywood -en cuyo célebre Paseo de la Fama iba a conseguir la codiciada estrella de cinco puntas, en su caso por sus contribuciones a la industria televisiva en 2007, el magnate vio peligrar seriamente su imperio por una concatenación de problemas financieros. Muy sensible a la crisis en que cayó la economía estadounidense tras la guerra del Golfo en 1991, el errático negocio de los casinos y los hoteles afrontó sus primeras quiebras y reestructuraciones de deuda.
Por estos malos negocios, y las vinculaciones no siempre muy santas, Trump se ganó la fama de personaje desenfrenado y derrochador, a pesar de ser un protestante presbiteriano confeso y de asegurar que él no tomaba drogas, ni fumaba o bebía ni una gota de alcohol. A la mala racha mercantil, se sumó el naufragio de su primer matrimonio (Ivana), según la prensa sensacionalista por la relación extraconyugal iniciada la actriz Marla Maples, que Trump no se molestó en ocultar. Dos años más tarde, la prensa rosa y los chismorreos volvieron a hacerse su festín con las segundas nupcias de Trump con Marla Maples. Pero este matrimonio tampoco prosperó y en mayo de 1997 llegó la separación. Para entonces, él estaba saliendo con la modelo eslovena Melania Knavs, a la que llevaba 24 años.
Las fortunas empresariales de Trump, que se embolsaba millones simplemente por los derechos de explotación de su apellido-logotipo licenciado como marca comercial, cuyo mero estampado en un producto disparaba su precio de venta al público, enderezaron el rumbo y volvieron a despegar a mediados de los noventa, coincidiendo con la etapa de fuerte crecimiento de la economía norteamericana.
A partir de 2001, Trump le tomó gusto a la producción televisiva y a la organización de galas para la pequeña pantalla, como las de Miss Universo y otros concursos de belleza. En 2004 comenzó a producir y a conducir personalmente ante las cámaras, desplegando sus teatrales ceño fruncido, labios apretados y aire altanero, The Apprentice, un lucrativo reality show, devenido franquicia internacional, en el que jóvenes talentos aspirantes a empresarios de postín medían sus habilidades para los negocios en la clásica competición con eliminatorias: el ganador conseguía un puesto de dirección en la Trump Organization con un contrato anual y un salario de 250.000 dólares, mientras que los perdedores eran despedidos sin contemplaciones por un severo Trump con el latiguillo, que se hizo inmensamente popular, de "you're fired!".
En 2005 abrió sus puertas la Trump University, una entidad formativa con afán de lucro que ofrecía cursos a personas deseosas de convertirse en ejecutivos inmobiliarios y gestores de fondos. La sociedad no tardó en quedar enfangada en las demandas interpuestas por varios alumnos que se sentían estafados. En 2010 la Trump Entrepreneur Initiative dejó de operar, aunque los pleitos no cesaron. En 2013 fue el estado de Nueva York el que presentó contra Trump una demanda civil por valor de 40 millones de dólares sobre la base de una supuesta publicidad engañosa y fraude al consumidor, desde el momento en que la "Universidad" del magnate emitía sus títulos académicos sin licencia educativa alguna.
Pero más allá de sus ajetreos empresariales, así como los episodios de su vida sentimental tan publicitados, era también un hombre con inquietudes políticas. Éstas tardaron tiempo en adquirir un contorno nítido en cuanto a intenciones e ideología, más allá de su archisabida fe en la más absoluta libertad de mercado con igualdad real de oportunidades, de manera que los individuos pudieran ser capaces de hacer dinero y triunfar en la vida. Con todo, Trump fue un admirador confeso de Ronald Reagan y de sus recetas económicas liberales, inspiradas en las teorías de la Escuela de Chicago y los partidarios de la economía de la oferta (supply-side), de reducción del gasto público, bajada de los impuestos, desregulación y control de la masa monetaria para combatir la inflación. Por ello, en 1987 ya se había afiliado al Partido Republicano, militancia de bajo perfil que se prolongó hasta 1999. Aquel año, en cambio, comunicó su adhesión al Partido de la Reforma de Estados Unidos, la plataforma populista, anti-libre comercio y liberal conservadora que animaba al candidato independiente Ross Perot, el empresario que en 1992 y 1996, con el 19% de los votos en la primera ocasión y el 8% en la segunda, había intentado quebrar la hegemonía de republicanos y demócratas en las elecciones presidenciales.
Entre 1999 y 2000, Trump se tomó en serio la aspiración presidencial y sondeó sus posibilidades de nominación por cuenta del Partido de la Reforma. En febrero de 2000, tras constatar que no gozaba de respaldos suficientes, decidió retirarse de la campaña de unas primarias reformistas en la que de todas maneras su precandidatura fue votada, y con resultados ampliamente victoriosos, en dos estados, Michigan y California. Al final, el candidato reformista para las elecciones de 2000 fue el ultraconservador y tránsfuga republicano Pat Buchanan. De esta experiencia quedó como fruto el libro The America We Deserve, el primer ensayo de corte político escrito por Trump, donde, a modo de manifiesto electoral, el empresario, lejos de tirar del argumento tradicional de la derecha, expresaba sus preferencias por el comercio justo, la eliminación de la deuda pública federal y la universalización del seguro médico.
En 2001, coincidiendo con la partida de Bill Clinton de la Casa Blanca y la entrada en la misma de Bush padre, Trump decidió hacerse miembro del Partido Demócrata, más que nada para subrayar su distancia con el ex gobernador de Texas, quien no le inspiraba la menor simpatía. En 2004 volvió a airear su interés en postularse a presidente, en 2006 dejó caer la especie de que podría presentarse a gobernador de Nueva York y en 2009 cambió de nuevo de parecer y regresó al redil republicano, a tiempo para expresar su apoyo a la candidatura presidencial de John McCain, quien más tarde perdió la partida frente al demócrata Barack Obama.
A Trump, la presidencia de Clinton le había sabido a poco y la de Bush, lisa y llanamente, no le había gustado nada (en 2008 había llegado a decir que Bush merecía ser destituido por haber lanzado la invasión de Irak), pero los sentimientos que le producía Obama, a tenor de sus comentarios, eran de animadversión. Muy pronto se apuntó al debate malicioso atizado por círculos derechistas que ponía en cuestión el relato oficial sobre los antecedentes personales, el lugar de nacimiento y hasta la fe religiosa del "arrogante" Obama, hijo de kenyano musulmán. En febrero de 2012 el magnate pidió el voto para el precandidato republicano Mitt Romney porque le parecía el hombre capaz de acabar con "las cosas malas que le están sucediendo a este país que todos amamos".
El apoyo de Trump a Romney para torpedear la tentativa reeleccionista de Obama se produjo cuando el empresario volvía estar en la boca de todos por sus ambiciones presidenciales de cara a las elecciones de noviembre de 2012. De hecho, el interesado había hecho algunas especulaciones al respecto, hasta que en mayo de 2011 dejó claro que no emprendería tal aventura. Terminara o no de dar el salto en la siguiente ocasión, con vistas a las elecciones presidenciales de 2016, lo que sí parecía seguro de Trump era que libraría la batalla de la nominación por sí mismo y confiado en sus exclusivas fuerzas, no como el factótum o el precandidato prefabricado de algún grupo de poder, que era la condición que podía achacársele a Bush hijo en 2000. Es decir, él iría por la libre, como siempre lo había hecho en sus singladuras empresariales, por más que reclamara la adhesión de los distintos sectores del republicanismo.
En apariencia, Trump ni siquiera trazó una estrategia para seducir a las huestes del Tea Party, el poderoso movimiento radical surgido de las bases republicanas que vociferaba un populismo de derecha con acentos libertarios y que era extremadamente hostil a la Administración Obama, a causa de las políticas de estímulo fiscal. Trump podía estar de acuerdo con algunos planteamientos del Tea Party y de sectores tradicionales del republicanismo, pero en otros temas la discrepancia era clara. En realidad, Trump, aquí un completo neófito que no tenía la menor experiencia en asuntos de representación política o de administración pública, aún tenía que construir un discurso hilvanado y coherente sobre cuál era su visión de América y de los problemas que aquejaban a la nación.
El 16 de junio de 2015, desde la Trump Tower, el empresario lanzó su precandidatura presidencial por el Partido Republicano. "Vamos a hacer de este un país grande de nuevo", aseguró. En su agresivo discurso, Trump trazó un diagnóstico catastrofista de la situación de Estados Unidos, dejó clara su postura radicalmente beligerante y desveló, aunque burda y superficialmente, las que serían sus políticas interna y externa. Todo ello, con un tono descarnadamente populista, empleando un estilo entre publicitario y coloquial, y saltando anárquicamente de un tema a otro. En su perorata, desestructurada hasta parecer improvisada, no había rastro de la repetitiva retórica moderada de los representantes del establishment, con sus apelaciones a tender puentes y a la armonía.
No olvidó Trump recordar que él era un hombre "realmente rico", con un patrimonio neto de "10.000 millones de dólares". Semejante capital, garantizó, le eximía de acudir a los préstamos para financiar su campaña presidencial. La misma sería autofinanciada al completo, y cualquier oferta de fondos por parte de donantes y lobbistas sería rechazada. Los mismos donantes, lobbistas y otros grupos de intereses, proseguía Trump, que tenían a los políticos bajo "pleno control". Y los mismos políticos y responsables gubernamentales que no tenían "ni idea" y que demostraban ser unos "perdedores", unos individuos "moralmente corruptos" y unos "malos negociadores", a la cabeza de los cuales estaba el presidente Obama, toda una "fuerza negativa".
Durante las primarias republicanas y, después, la campaña presidencial, Trump se mostró como una persona contraria al aborto y a la legalización de la marihuana, así como un firme partidario de la pena de muerte. Aunque defensor del "matrimonio tradicional", él se consideraba un "amigo" de la comunidad LGBT y, por lo tanto, desde la Casa Blanca, no haría nada que pusiera en cuestión el matrimonio homosexual, legal a nivel nacional en Estados Unidos desde junio de 2015. Quien se había definido como un "free trader" convencido, fue claro también de que los intercambios entre estados debían ser "justos", por lo que renegaba de instrumentos claves del libre comercio: el NAFTA con México y Canadá ("un desastre"); el TPP con los socios ribereños del Pacífico ("el golpe de gracia a la manufactura americana"); y el TTIP con la Unión Europea ("una locura"). Trump se pronunció también por desmantelar "casi toda" la legislación sobre regulación financiera adoptada por el Congreso (a iniciativa de Obama), como parte de las medidas del Ejecutivo para enfrentar la recesión y el desbarajuste financiero generado por la quiebra de Lehman Brothers en 2008.
Por otra parte, y reciamente escéptico con el calentamiento global, Trump dejó claro que si era elegido presidente emprendería una "renegociación" del Acuerdo de París de 2015 sobre la limitación de gases de efecto invernadero y podaría en gran medida el presupuesto de la Agencia para la Protección del Medio Ambiente (EPA) de Estados Unidos. En noviembre de 2012 el empresario había asegurado desde su cuenta en twitter que "el concepto del cambio climático fue creado por y para los chinos, a fin de hacer menos competitivos los productos estadounidenses". [Fuente: resumen de "CIDOB-Biografías de Líderes Políticos"]
Como conclusión, Donald Trump es un experto en marcas, y su marca personal es el espectáculo, no la sustancia. Su marca no llega ser enteramente “populista”, puesto que es un revoltijo caótico de ideales conservadores anticuados, y un etnocentrismo evidente apuntalado por la desconfianza fundamental hacia el orden político actual. Se alimentó del fenómeno global de la crisis de autoridad que aqueja a las democracias liberales , utilizando una “retórica del miedo” ambigua y acusatoria que galvaniza la maduración del enojo, buscando canalizarla en su favor.
Dueño de un imperio inmobiliario, el lujo es parte esencial en su vida. Con su esposa Melania y Barron, el hijo de ambos que tiene 10 años, vive en un penthouse triple en la cúspide la Torre Trump en Manhattan. Se desplaza en un Boeing 757 privado, con su apellido estampado en letras gigantes. Aparentemente, no confía en muchas persona, por lo que sus hijos mayores (Ivanka, Donald Jr, Eric y Tiffany) son sus principales pilares. Todos se involucraron al máximo en la campaña de su padre.
Para completar el perfil de Donald Trump, se le pueden asignar una serie de calificativos negativos. Es, de partida, un hombre excéntrico, polémico, ambicioso, narcisista y megalómano. En política, le gusta aparecer como un salvador ante la decadencia estadounidense, un "hombre fuerte" al estilo de Putin y de Xi Jinping, pero -en el fondo- es ignorante, mentiroso y fanfarrón. Se perfila también por un estilo frontal, impulsivo y agresivo. Y sus posturas tienden a ser ultraconservadoras y recalcitrantes, demagógicas y racistas.
Sus posturas fluctuantes son coherentes con una trayectoria política errática: fue demócrata hasta 1987, luego republicano (1987-1999), miembro del partido de la Reforma (1999-2001), demócrata otra vez (2001-2009) y ahora nuevamente republicano. El problema podría llegar a ser que, como un "outsider" tóxico y hasta peligroso, Donald Trump se convierta también en un presidente inestable y en un factor desequilibrante de la situación internacional. Con todo, muchos confían todavía en que el Trump presidente sea algo diferente al Trump candidato.