La yihad, definición y desarrollo histórico de los grupos yihadistas actuales

Artículo
Revista de Historia, I (14.02.2015) y II (21.03.2015)
David García

I

La yihad es, sin riesgo a equivocarme, uno de los términos más presentes en nuestra vida cotidiana, tanto en los medios de comunicación como en cualquier conversación ordinaria. El Estado Islámico y los recientes atentados de París han acentuado el interés del mundo occidental por aquello  que denominamos  yihad, ese concepto que nos resulta tan familiar y a la vez tan desconocido. La cuestión es, ¿sabemos exactamente qué es?

La yihad nace del islam, por lo cual, hablar de ella conlleva adentrarse en un mundo -el islámico- volátil y profundamente etéreo. El islam, lejos de ser monolítico, ha rechazado, desde su creación, la imposición de una jerarquía religiosa única.

Es, pues, una religión que ha cultivado su tradición a través del debate interno. La yihad, término ampliamente discutido en la literatura islámica por su complejidad, ha sido parte intrínseca de estos debates internos en el mundo islámico. Ello incide a entender que la yihad sea un nombre de difícil análisis semántico, y que su contenido varíe según las diferentes interpretaciones coránicas que se puedan dar en el islam.

Waleed Saleh Alkhalifa, profesor de lengua y literatura árabe en la Universidad Autónoma de Madrid nacido en Irak, define la yihad como

“el esfuerzo en la vía de Dios. Puede ser esfuerzo moral, económico o físico”.

Claude Carcenac, especialista en Historia de las religiones y profesora de la Universidad de Vic, añade, continuando con la definición anterior, que

“se trata de una lucha, exigida a cada musulmán, que pasa por un esfuerzo de predicación y persuasión, que no excluye el uso de las armas, con vistas a propagar la fe verdadera”.

Matthew S. Gordon, profesor de Historia en la Universidad de Miami especializado en el mundo islámico, afirma que yihad se entiende como

luchar en el nombre de (o en defensa de) la fe”.

Con el ejemplo de estos tres autores, estudiosos del islam, observamos cómo, pese a la dificultad inicial para definir yihad, existe una unanimidad intelectual en delimitar -o simplificar- el término como un deber, un esfuerzo, de los musulmanes de luchar contra todo aquello que pueda corromper la palabra de Dios.

En la tradición musulmana, la yihad adopta dos vertientes: la yihad mayor y la yihad menor. Por yihad mayor entendemos el esfuerzo diario en resistir el mal y la inmoralidad, es decir, en dominar las propias pasiones y mejorar como musulmán; es la lucha por la purificación del alma.

La yihad menor, en cambio, hace referencia a la lucha de carácter externo, al deber de los musulmanes de actuar, inclusive con fuerza, si se percibe que el islam está amenazado. Es en esta segunda acepción en la cual solemos ubicar la yihad, a la que definimos coloquialmente como guerra santa.

Sobre la conveniencia o no de equiparar la yihad con la guerra santa existe un largo debate del cual nos mantendremos al margen en este artículo. En definitiva, observamos como la yihad se presta a dos significados que pueden crear múltiples interpretaciones, desde una visión interior, mística del islam, hasta la violencia que representa, hoy en día, el fundamentalismo islámico, que da lugar –en su vertiente más extrema- a los grupos yihadistas.

Precisamente es el nacimiento y desarrollo del fundamentalismo islámico la cuestión que analizaremos a continuación. ¿De qué doctrina  islámica derivan los actuales grupos yihadistas? ¿Cuál es el espejo histórico en el que se inspiran para desarrollar una idea radical del islam? ¿Qué interpretación hacen del concepto de la yihad? Para tal aspiración, debemos retroceder, en primer lugar, al nacimiento del derecho islámico y a las escuelas islámicas que surgieron de él.

Tras la muerte del cuarto y último califa ortodoxo (éstos fueron los cuatro primeros califas que sucedieron a Mahoma), se hizo necesario la fijación de un derecho islámico para guiar la vida de los fieles. En la actualidad, sobreviven cuatro escuelas jurídicas en el islamismo sunita, cada una de las cuales recoge dos fuentes principales: el Corán, el libro sagrado de los musulmanes, y la Sunna, que remite las actuaciones y predicaciones de Mahoma.

Entre las escuelas jurídicas, que se desarrollaron entre el siglo VIII y IX, debemos prestar especial atención a la hanbalista, fundada por Ibn Hanbal, pues es la escuela que interpreta el Corán y la Sunna de una forma más literal y estricta, siendo, aún a día de hoy, una referencia para el islam más radical. Es decir, es la escuela islámica que recoge una acepción más inflexible y, por consiguiente, radical, de la yihad. Con la escuela hanbalista se inaugura, por otra parte, la tendencia salafista dentro del Islam.

El salafismo (“salaf”, antiguo) son un conjunto de ideas que abogan por el retorno al modelo de vida de los antepasados, es decir, a los compañeros del Profeta y las dos siguientes generaciones. No creen en la razón sino en la aplicación rigurosa de los textos sagrados, el Corán y la Sunna. Repudian, por otra parte, a aquellos que visitan tumbas o mausoleos para rezar a muertos o santos, pues Dios (Alá) es el único que debe ser adorado.

Ibn Taymiyya será en la Edad Media –concretamente en el siglo XIV-, el continuador de la doctrina hanbalista. Coetáneo de una época turbia en el mundo islámico, el cual debía hacer frente a las cruzadas cristianas en Oriente Próximo y a las invasiones mongoles, rescatamos de su reflexión religiosa la importancia que le otorga a la yihad, la cual sitúa a la altura de los cinco pilares del islam. La yihad, en este caso entendida como “la lucha contra el infiel” –yihad menor-, es, para Ibn Taymiyya, una base de la sumisión a Dios y una función del musulmán.

Añadir también que, en su defensa de que el imperio luche al servicio de la religión, el autor islámico incorpora la idea de que el islam es religión y política, dos conceptos que deben transitar unidos para el éxito del islam. Esta idea es de suma importancia para entender el islamismo contemporáneo. Su plática belicosa y radical estará presente en el discurso del fundamentalismo islámico del siglo XX. Pero antes, debemos detenernos en el wahabismo.

Muhammad Abd al-Wahab, fundador del wahabismo en el siglo XVIII, resucitó los ideales de Ibn Taymiyya, recrudeciendo, por otra parte, las exigencias para el cumplimiento de las obligaciones religiosas y la oposición al culto de los santos, argumentando que los que veneraban a éstos eran politeístas y blasfemos.

En este sentido asistimos a una gradación radical desde los postulados del siglo IX de Ibn Hanbal, pasando por la crítica radical de Ibn Taymiyya, y culminando con la acción violenta que defiende al-Wahab. La conducta de los musulmanes no debía sobrepasar la de los primeros califas ortodoxos, por lo que al-Wahab prohibía el tabaco, los amuletos, los anillos y condenaba que los fieles se levantaran de su sitio para recibir y saludar a otros, pues solo Dios merecía tal gesto.

Es imprescindible agregar  que el wahabismo, como doctrina del islam, ha recibido múltiples críticas dentro de sectores islámicos. Como recoge Abdelwahab Meddeb, historiador, poeta y profesor tunecino,

“la mediocridad y la ilegitimidad doctrinal de Ibn al-Wahab han estado denunciadas en diferentes ocasiones. [Ibn al-Wahab] es más copista que creador. Las páginas que ennegreció confirman su obediencia hanbalista estricta”.

Ahora bien, conocida la vulgaridad del wahabismo, ¿dónde radica su importancia como creencia influyente en el fundamentalismo contemporáneo?

Desde el nacimiento del wahabismo, esta creencia islámica ha contado con el absoluto apoyo de la dinastía Al-Saud. Tras aproximadamente dos siglos de lucha wahabita-saudita contra el imperio otomano en la península Arábiga, en 1932 se creó el actual estado saudita en nombre de la ideología wahabita, la cual se aclamó como la doctrina oficial de Arabia Saudí.

El posterior expansionismo del wahabismo no se entiende sin la fortuna que conllevó la explotación petrolera. Arabia Saudí, aliado de Estados Unidos y la OTAN, se permitió el lujo de trasplantar el wahabismo a países vecinos árabes donde la escuela salafista-wahabista, y por ende, la escuela hanbalista, era minoritaria, utilizando los recursos económicos que el petróleo le proporcionó para la extensión de su doctrina religiosa a través de los medios de comunicación y la enseñanza.

Llegados a este punto, es necesario exponer dos reflexiones: en primer lugar, resaltar, como nos enseña la Historia, que la corriente salafista que se inicia con Ibn Hanbal, continua con Ibn Taymiyya y culmina con el wahabismo, es, antes de la construcción de Arabia Saudí, una opción minoritaria dentro del Islam mundial.

En segundo lugar, afirmar que el wahabismo no explica, por sí mismo, el nacimiento del fundamentalismo islámico y de los grupos yihadistas actuales, pese a que, evidentemente, influye ideológicamente de forma evidente. Debemos agregar, pues, el desarrollo de nuevas corrientes islámicas que emergerán en el siglo XX en el mundo islámico. Lo veremos en el próximo artículo.

II

Explicábamos, en la conclusión del primer artículo, que la línea histórica que se inició con la doctrina literal de IbnHanbal, continuaba con la radicalización progresiva de IbnTaymiyya y que culminó con el wahabismo y la creación de Arabia Saudí en 1932, es el embrión, el cimiento, de la ideología que actualmente recoge el fundamentalismo islámico, el cual, recordemos, en su vertiente más extrema da lugar a los grupos que denominamos yihadistas. Añadíamos, no obstante, que este itinerario histórico no explica por sí mismo el fenómeno yihadista.

Así pues, para llegar a comprender la doctrina islámica que conduce al yihadismo debemos incorporar, a lo mencionado anteriormente, las teorías político-religiosas que se desarrollaron durante el transcurso del siglo XX en diferentes puntos de la umma, la comunidad de creyentes del Islam.

Sayyid Qutb nació en Asiut (Egipto) en 1906. Dos décadas después, afloraba en la ciudad de Ismailía la asociación de Los Hermanos Musulmanes. Influenciados por el wahabismo de sus vecinos sauditas, proponían el regreso a las fuentes básicas del Islam, así como la construcción de un Estado islamista donde religión y política se hallasen mutuamente vinculadas.

Formaron, pues, parte de la fracción islámica dentro de un país de difícil coyuntura política y económica, dividido entre islámicos y laicos tras su independencia del Reino Unido en 1936. Hasta 1951, Qutb no formó parte de Los Hermanos Musulmanes; antes, como maestro y periodista, alardeaba de su actitud liberal. Fue, tras un viaje a Estados Unidos, enviado por el propio gobierno egipcio para realizar estudios de educación, cuando su pensamiento se transformó, posicionándose en la vertiente más radical del islamismo.

El razonamiento de Qutb es de vital importancia para comprender a muchos de los grupos islamistas actuales. Preconizaba que el islamismo debía de ser extensible a todo el mundo, pues era el único sistema válido para la humanidad. En este sentido, recupera el término de jahiliyya, que hace referencia al estado de ignorancia preislámica universal. Es necesario, pues, derrumbar la jahiliyya con el fin de instaurar el Estado islámico.

Sayyid Qutb, no obstante, únicamente considerará como legítimo aquel islamismo que aplique la ley islámica en todos los aspectos de la vida, por lo que cualquier régimen, incluidos los del mundo musulmán, que no cumpla estrictamente la Sharia será considerado de infiel. Por lo tanto, introduce la idea de combatir el propio gobierno, aunque sea musulmán, con el fin de implementar en su totalidad la ley islámica. El instrumento que Qutb utilizó para teorizar acerca de la islamización mundial será, como podréis adivinar, la yihad. Una yihad generalizada y universal. Finalmente, el islamismo de Sayyid Qutb, opuesto al nacionalismo árabe de Nasser, condujo a su ejecución en 1966.

Otro nombre importante dentro del islamismo contemporáneo es Abû-al-Mawdûdi, nacido en 1903 en la India británica. Será el emblema del islamismo pakistaní, país que obtuvo su independencia del Reino Unido en 1947. Destaca de su pensamiento la crítica que hace a todo tipo de nacionalismo, incluido el propio “nacionalismo musulmán” que se impuso en Pakistán, y que se anteponía al Estado islámico que defendía al-Mawdûdi. Así pues, considera kufr, es decir, un elemento impío, a todos los nacionalismos.

También incluye en la categoría de kufr a los ulemas, los doctores de las leyes jurídicas y religiosas musulmanas, recriminándoles el que se hubiesen avenido a un gobierno no musulmán con la llegada de los británicos al subcontinente indio en 1857. Defiende, pues, la islamización “desde arriba” donde la soberanía se ejerza en nombre de Alá, otorgándole a la yihad el cometido de combatir todos aquellos elementos que impiden la creación del Estado islámico.

Observamos como Sayyid Qutb y Abû-al-Mawdûdi, pese a pertenecer a dos órbitas musulmanas diferentes, comparten una visión política y rupturista del Islam. El objetivo de ambos es la creación de un Estado islámico universal que reproduzca la vida de Mahoma y sus seguidores. Para ello, idealizan una yihad ofensiva que debe combatir a cualquier estado que no desarrolle fielmente la ley islámica. Bajo sus escritos, la religión se transforma  en una ideología de lucha política.

Al incorporar dentro de “esta” yihad a los estados con presencia musulmana, quiebran la tradición musulmana de lealtad a la imama, es decir, a la jefatura de la comunidad musulmana. Aquí radica su importancia como teóricos influyentes en el actual yihadismo, pues abren el camino para que los grupos yihadistas estén legitimados, desde un punto de vista religioso, para luchar contra su propio gobierno.

Como afirma el escritor Abdelwahab Meddel,

“en la conjunción entre esta teoría [de Qutb y al-Mawdûdi] y el wahabismo, se formó el integrismo más funesto”.

El integrismo que da cabida al yahidismo actual. Pero, ¿dónde se dio esta conjunción? En primer lugar, en las grandes migraciones de egipcios hacia Arabia Saudí –recordemos, feudo wahabita-, fruto del crecimiento económico petrolífero saudita. Pero será en la década de los 80, con la invasión soviética de Afganistán, donde el integrismo contemporáneo englobará las teorías islamistas que se dieron durante el siglo XX para converger en la ideología actual yihadista.

En diciembre de 1979, fuerzas armadas soviéticas cruzan la frontera afgana para auxiliar al gobierno aliado de Amín, tan sólo meses después de la Revolución iraní, bajo la cual el ayatolá Jomeini derrocó al sha Pahlevi, privando a Estados Unidos de uno de los aliados más sólidos en Oriente Medio –en un artículo más extenso, deberíamos analizar profundamente el impacto de la Revolución iraní en el mundo islámico-. En un mundo aparentemente bipolar como el de la Guerra Fría, Estados Unidos no podía permitir que la URSS hiciese entrar sus tropas en Afganistán.

Paralelamente, en el mundo islámico esta aparición de las tropas soviéticas en un territorio de amplia mayoría musulmana, es vista como una invasión al dar al-islam, el hogar del Islam. Por lo tanto, redes islámicas transnacionales situadas dentro de la corriente salafista-wahabista proclaman la yihad en Afganistán para derrocar al enemigo foráneo. Esta llamada no solo fue percibida por los muyahidines -persona que hace la yihad– afganos, sino que se extendió a yihadistas de Egipto, Argelia, Palestina, la península Arábiga y el Sudeste asiático, creándose, así, una amalgama cultural y un contexto perfectos para el desarrollo de una idea extremista del islamismo con la lucha armada como eje.

Por su parte, Estados Unidos, junto a sus aliados Arabia Saudí y Pakistán, hizo caso omiso del contenido ideológico de la movilización islámica a la que decidió armar, pues su único objetivo era el de neutralizar a su enemigo soviético. En este contexto aparece la figura de Ossama Bin Landen y su grupo Al-Qaeda. Podríamos afirmar que fueron incapaces de valorar el potencial de la “brigada internacional yihadista” que estaban creando, y que este, por supuesto, acabaría por volverse en su contra. El final de la guerra de Afganistán de 1990 con victoria muyahidín significará el retorno de muchos de los combatientes a sus países de origen y la propagación definitiva del yihadismo, deseosos de exportar la yihad a todos aquellos gobiernos impíos.

En este contexto, en Argelia, nace el Frente Islámico de Salvación, que ganará las primeras elecciones libres del país desde la independencia, en 1991, previo paso de una Guerra Civil que asolará el país durante más de una década; en Sudán, se produce un golpe de estado por parte del militar islamista Hassan al-Turabi, por lo que este país se convertirá en un inmenso refugio para los yihadistas; en Palestina, la presión de Hamas, ideológicamente cercano a Los Hermanos Musulmanes, anula la hegemonía de la OAP dentro del conflicto de la intifada; en Afganistán, los muyahidines que habían derrotado a los soviéticos se ven inmersos en una Guerra Civil, en la cual los talibanes se alzan como el grupo principal, instaurando un Emirato Islámico de influencia wahabita; por último, en la península Arábiga se produce la Guerra del Golfo, en la cual Arabia Saudí, en ver amenazado a su aliado Kuwait por la invasión de la Iraq de Saddam Hussein, se vio obligado a pedir auxilio al ejército estadounidense.

En clave religiosa, Arabia Saudí perdió el consenso como centro del islam sunnita al invitar a “infieles” –el ejército americano- a la tierra santa del país árabe. Dentro de la división religiosa que se produjo, los fundamentalistas islámicos más radicales incluyeron al gobierno saudí dentro de los regímenes impíos del mundo.

La historia del yihadismo, como todos sabemos, continuará hasta nuestros días. Una yihad de la que hemos intentado explicar sus orígenes y su desarrollo ideológico, y que se ha convertido, actualmente, en uno de los asuntos internacionales de mayor trascendencia y relevancia en el mundo del siglo XXI.

No hay comentarios

Agregar comentario