Mario Vargas Llosa

Columna
El Mercurio de Valparaíso, 22.04.2025
Demetrio Infante, embajador (r)

Llegué como consejero de la Embajada de Chile en Lima a comienzos de 1976, sabiendo que mi Embajador sería el gran político Francisco Bulnes Sanfuentes. Asumido mi cargo, una de las primeras cosas que hice fue ir a visitar a los consejeros de las diferentes Embajadas importantes que había en Perú, ello como un modo de obtener sus puntos de vistas de lo que estaba acaeciendo en ese país. Me interesaban específicamente sus opiniones sobre el nuevo gobierno del General Francisco Morales Bermúdez, quien había derrocado por medio de un golpe de estado al General Juan Velasco Alvarado, y sobre cómo veían las importantes compras de armamento soviético que estaba haciendo el país. En la Embajada de Estados Unidos sucedió que mi colega era un tipo jovial, muy abierto y simpático. Desde un inicio hicimos "buenas migas". El había estudiado un máster en política internacional en la prestigiosa Universidad de Michigan, sita en la linda localidad en Ann Arbor, y yo lo había hecho en la Universidad de Detroit, del mismo estado. Claro que la suya era y es muchísimo más renombrada que la mía. Nos juntábamos habitualmente a intercambiar puntos de vistas.

Un día recibí un llamado suyo invitándome a almorzar a su casa con mi mujer el sábado siguiente. Respondí afirmativamente. Al llegar a su residencia, me encontré que estaba Mario Vargas Llosa con su mujer Patricia. En ese instante, lógicamente, no tenía la fama que tuvo posteriormente.  En el saludo de los aperitivos nos presentamos y el me habló con cariño de Chile y de sus amigos, especialmente de Jorge Edwards. Por mi parte, le dije que había leído su libro La Ciudad de los Perros y que lo había encontrado magnifico, cosa que agradeció. Al momento de pasar al comedor, existían dos grandes mesas redondas. A mi mujer le correspondió la misma que al escritor, yo quedé sentado en la otra al lado de Patricia. Tuvimos una grata charla durante el almuerzo. Le narré que había terminado de leer Pantaleón y las Visitadoras (1973) y que con algunas partes del libro me había reído latamente. Ella me preguntó con cuál específicamente, a lo que contesté que con el amarizaje en el rio Amazonas de un viejo avión Catalina del Ejército, donde iba la Chuchupe. Esta mujer, que era la administradora en terreno de las "visitadoras", nunca había volado y casi se murió de espanto.

La narración de sus impresiones es realmente divertida. Patricia me respondió que al terminar el almuerzo le contara a Mario mis experiencias sobre esa escena, pues a él le encantaba que le hicieran comentarios como ese respecto a sus obras. Así lo hice. Levantados de las mesas me acerqué al escritor y le narré lo que me había pasado con la aventura de la Chuchupe y su experiencia aérea. Me impresionó su reacción, pues en la medida en que yo le relataba lo que me había acaecido, sucedió que él se reía con un entusiasmo similar al mío. Luego le consulté qué estaba escribiendo, a lo que me respondió que estaba inmerso en un tema que le había costado mucho iniciar pues se refería a una experiencia muy personal. Le pregunté por el título que tendría la obra, a lo que me respondió que todavía no lo sabía. Me agregó que mientras había escrito Pantaleón y las visitadoras él mismo se reía de las cosas que aparecían en su máquina de escribir. En cambio, ahora le resultaba doloroso y difícil enlazar ideas.

Poco tiempo después, apareció La Tía Julia y el escribidor (1977), donde cuenta detalles de su matrimonio con quien había sido su tía política. Ese almuerzo fue el inicio de un conocimiento mutuo que se fue incrementando durante los cinco años que estuve en Perú. Nos juntábamos en la corrida de toros de octubre y en los almuerzos previos del famoso "Mesón". Con el tiempo él, junto con escribir, participaba de una organización internacional que promovía la libertad. Posteriormente, siendo yo Embajador en Nueva Zelandia (1993) llegó allí para dar una conferencia. Nos juntamos para hacer recuerdos del pasado y cenamos unas muy buenas ostras. Pese a que habían pasado los años, mantenía la misma forma expresiva de cara para conversar, la risa franca con que mostraba su perfecta dentadura y su voz que parecía nacerle del esófago. En esa comida me pude percatar que era un viudo dolido de la política por haber perdido la elección presidencial ante Alberto Fujimori (1990). De eso me ocuparé más adelante.

Se ha escrito mucho acerca de sus libros por personas que poseen mayor calificación que yo, por lo cual no entraré en el análisis literario de su magnífica y lata trayectoria como escritor. En lo personal, debo haber leído la mayoría de aquellos. Aquí solo deseo hacer notar ciertas características comunes de muchos de sus libros. Vargas Llosa solía buscar temas donde había tenido una experiencia personal. La Ciudad de los Perros se basa en su vida en el Colegio Militar Leoncio Prado; La Casa Verde (1966) de lo que fue su residencia en Piura; La Tía Julia y el Escribidor de su relación con su primera mujer; Conversaciones en la Catedral (1969) de su vivencia como joven estudiante revolucionario que se juntaba con otros de la misma tendencia en un bar de Lima que se llamaba Catedral; El Pez en el Agua (1993) se funda en su aventura política fracasada. Por otra parte, antes de escribir habitualmente visitaba con detención los lugares a los se que referiría su relato. Existe un libro notable que no es muy nombrado La Guerra del Fin del Mundo (1981), donde desarrolla un género que en América Latina solo había explorado García Márquez en Cien Años de Soledad. Esta particularidad consiste en la interacción magistral entre seres inexistentes con otros que poseen vida terrenal. Para escribir ese libro, Mario se fue a vivir por meses a una zona muy apartada y primitiva en la frontera de Perú con Brasil y de allí extrajo mitos y recuerdos de seres primitivos. Este libro, a mi juicio, debe ser su obra cumbre.

Brevemente, es necesario poner de relieve su aventura política. Cuando era un joven periodista abrazó con entusiasmo -al igual que muchos intelectuales latinoamericanos- la reciente causa cubana y el experimento de Fidel. Al poco tiempo, al darse cuenta de que se había impuesto en la isla caribeña una dictadura, cambió radicalmente su manera de ver la política y derivó en un defensor militante de la libertad y la democracia.

Años después, sucedió que en su país fue electo como presidente por primera vez el aprista Alan García, quien pretendió introducir una serie de modificaciones de tipo socialista, sin pensar en su efectividad, en sus consecuencias ni en la forma como aquéllas serían aceptadas por la ciudadanía. La más radical y aventurada fue la estatización de todos los bancos. La reacción de la gente fue absolutamente contraria y se llamó a una concentración pública, resultando ser la más concurrida en la historia del Perú.

El problema de los organizadores era determinar los oradores. Se arribó a la conclusión que debía haber uno solo que representara a los diferentes sectores. Ahora, la dificultad era quién poseía esa condición. Hubo acuerdo en el sentido de que Vargas Llosa era el hombre. El escritor aceptó el desafío. Pronunció un discurso magistral que recibió la aprobación entusiasta de los peruanos y ese acto público lo ubicó en la grilla para ser candidato en la próxima elección presidencial, la que estaba a varios meses de distancia. No hubo dudas de ello en amplios sectores de la sociedad peruana. Vargas Llosa propició una política absolutamente contraria a la de García. Proponía liberar la economía, dar mayores facilidades a los productores nacionales y abrir el Perú al mundo.

La campaña fue demasiado larga y ello dio tiempo para que el resto de los sectores políticos organizaran una feroz ofensiva en su contra. La propaganda desarrollada por ellos fue despiada. Hay pocas dudas del financiamiento externo de aquélla, especialmente de Cuba que en esos instantes no pasaba por las apreturas económicas de hoy día. Los spots televisivos eran realmente tenebrosos y a cualquiera le producían miedo. Se decía que sería el gobierno de los ricos, quienes en compañía del capital extranjero se robarían el Perú y el pueblo quedaría en la absoluta miseria. Pese a ello, no aparecía ningún candidato de los tradicionales partidos políticos capaz de desafiarlo seriamente. Hubo una variedad de postulantes con poco arrastre.

Cuatro meses antes de los comicios el Rector de la Universidad Agrícola de la Molina, cerca de Lima, un peruano de ascendencia japonesa que se postulaba marcaba menos de un 3% en las encuestas. Sin embargo, se unieron a su alrededor muchos de los contrarios a Vargas Llosa, a quien, como se indicó, se daba como seguro ganador. Se incrementó en forma sustantiva la campaña del terror contra "el capitalista y elitista candidato, quien con sus garras de águila se llevaría las riquezas del país e incrementaría la pobreza de los más humildes". Todo se dio para que al final Alberto Fujimori triunfara.

Adicionalmente, debe destacarse un elemento personal del escritor que corrió en su contra. Vargas Llosa proclamaba en público y a los cuatro vientos la implantación de ciertas medidas que se podían dar vuelta e interpretar en la dirección que indicaban sus enemigos. Recuerdo que un día en una conversación privada el expresidente Fernando Belaunde me comentó: "Mario no entiende que en política hay cosas que se hacen, pero que no se dicen". La derrota hirió profundamente al gran escritor.  Se transformó en un viudo de la política. Pienso que habría sido un gran presidente.

Con su partida, Perú ha perdido a uno de sus más preclaros hijos; América Latina a un hombre que tenía una visión global del acaecer, además de ser uno de los más grandes intelectuales en la historia continental y, nosotros, a un amigo de verdad que nunca tuvo dificultad para proclamar a los cuatro vientos que era amigo de Chile.

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