La guerra de 130 años

Columna
El Mercurio, 17.10.2023
Joaquín Fermandois, historiador y columnista

La cifra adquiere sentido si recordamos que los primeros colonos sionistas arribaron a la entonces Palestina en la década de 1890 y, desde un comienzo, se produjeron choques armados con la población árabe. La referencia legítima de acuerdo con el derecho internacional tiene dos fuentes: Una, es la partición efectuada por la ONU en 1947, una verdadera ensalada de territorios; la otra, en mayo de 1948, estalló la primera guerra formal entre las partes, y las líneas de cese del fuego de 1949 marcaron las fronteras internacionalmente reconocidas para el nuevo Estado judío.

Este devino en un país desarrollado, una democracia en muchos sentidos extraordinaria, potencia económica, científica, tecnológica y militar (y nuclear), y entre medio —hace 80 años— en Europa experimentó en carne propia un intento de exterminio físico, un genocidio de verdad, y no como hoy, que a todo se le llama genocidio.

Se deben destacar dos consecuencias de largo plazo, quizás interminables. Una, que el establecimiento del país que llegó a ser Israel provocó el desplazamiento, por temor o presión, de población árabe milenaria en la zona (sin olvidar que ni judíos ni árabes son originarios de la zona, como casi nadie lo es de ningún lugar), lo que unificó en torno a esta causa al nacionalismo árabe desde comienzos del siglo XX. Ello, porque este proceso no tuvo su correspondencia en el establecimiento de un Estado palestino, como debió ser la idea original.

La segunda, lo que estaba en germen en el primer sionismo, fue animando el alma del nuevo Estado, su espíritu guerrero y la ambigüedad resultante. La superioridad militar le permitió sobrevivir y vencer las sucesivas guerras que debió confrontar o iniciar. Por su pequeñez geográfica carece de aquello que los especialistas denominan “profundidad estratégica”. Una sola gran batalla perdida podría ser la derrota total, el fin del Estado judío y hasta el exterminio biológico para un país educado en el recuerdo del Holocausto. Israel fue condenado a ganar todas las guerras y, lo sabemos, ninguna nación a lo largo de la historia, por poderosa que haya sido, ha logrado vencer siempre militarmente a todos sus enemigos.

Por Vietnam y Afganistán, norteamericanos y soviéticos mordieron el polvo de la derrota en las “guerras irregulares”, en general de guerrilla. Ha sido la estrategia favorita de los grupos radicales antiisraelíes después de la guerra del Yom Kippur, en 1973.

Por otro lado, hubo avances hacia al menos una paz fría entre Israel y varios países árabes desde el sensacional viaje de Sadat a Israel en 1977. La expansión colonizadora israelí en la Margen Occidental, algo que va más allá de las fronteras internacionales reconocidas —a pesar de que las prevenciones israelíes de seguridad son comprensibles—, complicó las posibilidades de una paz, que en todo caso siempre será precaria. Tanto la falta de voluntad de Israel de empujar hacia la solución de los dos Estados como la tolerancia frente a la guerrilla abiertamente terrorista han fortalecido el espíritu de confrontación. Dentro de esto se inscribe el reciente ataque de Hamas a Israel. Este, según informaciones creíbles, estuvo caracterizado por un horrible ímpetu exterminador, de clara proyección de genocidio de verdad, lo que hace inevitable una respuesta contundente —ojalá que proporcional— de parte de Israel.

¿Qué debe hacer Chile? Abrigando en su sociedad a las dos colonias, árabe y judía, debe ser sensible a los sentimientos de ambas sin perder un horizonte de principios. Lo mejor es orientarse al principio de que, si nació Israel, debe también nacer Palestina.

 

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