Columna El Líbero, 18.10.2025 Fernando Schmidt Ariztía, embajador ® y exsubsecretario de RREE
El amanecer del viernes 10, cuando ya tenía redactada la columna del día siguiente, fue sumamente feliz. Me alegró la noticia del Premio Nobel de la Paz de este año a María Corina Machado, la valiente y perseverante luchadora por la libertad en Venezuela. Fue un regocijo inversamente proporcional a la rabieta de la diputada Carmen Hertz o a la de Pablo Iglesias. Antes del anuncio, María Corina era ya un baluarte, un símbolo que representaba en Venezuela y en América Latina, ante el mundo, todas las virtudes del heroísmo que lucha contra viento y marea por la causa de la democracia, la justicia, el derecho del ser humano a la libertad, a elegir su gobierno, a expresarse. Con justa razón El Líbero le entregó el Premio ‘Alma Libre Internacional 2024’.
Nos hace bien recordar lo que ha sido su lucha para aglutinar a la oposición; su campaña a la Presidencia hasta que la inhabilitaron mediante procedimientos espurios; cómo, pese a todo, se puso personalmente al frente de la candidatura de Edmundo González, su reemplazo, recorriendo toda Venezuela en multitud, mientras el régimen castigaba al canoero, al taxista, al motorista, al camionero que la transportaba. Recordemos cómo robaron la elección groseramente, mientras ella podía mostrar las actas de las urnas. Cómo la persiguen hasta hoy, obligándola a esconderse para salvar su vida, el símbolo más importante de la decencia política venezolana y latinoamericana.
Me enorgullecí como chileno por esos cientos de compatriotas, encabezados por el expresidente Frei que, calladamente y bajo la batuta de Pepe Rodríguez Elizondo, María Alicia Ruiz-Tagle, Sergio Muñoz Riveros y el asesoramiento del exembajador José Miguel Cruz, presentaron su candidatura al Comité noruego del Nobel, encargado de discernir y entregar ese galardón. Todos ellos merecen nuestra gratitud y aplauso. Como contrapunto, el silencio del presidente Boric ha reducido a cenizas la actitud valiente que tuvo en algún momento frente al dictador de Caracas. Entonces, parecía que su voz desafiaba la fuerza de gravedad de su sector “progresista”. Hoy, su mutismo coincide con los de Colombia, Brasil, Uruguay y España, los países con los que se reunió en Nueva York hace unas semanas para “defender la democracia”. ¿Cuál es el verdadero Boric? ¿El de entonces que recibió un tirón de orejas de sus amigos? ¿El actual?
Nunca pensé que un día María Corina Machado iba a recibir el Premio Nobel de la Paz. Circulaban nombres como Donald Trump, Yulia Navalnaya, Volodimir Zelensky, Greta Thurnberg o Reporteros Sin Fronteras. Aunque ignoraba que se había presentado calladamente su candidatura, un día se me cruzó la idea por la cabeza, pero descarté su viabilidad porque pensé que consideraciones de tipo político se interpondrían en la decisión del Comité. Creí que la diplomacia noruega preferiría seguir actuando como interlocutora ante la oprobiosa dictadura de Maduro e intentaría, una vez más, alguna fórmula improbable para alcanzar la tan ansiada democracia. Me equivoqué.
Ese Comité está compuesto por cinco miembros elegidos por el Parlamento noruego, donde la mayoría pertenece al partido Laborista de centroizquierda, integrante de la socialdemocracia internacional. Aunque el órgano que elige a los miembros del Comité es político, en la elección no se debe tener en cuenta estos cálculos, según el testamento de Alfred Nobel. La voluntad del fundador, interpretada al día de hoy, se enfoca a cuatro grandes criterios para adjudicar el Premio: contribuciones significativas a la paz mundial; promoción de los derechos humanos y las libertades; trabajo humanitario en gran escala, e impacto a largo plazo de la labor realizada.
Los miembros de este Comité han tenido que ver en el pasado con temas internacionales y han apoyado individualmente la “diplomacia para la paz” de ese país nórdico. El grupo lo preside Jørgen Watne Frydnes, cientista político y líder noruego por la causa de los derechos humanos que se enorgullece de no haber adscrito a partido político alguno. Lo integran Asle Toje, investigador en el propio Instituto Nobel y columnista en varios medios sobre temas de política exterior, defensa de la democracia, de la economía de mercado, del imperio de la ley, y adscrito a la escuela de pensamiento liderada por Francis Fukuyama; Anne Enger, líder del Partido de Centro (que defiende los intereses del agricultor), ex ministra y jefa de la campaña que en 1994 rechazó la integración de Noruega en la UE; Kristin Clemet, ex ministra de Educación, ex jefa de gabinete del Primer Ministro Kåre Willoch (1981-1986) y miembro del partido conservador; y Gry Larsen, laborista, gerente general de Grieg Maturitas, empresa madre del grupo homónimo (cabotaje), ex diputada que ejerció como Secretaria de Estado en la Cancillería noruega durante el gobierno del Primer Ministro Jens Stoltenberg (2005-2013).
La “diplomacia para la paz”, en 2019, llevó a Noruega a ofrecer sus buenos oficio,s a fin de “encontrar soluciones políticas” para que Venezuela pudiera encontrar una salida negociada hacia la democracia. El papel del país nórdico fue apoyado por Estados Unidos, Rusia y China. Nosotros mismos hablamos con los noruegos sobre el tema. Afirmaba el expresidente Piñera, en marzo de ese año, haber conversado con los reyes y el Canciller de ese país sobre la situación que afecta a algunos países en nuestro continente ante la falta de libertad, de democracia y de los atropellos a los derechos humanos porque, agregaba, “estamos unidos en hacer todo lo que esté a nuestro alcance, en forma pacífica, y dentro del mundo del derecho, para que países como Venezuela, Cuba y Nicaragua puedan recuperar la libertad, la democracia y el respeto a los derechos humanos que han perdido”. La oposición al expresidente abogaba también por el éxito de las gestiones noruegas y emplazaba al gobierno a respaldar el esfuerzo de los nórdicos, señalando que “Chile debe dar su pleno apoyo a la iniciativa de Noruega de facilitar un diálogo entre venezolanos para avanzar hacia una salida democrática”. Añadían que “un Chile plenamente comprometido con una negociación exitosa repondría algunos de nuestros consensos históricos en política exterior, contaría con un amplio respaldo nacional y sería valorado en la región y en el mundo”.
Las gestiones noruegas como país “facilitador”, con el acuerdo del gobierno dictatorial de Maduro y de la oposición, generaron un primer ambiente de confianza, canales de comunicación y algunos acuerdos parciales entre 2021 y 2023 que establecieron las condiciones para las elecciones presidenciales de 2024 (Acuerdos de Barbados), públicamente aplaudidos por Chile. Sin embargo, el epílogo de estos fue el robo de la elección y una humillación a las pacientes y estudiadas gestiones noruegas de paz.
Es difícil, por lo tanto, que los miembros del Comité del Nobel no hayan estudiado los esfuerzos de su propio país para resolver uno de los conflictos internos que más inquietud genera en toda América, y que hayan resuelto, con total convicción, que era necesario a estas alturas dar un golpe de timón a una situación de injusticia flagrante que amenaza con eternizarse si no se hace algo. La voz del sentido común noruego, con su enorme peso moral en los asuntos mundiales, se hizo oír. No era la voz de la Cancillería en Oslo, sino la del ciudadano de ese país pacífico invadido por los nazis en 1940; el ciudadano que resistió valiente pero inútilmente la maquinaria bélica alemana; que aplaudió la salida al exilio de su gobierno y de su monarca, que no se rindió nunca a los nazis locales y que volvió triunfante al poder con el regreso de ambos en junio de 1945.
La reacción del dictador de Caracas -a quien los “progresistas” que dicen defender la democracia le hacen el juego- no puede sorprendernos: cerró su embajada en Oslo.