Obituario ADICA, 06.05.2024 Alfredo Labbé Villa, embajador (r)
En nombre y representación de la Asociación de Diplomáticos de Carrera en Retiro (ADICARE), vengo a rendir homenaje y despedir a nuestro amigo y colega, Don Oscar Eduardo Alcamán Riffo, Embajador de la República.
En momentos en que nuestra sociedad enfrenta diversos desafíos que demandan liderazgos de toda índole, es reconfortante y esperanzador examinar la carrera de un gran servidor público, como lo fue Óscar. Su vocación de servicio fue vertida en la Cancillería, a la que ingresó por concurso en abril de 1981 y en la que permaneció por más de 41 años, tras alcanzar el grado de Embajador, en agosto de 2018.
Su carrera es digna de admiración: hizo todos los grados de la carrera, desde Tercer Secretario de Segunda Clase hasta Embajador Extraordinario y Plenipotenciario y los sirvió durante los años reglamentarios, excediéndolos en algunos de los tramos. Eso significa que la suya fue una
experiencia madurada y refinada con dedicación. Su Hoja de Vida registra que este abogado realizó siete Cursos de profundización y cuatro Diplomados, en la Universidad de los Andes, el Institut International d’Administration Publique y el Instituto Alcide Gasperi, de Roma.
Honrando el lema de la diplomacia chilena: “ProChile Loquor”, “hablo por Chile”, Óscar lo hizo -con distintos grados de profundidad- en alemán, hebreo, inglés, italiano y francés, éste último con fluidez de lengua materna.
Este dato nos muestra un diplomático de enorme preparación y cultura. Sirvió en París en dos oportunidades, la última, como jefe de Cancillería, cargo que dejó para asumir la Embajada en San José de Costa Rica en agosto del 2018. También cumplió funciones como jefe de Cancillería en la Embajada en Israel, en la Misión Permanente ante la Unión Europea y el Reino de Bélgica y en las Embajadas en Roma, Seúl y Damasco.
En la Cancillería, partió ni más ni menos que en la Dirección de Planificación Estratégica (el cerebro de nuestra casa) y prosiguió en la Dirección de Política Multilateral (en la que serviría dos veces), en el Gabinete del Subsecretario, la Dirección de América del Sur y la Dirección de Derechos Humanos, en la que fue subdirector por más de dos años. Esta responsabilidad está vinculada al segundo de los principios de nuestra Política Exterior, que es justamente la promoción y defensa de la Democracia y los Derechos Humanos. Óscar trabajó guiado por este principio y dedicado de corazón a su avance, todo lo cual brilló en su Misión en San José, que es sede de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Pero hay algo que es sumamente importante destacar: toda esta carrera distinguida y abnegada fue dejando una estela. Una estela de afectos y amistades. Una estela de amor. Son innumerables los testimonios de afecto que Juan Eduardo y su familia han recibido en estos tristes días de colegas, amigos y compañeros de trabajo, desde el ministro de Relaciones Exteriores, pasando por excancilleres, hasta el personal local en las diversas capitales en las que sirvió a Chile.
Tal vez lo más importante de todo es, sin embargo, la dimensión de fé de Óscar, que se materializa en esa hermosa fotografía aledaña a su féretro, donde recibe el cuerpo de Cristo de manos de su Vicario en la tierra, el entonces Papa, San Juan Pablo II.
Óscar partió a su Señor y Salvador en la estación de Pascua de Resurrección, un tiempo de celebración y de gozo. A mí no me cabe duda, como cristiano, que su Señor lo ha acogido en su Reino. En ese Reino en el que hay muchas moradas, incluyendo -desde anteayer- una en la que reinará el orden y la meticulosidad, en la que brillará el servicio y el amor y en la que también se escucharán arias de ópera cantadas por María Callas…
Querido Óscar, Embajador de la República, amigo, colega y hermano en Cristo: descansa en la paz de tu Señor y Salvador.