Editorial El Mercurio, 24.10.2016
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Vladimir Putin está, en este momento, al centro de la escena internacional. Ha sido protagonista ausente del debate entre los candidatos presidenciales norteamericanos, es quien tiene la llave del alto el fuego en la ciudad de Alepo, en la guerra de Siria, y de la crisis provocada en Ucrania, donde ayuda a rebeldes prorrusos en la zona oriental, y tiene ocupada la estratégica península de Crimea.
El Presidente de Rusia sabe que, a pesar de que su papel ya no es igual al de los líderes de la fenecida Unión Soviética, su país continúa siendo una gran potencia y él está obsesionado por recuperar el lugar que a su juicio le corresponde en la política internacional. Para Putin, el "mayor desastre geopolítico del siglo XX" fue el colapso de la URSS, y con eso en mente, y ayudado por la bonanza de los precios del petróleo, pudo emprender un programa de modernizaciones militares, incluido el arsenal nuclear, que ha devuelto a Rusia parte del poderío que tenía durante la Guerra Fría.
Pero el número y calidad de las armas no es suficiente para erigirse como la clave para la resolución de variadas crisis. Hace falta una voluntad política férrea, una estrategia amplia y actores internacionales que hayan dejado un espacio de maniobra donde el líder del Kremlin pueda jugar sus cartas. Ahí es donde, en el caso del Medio Oriente, Estados Unidos permitió, por omisión o ausencia, que Rusia llenara el vacío que dejó al retirar sus tropas de Irak, confiado en que las nuevas autoridades iraquíes podrían controlar el territorio. La anarquía iraquí permitió la emergencia del Estado Islámico, y en el país vecino, los ecos de la primavera árabe alentaron la rebelión de sectores sometidos por años al régimen de Bashar al Assad. En ese escenario, Putin vio una oportunidad para que Rusia jugara un papel fundamental en la región, ayudando al hombre fuerte de Siria, su histórico aliado que le ha permitido tener por años una base naval, o sea, un puerto en el Mediterráneo.
Las sanciones económicas impuestas por EE.UU. y la Unión Europea por la "recuperación" de Crimea le han infligido enorme daño a Rusia, pero Putin no ha tenido que pagar el costo político. La popularidad del Presidente sigue siendo muy alta, y los opositores, que tuvieron gran fuerza hace un par de años, han perdido vigor por causa de la represión, pero también porque la opinión pública rusa ha reaccionado tal como Putin esperaba: con orgullo ante la recuperación de su estatus internacional.
Con la visión de un heredero de la Unión Soviética
Putin, formado en el KGB, es sin duda un heredero de los jerarcas soviéticos. Su visión estratégica es similar, y en ella está enraizada la creencia de que Rusia necesita para su seguridad una frontera con países débiles a los cuales pueda someter. El caso de una Ucrania fuerte e independiente no cabe en ese esquema, menos que esta busque pertenecer a la OTAN, una alianza considerada como una provocación en su avance hacia la frontera rusa. Y ahí está la clave de esta nueva guerra fría que se ha instalado en el siglo XXI.
La Rusia de Putin no es tan poderosa como la URSS, pero usa bien sus recursos políticos, especialmente para insertar cuñas entre los países europeos y entre ellos con EE.UU. Su pretensión de atraer a Alemania como aliado no se ha esfumado con los años. Hay que recordar que Gorbachov intentó sin éxito que, tras la reunificación, Alemania dejara la OTAN o fuera neutral. A Putin le basta evitar un curso de colisión con Berlín; por eso, es tan importante para su juego internacional acercarse a Angela Merkel, quien sin embargo ha tenido una dura actitud contra Rusia por los bombardeos en Siria.
Frente a la incógnita del resultado de las elecciones norteamericanas, Putin está a la expectativa, sin retroceder ni ceder espacios ganados. Sabe que mientras mejor tenga ubicadas sus fichas, más probabilidades tiene de obtener ganancias en una negociación, sea con Donald Trump o con Hillary Clinton. Quien resulte elegido Presidente de EE.UU. necesitará una nueva política de severa contención hacia Rusia, y esta aproximación no debe descartar que Putin siga siendo poderoso, o que su sucesor tenga la misma percepción del rol de su país en el contexto mundial.