México: la decisión de Claudia

Columna
El Líbero, 08.06.2024
Fernando Schmidt Ariztía, embajador (r) y exsubsecretario de RREE

El triunfo de Claudia Sheinbaum y del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) en la Presidencia de México, en el Legislativo, en las gobernaciones, en congresos locales, resultó implacable. Son estériles los recursos sobre irregularidades (muchos de ellas ciertas, pero sin destino) que ha presentado la coalición opositora encabezada por la candidata independiente, Xóchitl Gálvez, con el respaldo de los partidos tradicionales PRI, PAN y PRD.

La victoria de Sheinbaum fue producto, en primer lugar, de la abierta intervención del aparato estatal en la campaña, encabezada por el actual presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO). También influyó mucho su política distributiva; el discurso populista pero eficaz del presidente; el error cometido por la oposición al situar esta elección como un plebiscito sobre la gestión de un líder de gran arraigo. Una cierta repercusión tuvo, igualmente, el asesinato de más de 30 candidatos que hizo desistir a un centenar a distintos cargos de los cerca de 20 mil que se disputaban. Cuatro homicidios de corte político tuvieron lugar el mismo día de la elección. Sheinbaum no carece de méritos propios, pero su triunfo no habría sido posible sin AMLO.

La intromisión gubernamental, llamada en algunas partes “elección de Estado”, fue bastante burda. Durante la campaña el Instituto Nacional Electoral (INE) emitió cerca de 40 medidas cautelares por diversas actuaciones del presidente a favor de Sheinbaum y vulnerar su necesaria neutralidad. La semana anterior a la elección el Mandatario tildó a la oposición de traidora a la Patria y que, de llegar al poder, anularía los programas sociales. Su ejemplo era replicado por miles de funcionarios públicos adscritos a Morena. Lo grave es que dichas acciones estaban enmarcadas en un plan mayor para debilitar la integridad electoral, fundamento de la democracia. Hace meses pretenden eliminar la independencia del INE, politizándolo. ¿Seguirá siendo también el plan de Sheinbaum?

Aparte de la intervención en la campaña, la economía mexicana se ha visto favorecida por el “nearshoring”, es decir, el traslado de unidades de producción de firmas norteamericanas desde China a México. A este ambiente inversor se agregó la popularidad de AMLO, en gran medida gracias a la entrega de ingresos directos a los sectores más vulnerables de la población. De acuerdo con un estudio citado por el columnista y excanciller, Jorge Castañeda, el “55% de los votantes y/o sus familiares recibieron algún apoyo… y el 69% de ellos votaron por Claudia Sheinbaum”.

Señala el exministro, que el “salario mínimo subió un 116% en términos reales durante los primeros cinco años del sexenio”, y agrega: “López Obrador pudo duplicar el salario mínimo sin inflación y sin quebrar a las empresas porque ese salario era un salario de mierda, miserable”. Es decir, los gobiernos anteriores, representados en la coalición opositora, fueron percibidos como “técnicos” e inoperantes para ayudar al quintil más frágil. Al salario, se agregaron el aumento de las vacaciones y el incremento a 80 dólares de las pensiones, entre otras. Dice el comentarista que AMLO pudo hacerlo porque era poco el dinero para la economía mexicana, “pero mucho para los destinatarios”. Algo parecido al efecto de “Bolsa Familia” o “Minha Casa Minha Vida” en Brasil

El discurso populista de AMLO, simple, directo, machacón, abierto, también fue importante para el triunfo de Sheinbaum. A través de este vehículo se impulsó su candidatura. Las “mañaneras” del presidente que empezaban a las 07:30 mostraban conexión, sinceridad, transparencia, austeridad. Aunque coloquiales y a veces deshilachadas, esta manera de conversar con la prensa y el público fue central para una estructura comunicacional al servicio de su candidata. Este discurso se completaba con una orgullosa sobriedad que contrastaba con el exhibicionismo del poder presidencial de mandatarios anteriores. Reflejaba coherencia con el rechazo al uso de la residencia oficial y otros privilegios inherentes a su posición, o su predilección por viajar al interior del país y no por el mundo. Todo encajaba con la difundida propaganda de que AMLO sabía interpretar, escuchar y dirigir las aspiraciones del pueblo.

También deben mencionarse los errores de la oposición al convertir la elección en un plebiscito y poner al votante ante peligrosos dilemas: la popularidad de AMLO y la desconocida Gálvez; el gobierno popular de Morena versus la tecnocracia del PRI o el PAN; los ingresos contantes y sonantes del mexicano común, contra la racionalidad económica; la emocionalidad populista o el civismo. Todo esto, en medio del intervencionismo más descarado.

El dilema ahora consiste en saber si Morena, con Sheinbaum a la cabeza, será una nueva versión del autoritarismo del PRI, el partido de la revolución que gobernó México durante siete décadas o si, pese a todos los oscuros presagios, Claudia Sheinbaum se liberará de la tutela de AMLO, del fantasma de los caciquismos de aquel partido, del “dedazo”, del clientelismo desenfadado hacia el mundo económico o sindical, del intervencionismo en la justicia o en el sistema electoral.

¿Será Sheinbaum capaz de ampliar un sistema democrático de reglas ciertas para la libertad y la legalidad, o seguirá el camino trazado por su mentor, y ahora con el respaldo del Legislativo, para limitar la independencia del Poder Judicial y convertirlo en un mero instrumento del poder político, designando jueces elegidos mediante votación popular? ¿Dejará de atacar a los medios de comunicación y periodistas independientes al tildarlos de defensores de los privilegiados? ¿Qué pasará con las reformas para darle más poder al Ejecutivo en detrimento del Legislativo, o la posibilidad del uso extensivo de decretos para gobernar? ¿Seguirá adelante con la idea de AMLO de cambiar el mapa electoral mexicano, o politizar el INE mediante la elección de sus consejeros por voto directo? ¿Que será del proyecto de reducción de las instancias locales y centralizar el poder? ¿Qué pasará con las restricciones a libertades civiles bajo el pretexto de la seguridad, el combate a la corrupción, o una pretendida inestabilidad?

Que Claudia Sheinbaum sea la primera mujer a cargo de la Presidencia mexicana es un hito, pero no pasa por ahí el destino de México. Tampoco es decisivo el tipo de sistema económico de su preferencia en un país cada vez más atado a los Estados Unidos, sea el de Trump o de cualquiera. Es irrelevante el pasado izquierdista de la presidenta electa. La realidad es lo que es y, al igual que en el antiguo PRI, podría ser nacionalista de izquierda en público y favorable a la libre empresa en privado. El desafío principal consiste, ni más ni menos, que, en mantener una democracia en forma, con sus contrapesos efectivos o, al decir del comentarista Francisco Valdés, evitar que “dos anacronismos de siglos pasados: el nacionalismo populista y la izquierda autoritaria” hagan retroceder la libertad. Los primeros, “prestándole (a los segundos) el espejito de un ‘proyecto de nación’ y los segundos ofreciendo (a los primeros) la ficción de que el monopolio del poder es indispensable…”.

El Premio Nobel de Literatura en 1990, Octavio Paz, publicó en 1950 “El laberinto de la soledad”, posiblemente el más brillante ensayo sobre el mexicano, su historia y su papel en el mundo. Allí recuerda que después de la revolución, símbolo de lo propio, ella desembocó en el cesarismo, la “idolatría política”, la demagogia, la corrupción y “la imposibilidad de realizarnos en formas democráticas”. Así, el sistema se caracterizó por “un compromiso entre fuerzas opuestas: nacionalismo e imperialismo, obrerismo y desarrollo industrial, economía dirigida y régimen de libre empresa, democracia y paternalismo estatal” ¿Caerá Sheinbaum en esa trampa?

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