Columna El Líbero, 20.07.2017 Soledad Teixidó, presidenta ejecutiva de PROhumana
En un artículo del diario español El País, el gobernante de Francia, Emanuel Macron, es definido como un “Presidente startup”. Simbólica comparación, sin duda, que además lleva intrínseca una tesis de expresión de cambio que debe ser analizada fuera de los marcos de nuestros modelos tradicionales. Y en ese contexto, vale la pena hacerse la pregunta: ¿Es Macron un líder?
Yo creo que no. Creo que es algo nuevo, que aún no hemos definido y eso lo hace aun más intrigante e interesante. Pues para entenderlo a cabalidad se requiere de un nuevo concepto que aún no se ha inventado. Tengo la sensación de que la política y los políticos están enfrentando algo parecido a lo que ha ocurrido con la tecnología, que está teniendo un crecimiento exponencial. Y Macron ha sido una muestra de eso con su movimiento En Marche.
Nadie lo imaginó. Su movimiento se expandió como nadie podría haberlo vislumbrado. Sólo las matemáticas podrían haberlo predicho, ya que lo exponencial vino desde las personas, y eso nadie lo calculó ni comprendió, pues los análisis se aproximaban al fenómeno a partir de la óptica de los modelos preestablecidos para comprender los liderazgos políticos y la participación de las personas.
Y tal vez por eso algunos cuentan que Macron está rodeado de matemáticos. Un dato anecdótico, pero que no resulta tan insignificante si consideramos que, actualmente, las matemáticas nos están dando algunas respuestas a nuestras preguntas existenciales, al igual que la tecnología que nos está entrelazando y empoderando. Y para qué decir la neurociencia, que nos está explicando lo que somos y lo que somos capaces de hacer y sentir. Un mundo inexistente hace una década.
¿Es Macron el fenómeno, o los franceses en sí son el fenómeno? ¿Es él sólo un facilitador de ese proceso, un director que supo interpretar la melodía de una sociedad y le dio un ritmo coherente y armónico? El que comprendiera profundamente lo simbólico y el sentido de las redes sociales en relación a cómo nos empezamos a organizar como humanidad, hace de Macron un hombre que puede ser reconocido como un agente de cambio para la Francia estancada.
Sin embargo, en un principio es más reconocido no por ser él quien lidera a un grupo, sino porque es el que comprende la realidad, la piensa, la observa, hace un acto reflexivo de comprensión, hace filosofía y hace poesía; ya que el filósofo tiene preguntas y trata de responderlas, y el poeta tiene preguntas y las expresa sin la ansiedad de la respuesta. Y este hombre juega en esos dos niveles, deja respuestas abiertas para ser contestadas por muchos y entrega algunas respuestas y directrices; abre un espacio reflexivo dialogante. No cierra puertas, sino que las abre y eso es lo que inspira.
Por eso las personas lo consideran y confían en él. Porque logra comprender la complejidad e incertidumbre en la que se vive, y la traduce en acciones concretas.
Macron nos recuerda el coraje de hacerse cargo de la vida, de hacerse cargo de nuestro proyecto en relación con otros, y con la historia de la cual él y todos debemos sentirnos parte. Y por eso es un defensor de dar sentido a Francia, a la Unión Europea, a los derechos de las personas, y a reconocer los errores históricos. Como lo hizo el domingo pasado, cuando asume y reconoce lo ocurrido en Francia con un grupo de judíos, diciendo: “Rechazo el acomodamiento de los que fingen que Vichy no era Francia. Vichy no eran todos los franceses, pero sí era el Estado y la administración de Francia”. Y esto lo hace frente al primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, en visita oficial en París, y asume la responsabilidad de Francia en la redada del Velódromo de Invierno y la posterior deportación a Alemania y asesinato de más de 13.000 judíos, hace 75 años.
Macron es un provocador y eso incomoda profundamente a las estructuras; le mueve el piso al poder, a lo asentado y por eso habla de revolución. También menciona que se han olvidado las bases, aquellas que hacen que los franceses sean franceses, porque la masa alienada perdió la relación con su historia, con la responsabilidad, con la fraternidad y con su identidad.
De algún modo, Macron muestra la soledad del francés y de todos nosotros, la pérdida del camino para encontrarse con los otros, para hacer comunidad. Él está creando y construyendo un nuevo lenguaje junto a otros, el lenguaje del siglo XXI, el de las imágenes. Nuestro lenguaje tradicional se está enriqueciendo de imágenes, de la realidad virtual, de sensaciones. Por lo tanto, tiene que recrear un nuevo lenguaje, un nuevo relato que sea reflejo de estos tiempos.
Él entra en la política desde una mirada filosófica, estética y en alguna medida espiritual. Porque para Macron, hacer política es trascendente, más allá el liderazgo que eso pueda suponer.
Es de esperar que nuestros prejuicios y limitaciones no mermen nuestra posibilidad de evolucionar junto a la propuesta de En Marche, porque a Macron y a su gente nadie los parará. Están trazando historia, la historia del siglo XXI de “La France”, y él está esbozando una nueva forma de guiar y dirigir sin la pretensión del líder tradicional.