Lecciones del primer gran destello anti-totalitario

Columna
El Líbero, 26.06.2023
Ivan Witker, académico (U. Central) e investigador (ANEPE)
  • Hace pocos días se cumplieron 70 años de uno de los más grandes levantamientos en contra de un régimen comunista.

Ocurrió en la Alemania oriental, justo ocho años antes que la dirigencia de ese país decidiera levantar el famoso Muro de Berlín. Se trató de un levantamiento espontáneo, producto de la acumulación de pulsiones negativas y de malestares, que se hicieron imposibles de resolver en un marco democrático. El levantamiento fue la respuesta a un régimen que se había tornado una pesadilla sin salida. Tuvo grandes repercusiones geopolíticas, pero también una fuerte carga simbólica.

Este notable acontecimiento de junio de 1953 demostró que todo proceso político tiene límites. Que las naciones siempre terminan reaccionando, cuando sienten haber caído en un torbellino extraño e incrustado en su cotidianeidad.

 

Un régimen que nació enfermo

Tal era el caso de la naciente RDA. El régimen se encontraba acosado por mil factores inéditos, estructurales, sui generis. Deseaban construir una sociedad socialista avanzada, pero chocaban con realidades objetivas poco propicias. Por ejemplo, su capital, Berlín, y su propio territorio, formaban parte de una integralidad rara. Dividida política, económica y militarmente. Una nación sicológicamente devastada e inmersa en una destrucción casi total.

En un contexto tan desolador, construir, tanto un régimen pluralista en occidente, como pretender instaurar el comunismo (con el nombre que fuere) en el sector oriental, parecía un imposible. Una cuadratura del círculo.

Occidente resolvió el puzzle con una democracia vigorosa y una robusta economía de mercado. El régimen de la parte oriental, en tanto, optó por el totalitarismo, pero se vio acosado por una serie de factores subjetivos. Su proyecto no despertaba jolgorio revolucionario inicial. Era resistido. La sociedad socialista desarrollada carecía de teogonía propia. Por eso, R. Aron y S. Waltz señalaban que el panorama más ígneo en la Europa de postguerra se presentaba justamente en la RDA. Aquel régimen había nacido enfermo y desgarrado. Las manifestaciones contrarias iban a acontecer más temprano que tarde.

 

El levantamiento fue total

Era junio de 1953 cuando, de manera espontánea, más de un millón de manifestantes (fuentes de la disidencia decían sobre dos millones -en una población de entonces que apenas superaba los nueve millones) paralizaron el país. Salieron a las calles a pedir elecciones libres y secretas. Fue un acontecimiento tan masivo que duró varios días en ser contenido. En algunas ciudades, como Zittau, Jena y varias otras, los enfrentamientos duraron hasta fines de julio. Fue un levantamiento total. No hubo ciudad ni pueblo que no se plegara.

Mirado en retrospectiva, aquel levantamiento tuvo dos grandes núcleos de interés. Por un lado, aquel emanado del gran golpe simbólico de la época de ver protestando a miles y miles de obreros de la construcción que trabajaban en diversas obras emblemáticas del régimen a lo largo de la extensa calle berlinesa llamada Avenida Stalin. Por otro lado, el poderoso foco de resistencia localizado en Wernigerode, una pequeña ciudad sajona en el centro de Alemania, donde había una fábrica de motores, cuyos rudos obreros se mostraron indoblegables.

Sobre el saldo final no hay coincidencias entre historiadores, aunque se considera que cuatro policías y cincuenta y cinco obreros murieron. Algunos hablan de más de 300 muertos. Veinte personas desaparecieron sin dejar rastro. Hubo quince mil detenidos, los cuales, pausadamente, fueron dejados en libertad en los años siguientes. Sin proceso ni abogados defensores, se entiende.

 

Claves de una rebelión

El levantamiento tiene relevancia por varios aspectos.

Uno: el régimen siempre se percibió a sí mismo, y así lo decía la propaganda, como “el primer Estado de obreros y campesinos en suelo alemán”, pero aquella rebelión fue esencialmente obrera. Vaya paradoja.

Dos: el levantamiento dejó una gran lección, cual es movilizar obreros. El único que lo entendió fue Lech Walesa, quien a la cabeza de trabajadores portuarios polacos terminó derrumbando el totalitarismo a inicios de los 80.

Tres: el levantamiento germano-oriental no enarboló banderas de reivindicaciones laborales, sino elecciones libres y secretas. Es decir, aunque miles de personas ya se habían ido a la zona occidental de Alemania (gracias a la inexistencia del Muro), los que se quedaban querían básicamente vivir en democracia. Otra paradoja; obreros luchando por la libertad.

Cuatro: el ambiente en contra del régimen lo alimentaron con fuerza los sectores medios, producto del malestar generalizado con la confiscación de más de 400 hoteles y restaurantes ocurrido en las semanas previas. Como suele ocurrir, para las clases medias la violencia es un tema de sobrevivencia. La confiscación de sus bienes incluyó la detención masiva, en caso de oponerse. Hasta los más despolitizados palparon en carne propia lo que significaba en realidad un proceso revolucionario “participativo”.

Cinco: el levantamiento ocurrió sólo tres meses después de la muerte de Stalin en Moscú, deceso que desató una feroz lucha por su reemplazo en el Kremlin. Sólo varios meses después se logró imponer la fracción liderada por Nikita Jruschov. La coincidencia en el tiempo entre el levantamiento germano-oriental con el vacío de poder de seis meses en la Unión Soviética provocó un intenso nerviosismo en varios países. Un halo frío recorrió las capitales de los países que habían quedado bajo la órbita soviética. Nadie mejor que ellos sabía que su destino dependía por completo de los sucesos en Moscú.

Seis: el levantamiento en la RDA aceleró la decisión de crear un pacto multilateral de carácter militar -el Pacto de Varsovia-, no sólo para enfrentarse eventualmente a la OTAN, sino para sofocar futuras rebeliones nacionales. Este cálculo político-militar de tipo preventivo se mostró plenamente certero. Varios otros levantamientos estaban efectivamente en gestación.

 

Un episodio muy instructivo

Por eso, un estremecimiento de corte telúrico se esparció por todo el bloque sólo dos años y medio después de los sucesos en la RDA. Esta vez fue en Polonia y luego en Hungría. A partir de entonces a estos países se les empezó a denominar “naciones cautivas”. Como dijo John Foster Dulles, nadie en el mundo movería un dedo por ellas para no enemistarse con Moscú.

En el caso polaco, la ciudad de Poznan se lanzó a las calles. Corría junio de 1956. Fue una paralización total. Los polacos demostraron por primera vez estar hartos con el comunismo. Casi un mes demoraron las fuerzas de seguridad en retomar el control del país. Previa masacre, se entiende.

Los sangrientos sucesos de la RDA y Polonia conmovieron a los estudiantes húngaros y a sectores disidentes del comunismo en Budapest, quienes se tomaron el gobierno en septiembre de 1956 y, tras un breve caos, instauraron el pluripartidismo, retiraron al país del Pacto de Varsovia y declararon a Hungría como país neutral. El experimento liberal duró muy pocos meses. Miles de soldados y tanques soviéticos repitieron la cruenta experiencia de sofocar con mano dura. Los líderes fueron fusilados o ahorcados, cientos de soldados soviéticos y unos tres mil húngaros murieron. 300 mil personas salieron al exilio.

Doce años más tarde fue Checoslovaquia la que intentó reformar el régimen usando una lógica distinta. Fue un movimiento más bien cupular e intelectual. Nuevamente no hubo remordimiento y los tanques soviéticos restablecieron aquello que llamaron eufemísticamente “normalización”.

En definitiva, el levantamiento de junio, 1953 en Alemania oriental fue un episodio muy instructivo. Se trató de la primera reacción documentada de una nación molesta con experimentos desgarradores y extraños a la idiosincrasia. Fue la respuesta ante quienes buscaban introducir una guerra civil discursiva en el país.

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