Lecturas de un quiebre inesperado

Columna
El Líbero, 04.11.2024
Ivan Witker, académico (U. Central) e investigador (ANEPE)

Por lejos, la noticia más importante para América Latina, emanada de la reciente cumbre de los BRICS, fue la ruptura entre Lula y Maduro. Como se supo, el primero vetó explícitamente al segundo y Venezuela no ingresará a los BRICS. La ruptura merece varias lecturas. Algunas ideológicas. Otras geopolíticas y también económicas.

Brevemente, en cuanto a las reverberaciones geopolíticas, la crisis puso sobre la mesa -y de manera positiva- una vieja interrogante. ¿Cómo quiere Brasil ingresar al Consejo de Seguridad de la ONU, si no es capaz de ordenar su propio vecindario?

Brasil, el eterno país del futuro (como decía Stefan Zweig) y carente de recursos militares para actuar a escala global, rara vez había hecho una movida en el plano internacional acorde a sus aspiraciones. Y lo hizo, pese a lo complejo. Le ha costado asumir el papel de hegemon regional. Le es difícil entender que el poder tiene siempre tres dimensiones, lo coercitivo, lo remunerativo y lo persuasivo. Puesto en palabras fáciles, palo, zanahoria y verbo.

No es necesario remontarse muy atrás en la historia. El mismo Lula, en todos sus períodos presidenciales, mantuvo la verbalización de aquel deseo de ingresar al Consejo de Seguridad y de querer jugar en las grandes ligas, pero exhibió falencias graves, especialmente en materias regionales. Pequeños países, como Paraguay, Honduras, y varios otros, abusaron una y otra vez de esa falta de autoritas.

Por eso, la ruptura con Venezuela es importante. Podría significar un giro de carácter geopolítico.

Por su lado, las reverberaciones ideológicas de este quiebre tienen como epicentro el Foro de Sao Paulo. Como se sabe, ese bullicioso bloque agrupa a partidos que van desde los más antinómicos, con esa lógica histórica de explotados y explotadores, hasta otros más melifluos, que gustan situarse a la izquierda de la socialdemocracia. El pegamento de ese bloque es querer explorar juntos esos muchos “anti” que los une, antineoliberalismo, anticapitalismo, antimperialismo y otros imaginarios. Por eso, al interior de aquel abigarrado grupo, el Partido de los Trabajadores (PT) de Lula convivía con la crema del chavismo-madurismo.

Los misterios de la política nunca han develado ese complejo del PT en no saber (o no querer) emplear recursos políticos en grande. Jamás ha tomado consciencia que es el partido de izquierda más numeroso del mundo. Tampoco ha superado esa incapacidad para generar corrientes de pensamiento propio. Su conducta en la producción de ideas ha sido escuálida.

Es cierto, el PT nunca se ha manejado con la estridencia de los kirchneristas, los correístas, los lugistas, los evistas, los orteguistas y por supuesto que los chavistas. Tampoco ha llegado a los extremos antimonárquicos de los obradistas. Pero nunca ha exhibido una visión articulada de su quehacer político. Ni siquiera la manoseada palabreja Sur Global nació al alero del PT.

Esa falta de melodía progresista propia impulsó a individuos de otros países, por lo general de poca monta política e ideas rústicas, a apropiarse de una especie de representatividad política del PT a lo largo de la región. El lulismo se limitó a no profundizar los resquemores y suspicacias al interior del Foro. Hablaba de la “unidad en la diversidad”. Sin embargo, los devaneos internos estaban resquebrajando el grupo este último tiempo. El impacto de los líos personales de Evo Morales y de Alberto Fernández eran inocultables.

Es en este cuadro movedizo donde se produce la ruptura entre Lula y Maduro.

Luego, el golpe dado por Lula a Maduro tiene también trazos simbólicos y políticos muy duros. En Kazán se preparaba una cumbre histórica para los BRICS. Por vez primera se iba a recibir formalmente a tres nuevos integrantes -Etiopía, Egipto, Irán y Emiratos Árabes Unidos-, y se iba acordar un procedimiento para procesar políticamente la avalancha de más postulantes. 25 países ya lo han hecho formalmente. Ante tan inédito magnetismo, los BRICS decidieron crear una categoría algo amorfa. Los llamados países “asociados”. A través de esa rendija Maduro había hecho su apuesta estratégica.

Divisó allí un paso trascendental para su diplomacia y especialmente su economía. El plan era festejar al máximo. El éxito dejaría atrás los cuestionamientos al mega fraude electoral. Fue tal su entusiasmo que llegó en tres aviones, encabezando una delegación muy numerosa. Previamente había enviado a Kazán a la mujer fuerte de su régimen, Delcy Rodríguez. Su misión era culminar el lobby para asegurar el éxito.

Apenas aterrizó, Maduro comprendió que algo no calzaba con sus previsiones. Varios videos de redes sociales acusan un rostro adusto. Comprendió que la postulación de Venezuela no despertaba real interés. Su asombro fue absoluto al no ser invitado para las fotos oficiales. Maduro y sus acompañantes debieron contentarse con conversaciones de pasillo.

Poco antes de finalizar la cumbre recibió la fatal noticia. El canciller brasileño en su discurso final había sido tajante. Lula lo había instruido claramente. Venezuela estaría vetada hasta no mostrar las actas electorales de los comicios presidenciales de julio pasado.

De manera paralela, en Brasilia, habló el todopoderoso asesor de Lula para materias internacionales, Celso Amorim. “La cuestión con Venezuela no tiene que ver con democracia, sino con una ruptura de confianza. Nos dijeron una cosa y no fue hecha”, señaló en una entrevista. Ocurre que, tras las elecciones presidenciales venezolanas, Lula envió a Amorim a Caracas para reunirse con Maduro, quien prometió entregar las actas del CNE que confirmaban su reelección. Como se sabe éstas nunca fueron presentadas. Lula se armó de paciencia y decidió pasar la cuenta en Kazán.

Al leer la fundamentación del veto brasileño se comprende que entronca con un precepto básico de las relaciones internacionales en el sentido de que el eje esencial de todo se llama confianza/desconfianza. Todo se supedita a aquello. Los intereses, se manejan finalmente con esa lógica.

Kazán representa un interesante aterrizaje brasileño en el realismo político. Este precepto se suele estudiar en círculos políticos y académicos latinoamericanos, pero rara vez se interioriza en cuestiones prácticas. Se prefiere posturas buenistas. Por eso, en esta región cuesta explicarse situaciones que en apariencias son poco congruentes. Democracias pactando con dictaduras. O bien, enemigos “acérrimos” arreglando sus cosas en ambientes generadores de confianza.

Como era de esperar, la movida de Brasil irritó a Maduro. Doble molestia le debe haber causado que Lula haya dado luz verde al otorgamiento del estatus de asociado del BRICS a Bolivia y Cuba. Pese a la calamitosa crisis política de ambos y a la verdadera hecatombe de sus economías, Lula los apoyó. Obvio. No sólo son útiles a los intereses brasileños. También modulan el principio de la confianza.

En todo caso, la irritación de Maduro no ha sido más hilarante que en otras ocasiones. “Agente de la CIA, odio a la patria de Bolívar y exclusión (palabra de gran estirpe roja)”, fueron algunos de los epítetos lanzados a Lula. La molestia lo llevará posiblemente a declarar “persona no grata”, tanto el canciller M. Vieira, como el asesor internacional de Lula, Celso Amorim. Quizás ordene más asedio policial a la embajada brasileña en Caracas y retire a su embajador en la capital brasileña. Procurará desgastar más la relación. Sin embargo, Venezuela no dispone de más criptonita para hacer daño a Brasil, aparte de esas trivialidades. Sólo le queda su incontenible verborragia.

En términos concretos, lo ocurrido en Kazán es un punto de inflexión. El chavismo-madurismo captará necesariamente que su histrionismo tiene límites y que no le queda más opción más allá de la continuidad de su crisis. Brasil, en tanto, ha dado un paso bastante significativo hacia una política exterior algo más acorde a sus posibilidades.

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