La Roca, espejo de España

Opinión
El Mundo, 12.08.2015
Eva Díaz Pérez

Gibraltar no puede evitar su destino de campo de duelo anglo-español que asoma cuando se agostan los temas y hay que sacar punta a las cosas vencidas por exceso de sol y aburrimiento. Ahora el conflicto es por las incursiones de España en aguas inglesas de Gibraltar, aguas que tienen el color engañoso de lo fronterizo, un trampantojo del que no hay que fiarse.

Es lógico. En el Peñón se quedaron enganchadas las algas de la Historia. Su fondo marino es un basural salitroso de pecios en los que danzan los peces del tiempo. Allí abajo se ven las naves naufragadas que ilustran nuestra Historia, en realidad la historia de todos nuestros fracasos. Los mostradores de los bares de La Línea, San Roque o Algeciras estaban hechos con la madera de barcos de guerras perdidas. Y eso marca a fuego la naturaleza de un lugar.

Gibraltar -más allá de las iras que provoca en los que se duelen del terruño- no es una anécdota en la Historia, cuando se repartió el mundo allá por Utrecht, sino una roca que espejea lo mejor y lo peor de nosotros. Advertía el gran Tony Judt sobre la incapacidad de Europa para aprender de los crímenes del pasado y de su habitual amnesia nostálgica. Qué decir de España, maestra de memoricidios.

Por eso hay que mirar la Roca como el espejo -incierto e ilusorio- que nos devuelve errores, tragedias y victorias fugaces. Fue el refugio para nuestros liberales que desde allí saltaban al exilio. En Gibraltar quedan los perfiles del Duque de Rivas, Alcalá Galiano o Torrijos antes de morir fusilado en las arenas de la Málaga absolutista deFernando VII. Aquí murió Cadalso en una noche lúgubre del asedio a Gibraltar y se refugiaron cuadros de Murillo evitando que el mariscalSoult los saqueara de los conventos sevillanos para colgarlos en sus salones de París.

Sin olvidar la furia salvaje de sus costas donde se aliña el mercadeo, Gibraltar tiene un aire seductor de lugar en el que se mezclan sangres y se huye de purezas. Joyce imaginó en Ulises que Molly Bloom era la hija del militar irlandés Brian Tweedy y la llanita Lunita Laredo, matizándola de un erotismo mestizo en el que adivinamos el hechizo de un acento cockney andaluz. Habría que aprender a mirar con perspectiva esta roca que fusiona el God save the queen con Camarón, ese cuarto de atrás de España en el que triunfa lo heteróclito y raro y que debería llevarnos a la sonrisa y no a la mueca circunspecta de los conflictos diplomáticos.

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