La utopía republicana

Reseña de libro
Revista Historica, Vol.23 (1) 1999
Carlos Contreras, historiador peruano
  • Mc EVOY, Carmen, La Utopía Republicana. Ideales y Realidades en la Formación de la Cultura Política Peruana ( 1871-1919). Lima: Pontificia Universidad Católica del Perú, 1997.

Este nuevo libro de Carmen Mc Evoy, historiadora peruana, profesora en la Universidad de Sewanee (Tennessee, EE.UU.), es definitivamente un importante hito en la historia sobre el Perú independiente. Tanto por la contribución erudita que aporta a un período clave de la historia del país, cuanto por sus decisivas implicancias historiográficas. Después del encomiable y apabullante esfuerzo de Jorge Basadrc, de hace ya más de tres décadas, pocos se habían atrevido a plantear un nuevo "fresco" de la historia política peruana del período que va desde mediados del siglo XIX a los inicios del XX.

Luego de haber revisado una profusa documentación, que incluye correspondencia, periódicos, folletos y publicaciones oficiales, la autora nos ofrece una ordenada cronología política y un prolijo catálogo de los hombres de la escena pública de ese prolongado medio siglo de vida republicana. Se trata, además, y esto es lo que lo aleja de ser solamente un trabajo que aporte "nuevos datos", de una profunda reinterpretación de la época.

Estamos así ante un libro de tesis. Al presentarla rompe lanzas contra la historiografía de la década de los años setenta y ochenta, criticando su desdeño por la historia política y por las ideas que blandieron los líderes del momento. Es un caso, pues, de renovación de la "nueva historia" que todavía permanece vigente a nivel de la educación universitaria y la conciencia histórica de la rpayoría de los peruanos. En este sentido, Mc Evoy se une a la que podríamos llamar la "novísima historia" peruana, caracterizada hasta hoy por una revaloración del liberalismo local y de las élites domésticas.

Desde la elección del título: La Utopía Republicana, plantéase ya un contrajuego con lo que fuera un proyecto emblemático de la historiografía peruana de hace una década o poco más: La utopía andina, plasmado en dos libros y varios artículos de Alberto Flores-Galindo y Manuel Burga. Sin entrar a polemizar sobre esa esperanzada búsqueda por el retorno del Inca que rastrearon estos dos historiadores, Carmen Mc Evoy traza la biografía de otro gran proyecto civilizatorio peruano: el de hacer del país una nación moderna y democrática, plasmado en el ideal republicano. Normalmente se había asumido que la adopción del modelo político republicano en el Perú fue un "seguir la moda" del continente recién emancipado de España e Inglaterra, así como que los dirigentes del país jamás tomaron demasiado en serio dicha elección y que poco se desvelaron por adaptar el contenido real del país a la forma política asumida.

Este libro consigue exitosamente corregir esa noción. Recogiendo los debates aurorales del tiempo de la independencia, entre Monteagudo y Sánchez Carrión, e inspirada en trabajos de la historia de los Estados Unidos, la autora ofrece, como dijimos, una reinterprctación del siglo XIX, basada en un juego de oposición entre dos extremos de conducta política. Uno sería lo que llama el modelo "patrimonial autoritario" o "neopatrimonial". Es el orden de los caudillos que consideraban el poder como una instancia para el reparto de prebendas y bienes públicos entre una clientela de aliados, "favoritos" y "allegados". El otro, el "republicanismo cívico", que inspirado en el ejemplo del liberalismo europeo y su criatura en el Nuevo Mundo: los Estados Unidos, se proponía construir una comunidad nacional de "ciudadanos" y un orden democrático. En lo que resulta la parte más convincente del libto, Mc Evoy demuestra cómo para ello los hombres identificados con la causa republicana partieron, no de un liberalismo doctrinario y estático, antes en cambio, de una aguda crítica a la realidad existente. La inmoralidad en los manejos públicos, el desorden y perversión de la política económica, el nulo interés en mejorar la ilustración de los habitantes y la vigencia de un orden social servil en el interior, que agobiaba sobre todo a la masa indígena, fueron hechos duramente atacados por el discurso republicano. No obstante, una primera observación que salta rápidamente de la lectura, y ya señalada en otro comentario a este mismo libro, sería la naturaleza algo maniquea de este esquema, o su por lo menos aperente simplicidad. Demasiado tirado a lo "buenos" y "malos", diríamos. Aunque lo interesante es que esta vez los buenos y los malos han sido trocados.

Don Ramón Castilla, todo un constructor de la república en el imaginario colectivo nacional, y tenido por un "buen Presidente" en los textos escolares, es aquí el "malo de la película". Argollero, clientelista, intrigante, montó una "red castillista" que subsistió por casi treinta años, incluso hasta después de muerto, estorbando los afanes de los virtuosos republicanos. Los civilistas (al menos los del primer civilismo) dejan de ser en cambio los cínicos, o al menos cándidos ideólogos y plutócratas enriquecidos con el guano (como fueron presentados por la historiografía previa) para convertirse en los esforzados liberales que creían -lo que proclamaban y trataban de hacer lo que decían.

Manuel Pardo, a quién Mc Evoy dedicó su libro anterior, es, por supuesto, el "sumo sacerdote" de estos cruzados y una suerte de "héroe civil" de la república. El momento apoteósico del republicanismo redentor fue, para Mc Evoy, la campaña electoral de 1871-72 que llevó al poder al primer Presidente civil del Perú, y su gobierno, la oportunidad para estudiar los problemas de aplicación del proyecto: la "república práctica".

La educación de la masa analfabeta y la descentralización fueron los puntos en los que se encerró el programa regenerador del civilismo. La reacción patrimonialista y la guerra con Chile truncaron, no obstante, la marcha del proyecto, al hacerle perder las base económicas que lo sustentaban. Después de la guerra sobrevino, primero, un retorno del neopatrimonialismo, y después una etapa de reacomodos en la que el civilismo debió pactar con aquel, representado ahora por Andrés Cáceres, otro de nuestros antiguos hombres "buenos" de la historia republicana, y el más controvertido Nicolás de Piérola.

Finalmente el civilismo logra controlar otra vez el poder, pero ya no era el partido democrático y renovador de antes de la guerra. Había degenerado, convirtiéndose en un grupo excluyente y autoritario, cada vez más parecido a sus enemigos. El ideal republicano seguía siendo su doctrina animadora, pero se había vestido de ropajes espúreos, con lo que se entendería el retorno al centralismo y a un sistema electoral elitista en los últimos años del siglo XIX, así como la práctica de segregación sistemática de los sectores populares. La "República Aristocrática", que representó la consolidación y el triunfo de este segundo civilismo, no fue capaz de renovarse para asimilar los cambios en la estructura social del país y en consecuencia no logró incorporar a los nuevos sectores de la sociedad empleados y obreros urbanos, trabajadores mineros y peones agrarios de las plantaciones de la costa. La política se volvió asunto de notables y el proyecto republicano perdió fuerza. Nuevas doctrinas, como el anarquismo y el socialismo, ganaron a los nuevos actores sociales.

Con el advenimiento del régimen de la "Patria Nueva" de Augusto Leguía, en 1919, el país volvió a un estilo neopatrimonial. De modo, desde luego esquemático, tal es el argumento central del libro de Carmen Mc Evoy. Creo que debe valorarse positivamente haber sacado a la luz la importancia que el proyecto republicano tuvo en la historia peruana contemporánea, la que, en efecto, había sido omitida en las interpretaciones anteriores, al considerar la política una esfera subordinada y retleja de los hechos económicos y los intereses sociales. Tal vez podamos criticar el carácter por momentos reiterativo de la argumentación, que vuelve la lectura densa e innecesariamente lenta, con demasiadas citas (a propósito, el 169 estilo editorial de colocar las notas al final de cada capítulo, y no al pie de la página resulta bastante incómoda para el lector, que tiene que estar constantemente cambiando de página para ver la referencia). Pero es de resaltar que la autora no caiga en el pesimismo característico de la historiografía anterior, en el que la palabra "fracaso" resultaba omnipresente cuando se arribaba a las conclusiones. Precisamente una de las aspiraciones de ella es rescatar los logros e ideas de esas generaciones republicanistas para el debate contemporáneo, y en este sentido es notorio el carácter actual de los debates que desfilan en el libro.

Quisiera, empero, plantear un par de objeciones y concluir con unas preguntas. Lo primero: que la distancia entre patrimonialistas y republicanistas (¿otro nombre para los clásicos epítetos de "conservadores" y "liberales" de tiempos pasados?) no me parece tan nítida en la historia independiente del Perú, como lo plantea la autora. Ramón Castilla fue, en cierta fonna, también un liberal preocupado en consolidar la república. Es conocida su política cultural, fomentando a artistas como Francisco Lazo y Ricardo Palma, en su afán de plantear un imaginario nacional desde la pintura, la literatura y la historia (para no hablar del manido tema de la abolición de la esclavitud). Fue Andrés Cáceres el príncipe de la causa descentralista en el país, al punto que fue su gobierno, en 1886, quien sacó adelante la ley de descentralización fiscal, tan malinterpretada luego por la historiografía como un querer sacarse "las provincias de encima". Y fue precisamente durante el gobierno de Manuel Pardo, que el Perú dio pasos firmes hacia el patrimonialismo fiscal de la era colonial al promulgar las leyes del estanco y la estatización de las salitres en 1873 y 1875 (un tema apenas mencionado en este libro).

Como suele suceder, los "buenos" y los "malos" en la vida misma rara vez representan sus roles de forma tan tajante. Creo que el peligro de la "nueva historia" política es tal vez caer en el mismo error de la historiografía anterior; esto es: pensar que una dimensión histórica, en este caso la política, puede verse como independiente de las demás. El ámbito económico no determina, por supuesto, el político, pero tampoco está desvinculado de él y del social. Y es que para el "patrimonialismo" el Perú del siglo- pasado, perversamente, parece que lo tenía todo: una estructura económica sobrefundada en exportaciones primarias de fácil control por el Estado, como el guano; una estructura social dualista, con una inmensa población indígena rural apartada de los sectores económicos más rentables y una cultura política de antiguo régimen que se transmitía tluidamente de arriba abajo y de abajo arriba.

Por lo mismo, la distinción entre el civilismo heróico de los años de 1870 y el civilismo desvirtuado de un cuarto de siglo después, que ofrece Mc Evoy, también me parece injusta. Claro que José Pardo no era Manuel Pardo, a pesar de ser hijo, pero pocos gobiernos como los de la República Aristocrática fundaron tanto sus esperanzas y sus esfuerzos en el campo educativo, continuando con la tarea de "educar al ciudadano" que la autora sólo adjudica al padre. Si no, es seguir repitiendo a Basadre, quien ya planteó hace un buen tiempo el esquema de los dos civilismos: el de la tragedia y el de la comedia, para parafrasear a Marx; además de su popularizada pero equívoca denominación de la "república aristocrática" (ya justamente criticada por Alfonso Quiroz). Es cierto, que no se trata, de "superar" por superar. La cuestión de cómo el nuevo contexto económico y social de la postguerra, con la ineludible tarea de levantar una economía y sociedad abatidas, y con un entorno internacional complicado por el fenómeno del imperialismo y la crisis de 1892, se articuló con el relanzamiento del proyecto civilista queda todavía como una agenda de investigación.

Mientras tanto este libro de Carmen Mc Evoy nos alienta con la constatación que esa tarea de Sísifo, como ella misma la llama, de construir un orden republicano en el país, ha tenido perverantes y agudos hombres en el pasado.

1 Respuesta

  1. MUCHO TEXTO

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