La geopolítica de tres ‘zonas calientes’ en el mundo

Juan Salazar Sparks[1]

Cualquier análisis sobre la actual situación internacional debería reconocer que hay tres grandes "zonas calientes" en el mundo, donde los intereses en juego están desembocando en peligrosos conflictos armados: Ucrania, el Mar de China meridional, y el Medio Oriente.

En los primeros dos casos arriba mencionados, advertimos que se trata de pugnas de hegemonía entre grandes potencias (EEUU/OTAN-Rusia y EEUU-China, respectivamente). En cambio, en el tercero, lo que ocurre es la propagación de una lucha intestina político-estratégico-religiosa entre las dos vertientes principales del islamismo (suníes y chiíes). Veamos cada una de ellas:

Zona Caliente I: Separatismo pro-ruso en Ucrania Oriental

La actual guerra civil entre el gobierno central de Kiev y los separatistas pro-rusos de la cuenca del Dombás (al este de río Dniéper en Ucrania Oriental), principalmente en las óblasts (regiones) de Donestk y Lugansk, donde predomina el idioma ruso y existe una minoría importante de rusos étnicos, no es otra cosa que el paso siguiente de la anexión de Crimea y una contienda gradual incitada por la vecina Rusia.

El meollo del conflicto ucraniano es el choque de dos imperativos geopolíticos: Rusia quiere proteger su "espacio interior", rodeándose de territorios vecinos para conformar una zona tampón; y los EEUU quieren prevenir el ascenso de potencias regionales que puedan desafiar la hegemonía norteamericana. Dichos imperativos han colisionado en Ucrania, porque de todos países de la ex periferia soviética es el de mayor importancia estratégica para una Rusia moderna. Los intereses en pugna después de la independencia de Ucrania en 1991 corresponden a Occidente (EEUU-OTAN-UE), donde el objetivo de la UE es ampliarse hacia Europa Oriental y el de la OTAN es cautelar la independencia de los países bálticos, Polonia y Ucrania (ex URSS), ambos sumados a la clásica política de contención norteamericana (guerra fría). A la inversa, en el caso de Rusia, los intereses en juego es ser reconocida como superpotencia y evitar el proceso de occidentalización de Ucrania, porque se siente amenazado por una "intromisión" foránea e indebida en un espacio territorial que ha considerado históricamente (imperio zarista e imperio soviético) bajo la influencia de Moscú.

Los eventos bélicos que hemos presenciado desde la primavera y el verano de 2014 en la península de Crimea, el puerto de Sebastopol y la región de Ucrania Oriental son, en el fondo, una secuela de la dramática desintegración de la URSS 23 años antes. Ucrania, la segunda mayor república pos-soviética, ha jugado un rol clave en prevenir los intentos rusos por reintegrar "el exterior cercano" (países vecinos satélites) en un nuevo imperio. Una década después, Kiev entregó su arsenal atómico ante las seguridades de su integridad territorial brindadas por Rusia, EE.UU. y Gran Bretaña. Y, en 1997, el gobierno ucraniano acordó arrendar a la flota rusa la base naval de Sebastopol a cambio de un tratado que reconociera la inviolabilidad de las fronteras ucranianas. Sin embargo, la negativa del presidente Vicktor Yanukovich a firmar un acuerdo de asociación con la UE en noviembre de 2013 dio inicio a la masiva protesta popular (Euromaidan) que terminó por deponerlo (huyó a Rusia vía Crimea). Éste fue el punto de inflexión que produjo la reacción de Putin y la guerra del Dombás.

Unidades militares salieron de sus cuarteles en Sebastopol y, con el apoyo de tropas traídas de Rusia, tomaron el control de Crimea, anexión que se pretendió legitimar con un fugaz referéndum el 16 de marzo de 2014. Eso fue el comienzo de la agresión rusa. En abril siguiente, activistas nacionalistas y oficiales de inteligencia clandestinos se trasladaron de Crimea a las principales ciudades de Ucrania oriental, proclamándose un número de repúblicas separatistas que buscaban integrarse en un estado de Novorossija ("Nueva Rusia"). Con ello, se desató una insurgencia de policías locales y mercenarios (voluntarios cosacos y combatientes chechenos) liderados por oficiales rusos.

Luego de unas 4 mil bajas entre ambos lados (soldados, paramilitares y civiles), lo que estamos presenciando hoy en Ucrania es un fenómeno nuevo: una "guerra híbrida". No se trata de un conflicto armado convencional entre dos estados, sino la agresión clandestina de fuerzas irregulares de un estado (Rusia), junto con la movilización de sus ejércitos regulares en la frontera, la propaganda y campañas de desinformación, así como la insurgencia interna (separatistas pro-rusos), con el fin de desestabilizar al gobierno de otro estado vecino (Ucrania-Kiev) y dar un giro favorable en su política exterior.

Por ahora, y tras varias treguas (Protocolo de Minsk I y II), los separatistas pro-rusos controlan Donestk y Lugansk; Ucrania es un estado dividido; Rusia tiene mucho invertido en dicho país (partiendo por los gaseoductos hacia Europa) y ha movido sus tropas a Ucrania oriental; el gobierno de Kiev trata de mantener el territorio que aún controla; y si bien los EEUU y la UE (reunidos en la OTAN) han aplicado sanciones a Rusia, no pueden hacer mucho por retrotraer la situación.

Dependiendo de la relación de fuerzas en el plano local, regional e internacional, Vladimir Putin moverá nuevamente sus piezas de ajedrez para escalar la guerra civil ucraniana, o bien, para congelar el conflicto hasta otra oportunidad. Entre los factores que inciden en las alternativas de la Zona Caliente I, hay que mencionar: consolidación del gobierno de Kiev (democratización, regionalización y fin a la corrupción); evolución de la economía rusa (mejoramiento en los precios del gas y el petróleo); y futuros cambios geopolíticos (salida griega del Euro, triunfo del califato o auge regional de Irán). Con todo, la evolución del conflicto ucraniano (solución o escalada) no dependerá de Kiev sino de la relación entre Moscú y Washington. 

Zona Caliente II: Disputas en el Mar de China Meridional

El Mar de China Meridional es una porción del Océano Pacífico frente al Sudeste de Asia limitado al sur por Singapur, Sumatra y los Estrechos de Karimata y, al norte, por el Estrecho de Taiwán. Con una superficie de más de un millón y medio de kilómetros cuadrados, baña las costas de Brunei, Camboya, Filipinas, Indonesia, Malasia, República Popular China, Singapur, Tailandia, Taiwán y Vietnam.  En dicha zona marítima se ubican más de 200 pequeñas islas, rocas y arrecifes, que en su mayoría conforman las cadenas de las Islas Paracel y Spratly.

El trasfondo de la controversia planteada en el Nan Hai (Mar del Sur o Mar de la China) es la disputa entre varios ribereños y potencias por las islas y atolones, bases e instalación de misiles, la ciberseguridad y tecnología militares, así como el comercio y la navegación por la zona marítima en cuestión. El punto de partida del problema son las reclamaciones territoriales de los países ribereños, pero el trasfondo del mismo es la creciente expansión de la influencia china que pone en entredicho la tradicional hegemonía norteamericana en la región. Algunos expertos están hablando, incluso, de la posibilidad de que China y los EEUU caigan en la "trampa de Tucídides", historiador griego de la Guerra del Peleponeso que sentenció que el auge de Atenas y el temor que ello había inspirado en la dominante Esparta hicieron la guerra inevitable entre ellas. En otras palabras, las tensiones producidas en la región corresponderían a un proceso de re-balanceo del equilibrio de poder en el Asia Pacifico (reemplazo de EE.UU. por China).

Varios países asiáticos han expresado su preocupación respecto de las construcciones militares chinas en las islas, creando nuevos islotes semi-artificiales aprovechando los arrecifes y atolones existentes en la zona en disputa. Japón y Filipinas han entablado conversaciones sobre cooperación militar, pues la remilitarización del primero tiene que ver con asegurar sus intereses en materia de líneas de navegación vitales para su economía, en tanto que la ubicación estratégica del segundo no es viable con sus débiles defensas. El aumento de las actividades navales japonesas incluyen también ejercicios conjuntos con Vietnam y la firma de un acuerdo de transferencia tecnológica en materia de defensa con Malasia.

Por su parte, los EEUU se han dedicado a ampliar sus propias bases navales y militares en "el patio delantero chino", particularmente en islas coreanas (defensas ante una agresión de Corea del Norte) y en islas japonesas (Okinawa), estimándose que un 60% de la flota naval norteamericana estará estacionada en el Asia Pacífico para el 2020.

Los vínculos económicos y el dominio de los mercados también han adquirido mucha gravitación estratégica. El presidente Obama, por ejemplo, ha venido batallando para crear un área de libre comercio de EEUU con Canadá, México, Japón, Australia y otras siete naciones en el Asia Pacífico (Chile inclusive), pero excluyendo específicamente a China (alegando su falta de apertura económica). En ese contexto, el Trans Pacific Partnership (TPP), si bien está llamado a acelerar el proceso de apertura y liberalización económica, sería la llave primordial de Washington para neutralizar el poderío económico de Beijing. “Un bastión contra el crecimiento de China”, llegó a  sentenciar el New York Times. China observa esta maniobra y, aferrada a su propia iniciativa sobre libre mercado, intenta demostrar que tiene con qué sostener un proyecto de cooperación económica en la región (léase su nuevo Banco Asiático de Infraestructura).

En definitiva, y recurriendo a la teoría de la biología evolucionista, debemos entender que en el Mar de China Meridional se está dando un proceso de equilibrio interrumpido. Es decir, todo se encuentra en fluctuación; el desequilibro se está convirtiendo en un estado normal y, por lo tanto, reina la incertidumbre. Cuando la situación se haya definido, habrán nuevas reglas y otro tipo de juego de ajedrez regional. El propio sistema internacional parece dirigirse hacia una nueva era multipolar, que aún busca su propia forma. Es la transición al equilibro. Pero, entre tanto, el duelo que se expande entre EEUU y aliados con China seguirá siendo una gran incertidumbre de la política internacional.

Zona Caliente III: La guerra civil islámica

El Medio Oriente, marcado tradicionalmente por el conflicto palestino-israelí, está hoy dominado por una sangrienta división del Islam, al este de Beirut y entre chiíes y suníes: la guerra civil en Siria, masacres entre comunidades en Iraq, hostilidades locales y extranjeras en Yemen, y las tensiones generales en el Golfo Pérsico (competencia entre Arabia Saudita e Irán).

Una forma burda de plantear el problema sería decir que su base está en la religión: si los suníes creen o no que los chiíes adoran al demonio, o bien, si los chiíes creen que los suníes son "perros traidores" al Profeta. Si bien las diferencias existen desde los tiempos de Mahoma, desde el verano de 2003 en adelante ambas vertientes de la misma confesión se han estado matando en forma casi sistemática. Un mapa político actual de la región nos muestran que:

  • En Irak, milicias chiíes respaldadas por Irán combaten contra el Estado Islámico (Daesh o ISIS), que es suní;
  • En Siria, distintas milicias suníes, desde el ISIS y el Frente al-Nusra (Al Qaeda) hasta combatientes “moderados”,intentan derrocar el régimen alauita (chií) de Bachar Al-Asad, que recibe apoyo de Irán;
  • En Yemen, guerrillas huthíes (zaidíes, una rama del islam chií) respaldadas por Irán luchan contra el régimen yemení (suní), defendido militarmente por Arabia Saudita; y
  • La situación puede expandirse a Egipto, Libia y Túnez. 

El enfoque anterior, si no es falso, es más aparente que real. De partida, hay más variantes étnico-religiosas envueltas. Quienes más tiempo llevan combatiendo contra el ISIS en Irak son los peshmerga (kurdos suníes). En Siria, la guerra del ISIS no se dirige ahora tanto con contra Al-Asad como contra los kurdos y otras milicias rebeldes no clericales. Además, no existe ninguna semejanza entre la religión oficial de los ayatolás en Teherán y la que practica la población siria alauí. El nombre de la fe alauí deriva de Alí (yerno de Mahoma), al que los chiíes tienen en especial estima, pero si bien la confesión alauí es considerada Islam a efectos legales en Siria, no conoce ningún rito, ni sigue a ningún líder religioso. En teoría, reconoce el Corán como libro santo y le atribuye un significado oculto, que invalida el aparente. Por lo tanto, en la práctica, ser alauí significa ser agnóstico o, por lo menos, monoteísta no practicante. Por último, en Yemen, los rebeldes huthíes, una aglomeración de tribus en la frontera norte del país, lleva una década combatiendo contra el gobierno. El presidente del país desde 1978, Alí Abdalá Saleh, era zaidí, y también lo son varias tribus aliadas con el gobierno contra los huthíes. Desde que Saleh entregara en 2012 el poder a su vicepresidente, Abd Rabuh Mansur Hadi (suní), es menos visible lo absurdo que es colocar el molde suní-chií encima del mapa de Yemen.

En vista de lo anterior, una segunda interpretación más realista dice relación con la divisoria existente entre musulmanes de statu quo (suní) y musulmanes revisionistas (chií), que resulta de una diferenciación histórica global entre poderosos y débiles, ricos y pobres. En los países árabes (salvo Irak y ahora en El Líbano), han primado los suníes a la cabeza de los gobiernos y en el poder económico, muchas veces como nacionalistas (nasseristas), socialistas (partido baaz) y -en general- no clericales. En los años 50, por ejemplo, en Bagdad había huelgas, manifestaciones, conjuras, tiros en plena calle… entre cuatro grandes bloques: comunistas, nacionalistas, baazistas y liberales. Los chiíes, en cambio, han representado hasta ahota a las masas pobres, analfabetas y más desarraigadas, pero clericales. La Revolución Islámica en Irán cambió todo eso, como se advierte con Hizbulá en El Líbano y la militancia chií en Irak, Siria y Yemen.

Como si lo anterior ya no fuera lo suficientemente confuso, cabe consignar también que -en los últimos años- el terrorismo islámico de raigambre sunita se ha expandido enormemente, tanto geográficamente como en lo que hace a su influencia, radicalizando a muchos jóvenes y empujando las luchas facciosas hacia dos grupos terroristas islámicos distintos: Al-Qaeda y el Estado Islámico o ISIS (Daesh). Ambos grupos están hoy enfrentados entre sí en procura del liderazgo de los movimientos terroristas islámicos.

El líder del Estado Islámico, Abu Bakar al-Baghdadi, abandonó en su momento a Al-Qaeda y se proclamó líder de un presunto califato, al que conocemos como Estado Islámico. La rivalidad entre ambos movimientos es real y transita no solo por el plano de la ideología, sino también por el del uso reiterado de la violencia. Ocurre que ambos procuran obtener un poder hegemónico en el universo del terrorismo islámico sunita y, además, conquistar el alma del mundo musulmán, lo que es más complicado aún. Hay, sin embargo, algunas diferencias de peso. Al-Qaeda nació en Afganistán contra la presencia soviética, pero ahora sus afiliados tienen como enemigo principal o central a los Estados Unidos y procuran organizar atentados terroristas en suelo norteamericano o en Europa. El Estado Islámico, en cambio, nació en Irak tras la invasión norteamericana y apunta esencialmente a conquistar el Medio Oriente, aunque en sus actividades incluye blancos norteamericanos fuera de los Estados Unidos. Los esfuerzos del Estado Islámico se concentran por ahora al menos en las guerras civiles que azotan a Siria y a Irak.

Para Al-Qaeda el objetivo de corto plazo es reemplazar a los gobiernos autoritarios y corruptos de Medio Oriente, por gobiernos “auténticamente” islámicos, con un fuerte componente religioso. A su juicio, los chiíes son “apóstatas” y, por tanto, enemigos. No obstante, sostiene que aniquilar a éstos supone un mal uso de sus recursos y el riesgo de generar enemistades demasiado grandes dentro del mundo islámico. Por ello, no promueve activamente el sectarismo, ni ataca mezquitas.

El Estado Islámico, en cambio, aniquila cuanto puede a los chiíes “apóstatas”, en una estrategia que sádicamente define como “purificadora” en el mundo islámico. Además, en su larga lista de enemigos incluye también a los miembros de hizbulá en el Líbano, a los yazidis (una minoría kurda importante en Irak) y a todos los cristianos.

Existe una tercera explicación a la guerra civil islámica, que deriva de la soterrada pugna de poder entre Riad (suní) y Teherán (chií) por la hegemonía regional, que tiene que ver más con intereses nacionales y estratégicos que con la religiosidad. Se dice que si Irán obtiene la bomba atómica, Arabia Saudita le seguirá. Éste último ha buscado una alianza con Israel, en tanto que Irán lo estaría haciendo con Turquía (ex socio de Israel) y algunos emiratos árabes. Irak, Siria y Yemen están pagando los platos rotos de esa pugna.

La última derivada de la Zona Caliente III es que, para varios analistas, hay cuatro países hoy vulnerables frente a una posible “toma de control” por parte de los movimientos terroristas suníes, incentivando el islamismo fundamentalista iraníy agravando la situación en el Medio Oriente. A saber:

  • Pakistán, potencia nuclear, en donde los fundamentalistas desde hace rato controlan algunos territorios, incluyendo los vecinos a Afganistán;
  • Indonesia, que tiene la población musulmana más numerosa del mundo, es políticamente inestable y cuenta con antecedentes de actividad del terrorismo islámico;
  • Arabia Saudita, donde la influencia de la visión “dura” (Wahhabi) del Islam es grande; y finalmente,
  • Irak, sumida en el caos, defendida hoy por Irán, y con su integridad territorial muy lastimada.

[1] Embajador (r) y editor de OpinionGlobal.-

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