Universidades, estudiantes y política exterior

Columna
El Dínamo, 12.05.2024
Juan Pablo Glasinovic, abogado (PUC), exdiplomático y columnista

Desde la creación de la universidad, allá por el siglo XI DC en Europa, estos centros de estudio han ejercido gran influencia en todos los ámbitos y por supuesto en la vida pública. Muchas ideas, ideologías, movimientos, partidos, revueltas y revoluciones se han incubado, difundido y potenciado en las universidades. Y los estudiantes han impulsado gobiernos o por el contrario los han defenestrado. De esto tenemos evidencia muy reciente en nuestro propio país.

Por eso y porque la esencia de la universidad es la diversidad y el pensamiento crítico (otra cosa es que haya una peligrosa tendencia en muchos lugares a la homogeneidad y a la intolerancia con el pluralismo), los autoritarismos de todo tipo siempre la han temido y han procurado controlarla. Universidades y dictaduras no conviven bien.

En el caso de las democracias, hay períodos en los cuales la comunidad universitaria genera un impacto importante, que se expresa en la calle y en las urnas. Esto que sucede cíclicamente en los países alrededor del mundo, pero con connotaciones domésticas, en ocasiones adquiere ribetes regionales o incluso globales.

Es precisamente lo que está pasando a propósito de la guerra en Gaza, lo que ha gatillado una ola de protestas y tomas en las principales universidades de Estados Unidos y que se ha extendido a algunas de Europa. Si bien este fenómeno puede ser no masivo en cuanto a la cantidad de instituciones y estudiantes involucrados, es innegable que concentra a las entidades más reputadas y definitivamente es parte de la agenda noticiosa nacional e internacional.

En Estados Unidos un movimiento de esta magnitud no ocurría desde la guerra de Vietnam. Entonces los estudiantes fueron determinantes en generar un sentimiento popular mayoritario contra la intervención norteamericana en ese conflicto, lo que presionó finalmente por su salida y permitió también la posterior elección de un pacifista como presidente, con Jimmy Carter.

Si bien ese fue el resultado final, no debe olvidarse que antes esas marchas y protestas estudiantiles generaron una reacción “conservadora” con el advenimiento de Richard Nixon en 1968 como presidente, bajo el estandarte de la “ley y el orden”. Todas las sociedades temen y aborrecen el descontrol del orden público, por lo que instintivamente tienden a favorecer a quien lo garantice. Porque una sociedad sin orden no puede funcionar como tal. Eso algunos sectores políticos y candidatos lo han sabido leer muy bien, cosechando triunfos electorales.  Por eso los movimientos estudiantiles y sus manifestaciones callejeras solo han prosperado cuando la causa que los convoca pasa a ser mayoritaria y los ciudadanos están dispuestos a tolerar cierto desorden social a cambio de un bien mayor, que finalmente redundará en una mejor armonía social.

Un poco antes de las protestas por Vietnam hubo una movilización por los derechos de los afroamericanos, que también fue muy relevante para terminar con la segregación.

Entonces desde los años setenta del siglo pasado que no se había configurado una movilización universitaria como la que está desarrollándose. Al igual que en los episodios anteriores, también ha generado gran polarización, aunque en este caso esta incluye la propia comunidad estudiantil, así como el estamento académico.

¿Qué impacto está teniendo este fenómeno? Más allá de la cobertura mediática, está claro que incide fuertemente en la política doméstica de Estados Unidos, así como en su política exterior.

Como sabemos, la carrera electoral entre Biden y Trump está apretada y la definición vendrá por un pequeño porcentaje en los estados bisagra.

¿Se repetirá el efecto de 1968, cuando una mayoría votó por quien dijo (Nixon) que restablecería el orden? A la fecha las encuestas han registrado un alza de 1 a 2% por la opción de Trump en función de ese factor. Esto es funcional a su discurso, que además engloba a los estudiantes que protestan con el movimiento “woke”, que tiene una connotación crecientemente negativa en la percepción ciudadana.

Quién está complicado en este contexto es Biden. Eso se ha notado en su discurso interno y en su relación con Israel. Respecto de lo primero, el presidente ha debido transitar por la cornisa, evitando avalar, pero también desautorizar estas manifestaciones. Porque si se entendiera que toma partido por ellas, no solo se echaría encima el poderoso grupo de poder que es proisraelí, también estimularía a ese segmento moderado e indeciso de electores a optar por Trump, al percibirlo como más apto de asegurar el orden público. Pero tampoco ha ido contra los estudiantes, entendiendo su capacidad de movilización que podría dirigirse a otras candidaturas o derechamente abstenerse de apoyarlo.

Eso se ha notado también en el frente externo, como extensión de la política doméstica norteamericana. Biden, quien nunca tuvo afinidad personal con el primer ministro israelí Netanyahu, ha procurado mantener el tradicional apoyo a su aliado, pero sin darle un cheque en blanco, lo que ha quedado en evidencia por su creciente presión por una tregua y sus críticas por los métodos de guerra de Israel.

Las preguntas que importan sobre estas protestas tienen que ver con su representatividad y sus efectos de corto y mediano plazo. Como ya lo referimos, son universidades prestigiosas que numéricamente representan a una fracción de la comunidad estudiantil, pero de mucha influencia. ¿Será eso suficiente para generar cambios domésticos y consecuentemente en la política exterior de Estados Unidos?

Evidentemente eso está por verse y mi impresión es que quien está en una posición más compleja es Biden por lo ya señalado, pero también porque este tema ha agudizado las tensiones y las divisiones al interior del Partido Demócrata. Biden necesita que los jóvenes se motiven a votar por él y los demócratas, y la movilización actual podría ser funcional a eso, siempre que logre una sintonía con este movimiento sin alienar a los electores moderados. En esa línea, el gallito que Biden y Netanyahu están teniendo por una nueva ofensiva en el sur de Gaza, será muy relevante. Mientras Netanyahu quiere acometer lo que estima será la estocada final a Hamas, no importando el precio de sangre inocente, Biden estima que ya es suficiente y que más derramamiento de sangre solo incrementará el repudio internacional contra Israel, amenazando en definitiva su seguridad y comprometiendo una eventual intervención de Estados Unidos cuando más necesita estar enfocado en su competencia con China.

Otro efecto posible en la política doméstica e internacional de Estados Unidos es el estatus de la incondicionalidad norteamericana con su aliado israelí. Hasta ahora todos los gobiernos estadounidenses estuvieron siempre al lado de Israel, sin cuestionar su posición. A partir de este cruento conflicto en el cual la inmensa mayoría de las víctimas son mujeres y niños palestinos, y además funcional a la mantención en el poder de Netanyahu, esto podría no ser evidente.

Como ya lo he señalado en varias columnas y lo reitero ahora, el daño reputacional que el primer ministro Netanyahu le ha ocasionado a su país es profundo y repercutirá necesariamente en su seguridad. Esto solo podrá empezar a revertirse desde el momento en que el actual gobernante israelí salga del poder y enfrente su responsabilidad en los procesos judiciales domésticos, así como eventualmente frente la justicia criminal internacional.

Queda entonces por ver si esta efervescencia en las universidades de élite se extiende y cuáles serán sus efectos, especialmente en relación con las próximas elecciones en Estados Unidos. Respecto de la política exterior, creo que el consenso respecto de la naturaleza de la alianza con Israel se ha roto. Habrá que ver en qué evoluciona, pero creo que la incondicionalidad como se concebía es otra víctima de la guerra en Gaza.

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