Henry A. Kissinger: el mito y el hombre

Obituario
OpinionGlobal, 08.12.2023
Cristian Maquieira Astaburuaga, embajador (r) y miembro de CEPERI

El deceso de Henry Kissinger, un hombre, en la frase de Oriana Fallaci, increíble, inexplicable e intolerable, ha producido un panegírico necrológico importante en la prensa internacional. Pero muchos de los artículos lo fustigan, con el fin de que no se borre jamás de la memoria su personalidad para explicar sus decisiones que condujeron a decenas de miles de muertes excesivas y en muchos casos fútiles.

Otras crónicas contienen apologías de su gestión argumentando, en última instancia, que sus acciones resultaron en un mundo menos peligroso y más equilibrado. Junto a ello, hacen un esfuerzo por transformar las críticas en “opiniones” discutibles y no fruto del análisis de documentación secreta hecha pública años posteriores a su gestión en el gobierno.

Kissinger, el guerrero de la Guerra Fría por excelencia, que veneraba el poder descarnado, logró cosas notables como la apertura con China, con lo cual el mundo dejaba de ser bipolar, el fin de la guerra de Yom Kippur, el tratado de paz entre Israel y Egipto, la Detente (distensión), los tratados de limitación de armamentos nucleares con la URSS, entre otras, dándole mérito a quienes resaltan el descenso de las tensiones como resultado de su prodigioso talento negociador.

¿Pero qué ocurre con gestiones producto de otros componentes de su personalidad? Por ejemplo, su desenfrenada ambición de poder. Un solo ejemplo de muchos; tal vez el menos conocido.

El presidente Lyndon Johnson, viendo en riesgo su reelección producto del amplio rechazo a la guerra de Vietnam en el público norteamericano, invitó a Ho Chi Min, presidente de Vietnam del Norte a negociaciones para poner fin al conflicto. Si Johnson lograba la paz, su victoria electoral era un hecho. Por ello, Nixon decidió torpedear las negociaciones. Así fue como apareció en Paris un conocido profesor de Harvard para asistir a Averrell Harriman, designado por Johnson como jefe de la delegación. Kissinger, el profesor, fue recibido con entusiasmo por el equipo de Harriman, más aún cuando afirmó categóricamente que no era republicano.

Cuando las negociaciones se acercaban al éxito, Kissinger le informó de ello a Nixon a través de su asesor H.R. Haldeman, quien luego sería el jefe de gabinete, y le sugirió, según las memorias de Haldeman, que Nixon hiciera gestiones con Van Thieu, presidente de Vietnam del Sur.

De esta manera, Thieu al recibir secretamente de parte de Nixon promesas de mejores ofertas si era elegido presidente, suspendió las negociaciones, produciendo la renuncia de Lyndon Johnson a la reelección presidencial y el triunfo del republicano. La primera decisión (literalmente) de Nixon como presidente fue premiar la traición de Kissinger, a quien conocía poco, nombrándolo su asesor de seguridad nacional.

Las negociaciones se reanudaron cuatro años después, resultando en un texto no muy distinto al que iba a aprobar Lyndon Johnson que era un logro para él, pero un desastre para Thieu, pues ni Harriman ni Kissinger lograron eliminar el artículo del tratado que permitía a Vietnam del Norte mantener su ejército en territorio de Vietnam del Sur. Tampoco puso fin a la guerra que sólo concluyó definitivamente tres años después con el retiro unilateral e ignominioso de las tropas norteamericanas que llevó, poco tiempo después, a la caída de Saigón en manos de Ho Chi Min.

Tal vez lo más grave sea que durante la postergación por 48 meses del reinicio de las negociaciones en París, murieron inútilmente alrededor de 10 mil soldados norteamericanos debido a las canallescas maniobras políticas en Washington.

Otro aspecto de la manera de ser de Kissinger era su exigencia de que los intereses de Estados Unidos (definidos por él mismo) se impusieran sin matiz, consideración o reparo alguno.

Paquistán, ubicado en el Asia del Sur, era un pilar importante de la política asiática norteamericana, pues era un punto de equilibrio para las posibles ambiciones de India. Cuando el congreso de Paquistán del Este (hoy Bangladesh) acordó en 1971 la secesión, el gobierno central paquistaní lanzó la Operation Searchlight (Operación Linterna) que resultó en la muerte de 300,000 a 500,000 personas, aunque otros cálculos acercan el número de muertos a un millón de víctimas. Durante todo ello, Kissinger guardó absoluto silencio, ni hizo gestión alguna para impedir el genocidio, pues lo fundamental era mantener a Paquistán como aliado norteamericano. Igual postura y, por la misma razón, adoptó frente a la independencia de Timor Este, donde tropas indonesias asesinaron a 100 mil de los 650 mil habitantes que constituía entonces la población de Timor. En Chipre, ocurrió algo semejante cuando los coroneles griegos -apoyados por Kissinger- invadieron la isla.

A su vez, integra ese listado criminal el bombardeo de Camboya, país que se había declarado oficialmente neutral en el conflicto vietnamita. La operación recibió el ridículo nombre de “Operación Menú” y el recurso de preferencia fue el sistema denominado “Carpet Bombing” (un bombardeo a gran escala realizado de manera progresiva para infligir daños en cada parte de un área seleccionada de territorio, de manera de cubrirlo todo, al igual que una alfombra). De esa manera, por decisión de Kissinger y Nixon, más de 200 mil toneladas de bombas cayeron al azar sobre territorio camboyano, siendo desconocido hasta hoy el número de víctimas civiles. Lo que sí es un hecho comprobado es que Camboya nunca supo o autorizó previamente el bombardeo, pero, en honor a la verdad, tampoco lo protestó.

Todo lo anterior, descrito sucintamente demuestra que la brillantez de Kissinger, sumada a su descomunal frialdad, su bajeza moral y su desprecio por la rendición de cuentas, la opinión pública o el estado de derecho, están detrás de las miserias, muertes y sufrimientos que causaron muchas de sus decisiones. Cómo sostuvo uno de los obituarios publicados en el New York Times, “La suya fue una política exterior enamorada del ejercicio del poder y desprovista de preocupación por los seres humanos que quedaban a su paso”.

Estando destinado en nuestra embajada en Washington, tuve una muestra del pensamiento de Kissinger en esta materia. En 1977 estudiaba en Georgetown un Master vespertino en relaciones internacionales. El decano, Peter Krogg, solía organizar lo que llamaba "Dean's Office Seminar" con no más de 10 alumnos (que eran los que cabían alrededor de su mesa de reuniones), al cual invitaba alguna personalidad a conversar con ellos.

Krogg sabía que yo era diplomático y, por eso, me incluyó cuando la visita fue HK, quien había dejado de ser secretario de Estado luego de la elección de James Earl (Jimmy) Carter a la Casa Blanca. En el período de las preguntas y respuestas, alguien inquirió sobre las relaciones de USA con Europa y contestó en términos generales con la historia, la emigración europea hacia Estados Unidos, la democracia y la comunidad de valores. Hasta ahí todo bien, pero terminó su respuesta con un comentario que me congeló la sangre y que lo retrataba de cuerpo entero. Dijo "Además, la URSS no tiene nada equivalente que darnos a cambio".

Kissinger descolló en una época donde los Estados eran los principales actores de las relaciones internacionales, los que tienen su propia lógica y manera de hacer las cosas. Hoy, creo que estaría muy confuso en un mundo donde las entidades no estatales, como corporaciones, conglomerados privados y movimientos terroristas, llevan a cabo gran parte de las acciones internacionales sin que los Estados, aunque quieran, puedan intervenir.

De ahí que Superkraut (expresión derogatoria de “superalemán”), como apodaban a HK, probablemente no sería más que un profesor de historia en Harvard, dando clases sobre Metternich y Castlereagh, creadores de la Santa Alianza que él de alguna manera quiso emular, combinando lo nostálgico con lo enciclopédico.

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