La Cruzada Mercantil o Cuarta Cruzada

Columna
OpinionGlobal, 13.09.2017
Isabel Undurraga Matta, historiadora (PUC) y columnista de OG Review

Las expediciones militares que organizó el Occidente cristiano, entre los siglos XI y XIII, con la teórica finalidad de recuperar el Santo Sepulcro de Cristo en Jerusalén, que por esas fechas (junto a todo lo que hoy conocemos como Medio Oriente) estaba en poder de los turcos selyúcidas o sarracenos de fe musulmana, es lo que se conoce como Cruzadas. El nombre les fue dado por la cruz de tela roja que los integrantes llevaban prendida en el pecho.

En esta oportunidad abordaremos la IV Cruzada, expedición que durante cientos de años se mencionó solo por su número, con el fin de que pareciese que compartía el mismo objetivo de las tres que la antecedieron. De éstas solo la Primera cumplió con el cometido propuesto inicialmente, ya que llegó a destino y tomó la ciudad de Jerusalén con un costo humano indescriptible: los cruzados no tuvieron ni la más leve humanidad con los enemigos, olvidando por momentos a lo que iban y que estaban en una ciudad que era Santa para ellos. Pero, también lo era y es hasta hoy, Santa para judíos y musulmanes desgraciadamente, ya que en este pequeño detalle radican las periódicas trifulcas que se generan por parte de lo seguidores de las tres confesiones señaladas: cada una estima que la ciudad le pertenece y que las otras dos nada tienen que hacer allí. Las tres tienen en Jerusalén un punto estratégico de su fe. Los judíos, El Muro de los Lamentos, donde multitudes golpean su cabeza diariamente contra él e introducen pequeños papeles con rogativas en los intersicios de la pared. La Mezquita de la Cúpula de la Roca es sagrada para los musulmanes, ya que según ellos desde ahí Mahoma subió al cielo montado en un caballo blanco. Y para los cristianos, lo es la iglesia del Santo Sepulcro de Cristo.

La descripción de la toma de Jerusalén hecha por el fraile que oficiaba como cronista oficial de la expedición, es de espanto. Con lujo de detalles describe y justifica el horror de la lucha y da por terminado el relato contando que por las estrechísimas callejuelas de la vieja ciudad corría tal cantidad de sangre que ésta alcanzaba las corvas de los caballos. Cómo habrá sido el pandemonium para que árabes y judíos, rivales ancestrales, se enfrentaran unidos a los cristianos y hayan tenido que rendirse unidos también ante ellos.

Los cristianos occidentales se instalaron así en todo el Oriente Medio durante más de un siglo. Pero después de ese tiempo, fueron vencidos y desalojados por los sarracenos. Las Cruzadas 5ª, 6ª, 7ª, y 8ª mejor ni mencionarlas, pues no guardaron nada del espíritu e intención primitivos. Jerusalén y su Sepulcro eran ya agua pasada y estas tuvieron como objetivo solo el comercio, específicamente con Egipto.

Pero es la Cuarta la que nos atañe ahora. Estamos en el siglo XXI y ya no es posible tapar el sol con un dedo, seguir endulcorando la historia y no describir el hecho en cuestión como lo que fue: una expedición mercantil digna de los más avezados piratas y bucaneros, desde el momento en que puso pie en la capital del Imperio de Oriente y hasta que después de más de un año se logró expulsar a la turbamulta de cruzados de la ciudad, período durante el que cometieron los robos, destrozos y tropelías más increíbles. Los venecianos, hay que decirlo, llevaron en ello la voz cantante. La caída de Constantinopla en manos de los turcos en 1453, constituye un hecho casi modélico de respeto y buenas maneras comparado con lo que hicieron los venecianos, tan cristianos ellos como los habitantes de Constantinopla, doscientos años antes.

Recordemos que el Imperio Romano a fines del siglo V se dividió en el Imperio Romano de Occidente con Roma como capital y manteniendo el latín como idioma, y el Imperio Romano de Oriente con Bizancio (después Constantinopla) como capital y el griego como el suyo. Ambos, compartiendo el cristianismo como fe oficial. Pero se enemistaron desde el momento mismo en que se separaron, situación que se mantiene irreconciliable hasta hoy. La división se dio por ciertos puntos de carácter teológico y otros solo de forma: muchos de estos últimos son de una trivialidad tal, que mueven a risa. Para el momento de organizarse las Cruzadas, el Imperio de Oriente o Bizantino superaba con creces al de Occidente en cultura, refinamiento intelectual, manuscritos originales griegos clásicos, reliquias sagradas y maravillosas obras de arte, todo lo cual estaba en la capital. A la fecha, mantiene en su poder solo una pequeña parte de lo que habían sido sus extensos territorios después que los turcos selyúcidas siglos antes, viniendo desde Asia, invadieron y se apoderaron de gran parte del Imperio quedando éste solo con su capital intacta y algo más. Bizancio perdió Jerusalén, pero igualmente lo perdió Roma, ya que hasta la llegada de los sarracenos, los bizantinos les permitían a los occidentales hacer peregrinaciones por vía marítima.

Para comienzos del siglo XIII, Inocencio III asume el Papado en Roma y como sus antecesores, decide comenzar su  jefatura con algo que mantuviera el prestigio y el poder de la Iglesia. Y qué mejor que predicar una nueva Cruzada. Para darle un tinte más democrático, la llamó “de los pobres”: esta vez iría solo el pueblo llano, sin los Reyes y Príncipes europeos que habían comandado las otras tres. La idea misma se aprecia como un disparate: ¿pobres sin al menos un caudillo que los guiase, haciendo un viaje a pie que duraba más de un año para llegar a destino? Pero si consideramos que ya se había llevado a cabo una Cruzada de los Niños, todos menores de 15 años que solo alcanzaron a transitar por una parte de los Balcanes y cuyo resultado fue un horror, pues los pequeños que no murieron en el intento fueron tomados prisioneros por los turcos que los convirtieron en eunucos y esclavos, entonces lo de “pobres” sonaba hasta bien. A pesar que el llamado de Inocencio no tuvo mayor interés inicial, finalmente se motivó al pueblo llano y enseguida un buen grupo de nobles flamencos, franceses y alemanes se unieron a la partida para no desperdiciar la ocasión y se volcaron a prepararla, ya que debía cumplir con unas exigencias mínimas.

La ruta hasta Jerusalén no implicaba entrar en la ciudad de Constantinopla: se llegaba al Bósforo e inmediatamente se iniciaba el trayecto a pie por lo que hoy es Asia Menor. Veremos cómo se trastocó completamente esta cuarta Cruzada desde el momento en que la Serenísima República de Venecia decidió unirse a la partida, aunque nadie la había convocado. Explicaremos por qué: el Gran Dux o Dogo que gobernaba en ese momento la Serenísima era Enrico Dándolo,90 años, inteligente, enérgico, con una ambición desatada por el dinero, rencoroso y un auténtico fenómeno de la naturaleza si se piensa que la media de vida en la época no iba más allá de los 40 ó 50 años de edad como mucho.

Ya estaba todo listo, cuando los organizadores ven que hay falencias serias en la logística. Aquí entra Dándolo ofreciendo los “servicios” de la República: ésta facilitaría barcos y provisiones durante un año para 4.500 caballeros, 9.000 escuderos y 20.000 infantes y participaría activamente en la campaña con 50 de sus naves armadas y con sus respectivas tripulaciones, a cambio de que los cruzados le pagaran 85.000 marcos de plata. Como se ve, un contrato comercial en toda regla, el que fue aceptado y firmado por las partes. Ahora bien, los cruzados sacan cuenta que solo habían logrado reunir 10.000 hombres y no todo el dinero requerido, por lo que pidieron una rebaja en el valor del pasaje, a solo 35.000 marcos. Pero el Dux se negó: un negocio es un negocio. Pero, para suavizar el asunto, les propuso otro trato consistente en que de los 85.000 marcos acordados, pagarían solo una parte, siempre que  le prestaran un gran servicio a la República: la reconquista de la ciudad de Zara en la costa dálmata, que pretendía independizarse de ella.

La categoría de financista principal que asumió Venecia en la cruzada que se iniciaba, es indispensable de tener en cuenta para entender los hechos que se van a desarrollar. A los cruzados no le seducía luchar contra otros cristianos como eran los habitantes de Zara, ya que la Iglesia so pena de excomunión, lo tenía prohibido.  Pero el Dogo inflexible, les planteó que si no aceptaban deberían saldar en el acto el total de la deuda contraída. No tenían el dinero, así es que no les quedó más que aceptar, además que les comenzó a tentar la posibilidad de obtener un buen botín.

La imponente expedición salió de Venecia en octubre de 1202 y Zara cayó al mes siguiente, instalando allí los cruzados sus cuarteles de invierno. Cuando a la vuelta de año deciden partir, reciben una petición de ayuda desde Constantinopla que va a cambiar completamente el espíritu de la Cruzada y a la que accedieron los nobles que la comandaban y muy especialmente el Dux Dándolo quien tenía un resentimiento personal de muchos años con la capital bizantina: que ayudaran a reponer en el trono al emperador o, en su defecto, a su hijo, lo que suponía entrar en la ciudad de Constantinopla y actuar militarmente. A cambio, su hijo le prometió a los cruzados pagarles los 34.000 marcos de plata que aún debían a Venecia y facilitarles 10.000 hombres para engrosar sus fuerzas, además de correr con los gastos que implicarían 500 caballeros que permanecerían en Tierra Santa, una vez que se hubiese recuperado Jerusalén. Sin duda una oferta tentadora.

El emperador había sido depuesto después de 10 años de gobierno por un rival que se creía más apto para el cargo, según el método tradicional con el que se resolvían las sucesiones imperiales en Constantinopla, vale decir, no solo con el alejamiento del trono del emperador, sino que además, con su ceguera total, ya que se suponía que alguien con sus cuencas oculares vacías no podía cumplir con sus altas funciones. Pero esta crueldad no era privativa de Oriente. El mismo Papa Inocencio III la va a poner en práctica en Occidente al eliminar a los cátaros, practicantes del cristianismo austero y primitivo establecidos en el suroeste de Francia y que la Iglesia de Roma estimaba herejes.

El cambio de planes de la cuarta cruzada supuso una grave incidencia con el  99% de los integrantes de la expedición, los “pobres”, que no tenían otro interés que llegar a Jerusalén a rescatar el Santo Sepulcro, que era para lo que habían sido llamados y lo que los había motivado para integrar esta cruzada. ¿Ir a Constantinopla a  guerrear para algo incierto? No. Se amotinaron en Zara y el Dux y los nobles tuvieron que hacer un intenso trabajo para convencerlos de que el cambio en la ruta tendría enormes beneficios, dado lo que obtendrían como botín en la rica capital oriental. Aceptaron finalmente de mala manera y después de un intento fallido, los cruzados entran en Constantinopla en junio de 1203 y logran reponer en el trono al emperador destituido. Con la misión cumplida, la expedición ya podía continuar a Tierra Santa. Pero los jefes deciden permanecer en la capital a la espera del dinero prometido, sin hacer nada provechoso. Hasta que, a comienzos de 1204 y a raíz de unos disturbios callejeros en el que mueren el emperador y su hijo, los cruzados se percatan que ahora nadie podría pagarles lo prometido. Es en ese momento que deciden asaltar por segunda vez Constantinopla y procurarse por su propia mano lo que ellos estimaban que les correspondía. Lo logran el 13 de abril de 1204 y, a partir de ese momento fatal, lo que originalmente se había organizado como una cruzada se convierte literalmente en una expedición de saqueo sin parangón en la historia occidental. En el barrio de Gálata hay que recordar, convivían armoniosamente hasta ese momento algo más de 50.000 comerciantes italianos, la mayor parte genoveses.

El saqueo de Constantinopla por los cruzados constituye uno de los hechos más vergonzosos llevados a cabo en la historia de Occidente, sino el que más, y el que no admite disculpas ni justificación de ningún tipo. Lo que se había logrado reunir en el Imperio de Oriente a lo largo de 900 años como expresión de lo más alto de la civilización cristiana, fue degrado por manos también cristianas. En ello no intervino ni un solo ciudadano “infiel”. Lo que no fue derechamente robado, fue neciamente destruido o quemado. Hubo violaciones en masa, dos intentos de incendio y más de 2.000 habitantes fueron degollados sin motivo alguno. Bibliotecas enteras con manuscritos antiguos clásicos irrecuperables, ardieron en piras. Los frailes que eran parte de la expedición, robaron también a manos llenas, principalmente reliquias sagradas. Todo lo que podían, lo introducían en bolsas y sayales. La basílica de Santa Sofía fue escenario de soldados emborrachándose con el vino consagrado, del desenfado de las prostitutas francesas (las que obviamente iban en toda expedición guerrera de Occidente, aunque ella fuese con destino a Tierra Santa) y de juegos de dados en sus altares, sin contar con que sus cortinajes de seda fueron completamente rasgados y sus paredes manchadas.

En ninguna ciudad del mundo hubo nunca un botín semejante, según la descripción del historiador Nicetas Choniates, cronista presencial de los hechos. Botín que hoy es posible admirar íntegro en Europa: París tiene en la Saint Chapelle decenas de cálices incrustados de piedras preciosas e íconos bizantinos, entre otras cosas. Pequeñas ciudades francesas, alemanas y flamencas también fueron “beneficiadas” con el pillaje y saqueo de Constantinopla. Y la guinda de la torta: la cuadriga que está a la entrada de la catedral de San Marcos en Venecia, para no detallar lo que se guarda en su interior, infinitamente mayor en número e importancia a todo lo demás repartido por suelo europeo. Como financista de la que iba a ser la Santa Cuarta Cruzada, Dándolo seleccionó muy bien los objetos con que quedarse.

Occidente está siempre presto a señalar con el dedo a quienes estima que han tenido una actitud casi de demolición de culturas ancestrales y de robo de sus civilizaciones. Es lamentable que no recuerde públicamente, la sinrazón de la destrucción de la cristiana Constantinopla por otros hermanos tan cristianos como ella.

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