Invasión a Ucrania

Columna
El Mostrador, 10.03.2022
Juan Eduardo Eguiguren, ex embajador en Rusia

Ucrania está viviendo días terribles por causa de esta agresión, donde se está apreciando destrucción de todo tipo, un creciente número de muertos civiles y militares (incluyendo rusos), y hasta ahora más de 1.5 millones de refugiados. El argumento de “desmilitarizar” y “desnazificar” Ucrania es insostenible, más aún cuando Putin luego llama a los militares ucranianos –a los que quiere eliminar– a que derroquen el gobierno. Es cierto, por otro lado, que durante los sucesos de 2013-2014 grupos nacionalistas fueron activos en Ucrania, y que se dieron situaciones como la de Odessa, en que ruso parlantes fueron víctimas, las que merecen ser condenadas. Incluso puede que ahora existan grupos minoritarios neonazis en Ucrania, como los hay en otras partes de Europa. Pero lo de “desnazificar” no tiene sentido en un país con un gobierno democrático y cuyo presidente es judío, quien ha liderado con heroísmo la defensa del país.

De los amigos y conocidos que he contactado en estos días en Rusia, algunos que admiran al presidente Putin por sobre cualquier consideración, han apoyado la invasión a Ucrania, la que denominan “operación militar especial” (no usan los términos “guerra”, “invasión” o “agresión”), buscando justificativos para la acción bélica. Otros se sienten desorientados y afectados por lo que está sucediendo. Un grupo muy significativo, quizá mayoritario, está en contra de la guerra. Es difícil dimensionarlo, porque son pocos los que se atreven a manifestar su opinión públicamente.

No ha sido fácil contactar a mis conocidos del lado ucraniano, lo que es comprensible por los difíciles momentos que están viviendo: familias ocultas en algún sótano, otros buscando refugio en la frontera oeste de Ucrania y muchos dispuestos a defender su país ante la agresión. Pero algunos me han contado del horror que están sufriendo.

Viví en Rusia durante más de seis años (2010-2016), y encontré en Moscú, San Petersburgo y tantas otras localidades que visité, gente buena, esforzada, acogedora. Profesores destacados, científicos, escritores, artistas, funcionarios de gobierno calificados, diplomáticos profesionales. Se trata de un gran país que tiene conciencia de su pasado imperial (tanto zarista como soviético), con sus glorias y sus tragedias.

Si bien desdeñó el espíritu que mueve a las democracias y utilizó muchas veces métodos brutales para acallar a sus opositores y para resolver situaciones críticas, Vladimir Putin logró a partir de 2000 algo importante para los rusos: le devolvió el orgullo a un pueblo que lo había perdido en los noventa. Rusia retomó la senda de un país que tiene algo que decir en el mundo. Como potencia militar y nuclear, miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, la participación de Rusia frente a focos críticos en distintas regiones del mundo ha sido muy relevante.

Tras el levantamiento del Maidán, la caída de Yanukovich y la sensación de un discurso antirruso en Ucrania, todo por haber desahuciado ese presidente un acuerdo de asociación de Ucrania con la Unión Europea, y cuyos desarrollos eran incitados por Estados Unidos según Moscú, una gran mayoría de los rusos apoyó la anexión de Crimea en 2014. Ello se debió quizá a que la sienten como una parte histórica fundamental de Rusia, quizá porque la mayor parte de su población es rusa, o porque se produjo sin violencia ni disparos y después de un referéndum de autodeterminación, el que, en todo caso, no es reconocido por Ucrania ni por Naciones Unidas. La popularidad de Putin creció en Rusia, especialmente a nivel popular.

Por su parte, el surgimiento de las repúblicas separatistas del Donbás tuvo reacciones diversas en Rusia. Hubo críticas, pero también les preocupaba la discriminación que estaban sufriendo los ruso parlantes, por lo que muchos entendían que Moscú apoyara a esa región. Luego surgieron los acuerdos de Minsk –que serían el camino para resolver ese largo conflicto que ha producido sobre 14 mil muertos–, los que lamentablemente nunca llegaron a ser implementados.

Habiendo pasado ocho años desde Crimea, la cuestión de Ucrania para Putin seguía estando abierta, asociándola a su enfrentamiento con Estados Unidos (y con la OTAN), el que –cabe señalar– no siempre fue tan álgido durante los más de veinte años de Putin en el poder. Recordemos el corto período del “reset” entre Rusia y EE.UU. durante las presidencias de Obama y Medvedev (y Putin como primer ministro), en donde hubo interesantes avances en la relación bilateral, incluyendo la firma del Start III sobre reducción de armas estratégicas, el apoyo de Washington al ingreso de Rusia a la OMC y a su aspiración a la OCDE (que en 2014 la propia OCDE paralizó por la anexión de Crimea).

Si bien pudo haber seguido un patrón similar al de 2014, lo que ha sucedido ahora es diferente. Es efectivo que Moscú exigió a Occidente (EE.UU./Europa) garantías para asegurar que Ucrania no llegue a formar parte de la OTAN. Sin embargo, la falta de claridad en la respuesta no era razón para invadir. ¿Será que la reiteración de Estados Unidos de que venía una invasión (que el Kremlin calificó de “histeria”) y que Washington no pondría tropas en Ucrania, facilitó la desquiciada decisión de Putin? La línea roja que cruzó fue ir más allá del reconocimiento de las “repúblicas” separatistas, hasta donde hubiera sido posible presentar un punto de presión en favor de sus exigencias, sin necesidad de invadir, porque ya controlaba de hecho el territorio.

Pero cuando Putin dio la orden de iniciar la ofensiva militar en territorio ucraniano, sin justificación alguna, perdió toda conexión con la realidad y sumió a Rusia en un camino tortuoso. No quiero entrar a elucubrar sobre qué es lo que le sucedió o sucede al mandatario ruso, aunque percibo una diferencia importante a lo que emanaba de él en tiempos pasados.

Ucrania está viviendo días terribles por causa de esta agresión, donde se está apreciando destrucción de todo tipo, un creciente número de muertos civiles y militares (incluyendo rusos), y hasta ahora más de 1.5 millones de refugiados. El argumento de “desmilitarizar” y “desnazificar” Ucrania es insostenible, más aún cuando Putin luego llama a los militares ucranianos –a los que quiere eliminar– a que derroquen el gobierno. Es cierto, por otro lado, que durante los sucesos de 2013-2014 grupos nacionalistas fueron activos en Ucrania, y que se dieron situaciones como la de Odessa, en que rusoparlantes fueron víctimas, las que merecen ser condenadas. Incluso puede que ahora existan grupos minoritarios neonazis en Ucrania, como los hay en otras partes de Europa. Pero lo de “desnazificar” no tiene sentido en un país con un gobierno democrático y cuyo presidente es judío, quien ha liderado con heroísmo la defensa del país.

Al conocer Rusia y a Putin, llegué a la conclusión de que había que entender su preocupación geopolítica respecto del arribo de la OTAN a sus fronteras y que Ucrania no debía ser parte de la Alianza Atlántica. De hecho, la única potencia que ha entrado a territorio ucraniano desde que esta se independizó es Rusia y, es más, las otras (EE.UU., europeos) han advertido que no lo harían. Los ucranianos están defendiéndose solos.

Esta es una guerra a la que Rusia ha sido arrastrada por Putin. Con ella, no solo ha perdido al pueblo ucraniano (aunque llegue a conquistar su territorio), que me consta los rusos consideran sus hermanos. También ha logrado despertar a la OTAN, unirla, y rearmarla, e incluso a Alemania. En tercer lugar, la invasión está afectando al propio pueblo ruso, no solamente por ordenar a sus tropas a luchar, y morir, contra su vecino que les es cercano, familiar, sino también en su vida diaria, por las sanciones de todo tipo que se le están imponiendo. Finalmente, no puedo dejar de mencionar la irresponsable alusión que se ha hecho al eventual uso de las armas nucleares. Esto nos lleva a plantear que debe volver a exigirse con energía a nivel internacional la imperiosa necesidad del desarme nuclear.

Para los rusos debe ser impactante ver cómo en Naciones Unidas la guerra en Ucrania es condenada por una mayoría aplastante, y que solo la apoyan cuatro naciones –Bielorrusia, Corea del Norte, Eritrea y Siria–. Incluso algunos países muy cercanos a Moscú, como China, India, Irán y Cuba, se han abstenido. El Consejo de Seguridad de Naciones Unidas nada puede hacer frente a este conflicto. Sin embargo, la resolución de la Asamblea General muestra la solidaridad con Ucrania por parte de la comunidad internacional. Conste que no se trata solo de Occidente, que en la ONU está conformado por un grupo minoritario. Esto es muy relevante porque Rusia tiene un gran rol que jugar en el concierto internacional, y con la invasión se está aislando (no de todos) y está perdiendo presencia e imagen.

Las hostilidades deben cesar ya y dar paso a la diplomacia, que vaya más allá de acordar corredores humanitarios para que continúe la guerra. La mediación de países amigos puede ayudar. Estoy cierto que todos los temas que preocupan a Rusia se pueden conversar y llegar a acuerdos, por difíciles que sean, y a la vez asegurar que Ucrania pueda sentirse realmente segura como país libre y soberano.

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