La caída de Kabul

Columna
Perfil, 04.09.2021
Felipe Frydman, economista argentino, embajador (r) y consultor del CAR

Una vez más la rendición de una ciudad simbolizó el éxito de la fe sobre el pecado. La toma de Kabul por los talibanes tiene un significado más profundo que el triunfo sobre los invasores y la proclamación de la independencia. Kabul representa en el imaginario de ese grupo todo aquello que tiñe de pecado la vida humana: el ateísmo, la ambición, el comercio y el libertinaje. Ese mismo sentimiento corrió por las venas de los terroristas que el 11 de setiembre estrellaron los aviones contra las Torres del Centro de Comercio Internacional en Nueva York. Esa ciudad representaba el cenit del poder financiero con pretensiones de extender su cultura y forma de vida a todos los rincones del mundo.

La destrucción de las Torres provocó un sentimiento de satisfacción en los círculos extremistas y también en el progresismo a pesar de una que otra declaración lamentando la pérdida de vidas de inocentes. Nueva York más que Washington es el templo donde el dinero reemplazó a Dios para promover la ambición y el individualismo aniquilando cualquier sentimiento de comunidad o vivencia espiritual. El ataque terrorista tuvo el objetivo de conmover la estructura de poder para mostrar su debilidad y las posibilidades de vencerlo en el campo de batalla como efectivamente sucedió veinte años más tarde en Afganistán.

La historia tiene ejemplos del odio de las zonas rurales y por lo tanto postergadas contra las ciudades donde residían los gobernantes a los cuales los campesinos acusan de explotación. Babilonia, Roma, Bagdad, París, Berlín, Shanghái, Moscú, Estambul y muchas otras fueron los blancos favoritos de las revueltas porque cobijaban infieles, degenerados y corruptos desprovistos de religión.  En Turquía, el Partido AK de tendencia islamista ganó las elecciones por el apoyo abrumador de las zonas rurales mientras el Partido laico CHP se impuso en Estambul.

La convivencia en las zonas rurales explica la actitud refractaria a aceptar cambios que impliquen una modificación de los valores y jerarquías; las mismas tareas de supervivencia y la escasez requieren de formas de trabajo   donde prima la comunidad.  La única forma que el individuo tiene de salir de esa estructura es rompiendo con el sistema y afrontar los riesgos de la separación con un destino incierto. El multiculturalismo asume que existe una adhesión voluntaria de los miembros a la comunidad cualquiera sea su forma negando la posibilidad de un régimen de coerción que se impone desde arriba para ejercer el control de las condiciones de vida de los miembros distribuyendo premios y castigos. La preservación de una cultura constituye hoy una reivindicación progresista mientras que tiempo atrás se aceptaba la evolución como parte de un proceso influenciado por la modificación de las condiciones materiales de la sociedad. La negación del progreso basándose en consideraciones benevolentes se convierte en una política regresiva que anteriormente era asignada a las religiones y derechas retrógradas.

Esta condescendencia a los habitantes rurales explica los llamados a regresar a la naturaleza donde sería posible un desarrollo espiritual alejado de las tentaciones diabólicas de las ciudades. El Papa Francisco refleja esta posición al señalar que las crisis se deben a la declinación moral, al distanciamiento de los valores religiosos, a la caída en las vorágines ateísta y agnóstica y prevalencia del individualismo acompañada por filosofías materialistas. Todas estas razones forman parte de las plataformas ideológicas del extremismo donde se rechaza el individualismo y las visiones no religiosas.

El triunfo del Talibán es sólo un capítulo en una trama internacional compleja donde existen fuerzas interesadas en cuestionar la democracia, la libertad y los derechos humanos. Si uno pensaba que esos principios eran universales los hechos están demostrando que siempre se puede volver al pasado.

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