¿Otra revolución naranja?

Columna
El Mercurio, 09.12.2024
Tamara Avetikian, periodista, cientista política y columnista

No parece razonable pensar que el Kremlin quiera iniciar otra guerra como la de Ucrania, pero ahí está el vocero de Vladimir Putin señalando que las protestas en la ex-república soviética de Georgia se parecen mucho a las del Maidán, de 2014, cuando los ucranianos salieron a la calle para botar al entonces presidente prorruso, Viktor Yanukovich, y poco después Moscú invadió y anexó Crimea, alentando a los separatistas de las regiones del este a entrar en guerra. Quizás es una bravata, o quizás no, pero los georgianos parecen estar hartos de las amenazas, y por eso salen a la calle a demostrar que no están dispuestos a volver al dominio ruso, y que hablan en serio cuando dicen que quieren ser europeos.

El sucesor del ejército soviético no necesita volver a pisar el suelo de Georgia (como en 2008) para hacer peligrar su débil democracia. A Moscú le basta actuar a través de políticos serviles, que se presentan como defensores de la independencia, para influir en los asuntos públicos. En unas elecciones recientes —que la oposición no reconoce porque habrían estado amañadas— ganó el partido Sueño Georgiano, liderado por un “oligarca”, que hizo su fortuna en Rusia y ha sido el poder en la sombra por más de una década. Tiene un nombre llamativo, Bidzina, y un apellido que suena medio ruso, medio georgiano, Ivanishvili; fue primer ministro por solo un año, en 2012, pero decidió controlar el gobierno tras bambalinas. Bidzina niega tener vínculos con Moscú, y nadie se lo cree. Se ha empeñado en erosionar la voluntad de los georgianos que anhelan pertenecer a la Unión Europea. Su discurso de campaña fue particularmente maligno: Occidente quiere usar a Georgia como peón para abrir un segundo frente de batalla contra Rusia, levantando el temor de una guerra y al mismo tiempo apaciguando a Moscú. Cuesta creer que, si el 80 por ciento de los georgianos quiere estar en la UE, un partido cercano a Rusia haya ganado.

Las protestas por las elecciones duraron semanas, pero los ánimos se enardecieron cuando el gobierno anunció que suspendía hasta 2028 las negociaciones con Bruselas, por el supuesto “chantaje” de la Comisión Europea, que pidió investigar las irregularidades electorales y eliminar dos polémicas leyes —copiadas de Rusia— que atentan contra libertades básicas. Cada noche, georgianos de todas las edades se han enfrentado con la policía en Tbilisi, en la céntrica avenida Rustaveli, que tiene un aire parisino, parecido quizás al bulevar Saint Germain, con enormes árboles, veredas anchas y edificios neoclásicos, algunos más barrocos, con toques orientales, junto a otros de corte soviético. Los manifestantes no les temen ni al frío ni a la represión policial, que ha sido “brutal”, según testigos, con cientos de detenidos, incluidos los líderes de los principales partidos opositores.

Cómo terminará esta renovada “revolución naranja” (o “rosa”, como la de 2003) es difícil de predecir, pero lo cierto es que los sectores pro europeos necesitarían un decidido respaldo externo para sostener su objetivo, aunque solo sea mirando al largo plazo.

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