Poder real y liderazgo deshabitado

Columna
El Mostrador, 28.06.2025
Fernando Schmidt Ariztía, embajador ® y exsubsecretario de RREE

La cumbre de la OTAN terminó el jueves con el regreso triunfal de Estados Unidos al escenario mundial. Washington había obtenido una victoria en el Medio Oriente poco antes, en la que le mostró al mundo su fuerza y su impresionante capacidad para desplegarse política, militar y tecnológicamente en cualquier parte del globo, aunque no quede claro si, junto a los israelíes, pudieron desmontar totalmente el programa nuclear iraní, o simplemente lo retrasaron. Como sea, el mensaje grabado a fuego es que mostraron su capacidad y potencia militar al atravesar medio mundo para bombardear posiciones iraníes con armas sofisticadas y precisión quirúrgica. Contrariamente a otras ocasiones, esta vez demostraron resolución política y audacia. Nos enseñaron que mientras gobierne Trump, que se guía por intereses e instintos antes que, por normas, estas serán variables para tener en cuenta, en la medida que estén en sintonía con su percepción del interés nacional de Estados Unidos.

Poco después, Washington nos mostró su determinación para poner fin a la etapa bélica y dar paso a la diplomacia con respecto a Irán y al Medio Oriente, que debería ponerse a prueba durante la semana que comienza. Persiguen la construcción de un nuevo acomodo político en esa zona, aunque sea temporal. Un orden que no humille a Irán, pero que someta su desarrollo nuclear a controles serios y verificables; que fortalezca el papel de Israel como aliado; darle un nuevo impulso a los Acuerdos de Abraham. Un orden que privilegie a Arabia Saudita como contrapeso a Irán en el Golfo y en la península arábiga; que destaque el papel de otros aliados árabes de Estados Unidos con relaciones hacia Israel los cuales, en algunos casos, le facilitaron su espacio para atacar las instalaciones nucleares y militares iraníes, y aniquilar su amenaza aérea.

El jueves, Trump regresó a Washington desde La Haya con un significativo avance en sus objetivos hacia la OTAN cuyos miembros, finalmente, se comprometieron a elevar el gasto militar y de seguridad al 5% del PIB hacia el 2035, aliviando la carga financiera de Washington, que hoy duplica la de los demás miembros de la alianza unidos. Con este aumento se aseguraron de incrementar “las fuerzas, capacidades, recursos, infraestructura, preparación para la guerra y resiliencia que se necesitan para desalentar (a los enemigos)” y defenderse en conformidad con las políticas de la OTAN de disuasión y defensa, prevención de crisis y seguridad colectiva. A cambio, el presidente de Estados Unidos reemplazó su crítica a la Organización por una reafirmación del compromiso norteamericano con la seguridad de los asociados, al ratificar la defensa colectiva que establece el artículo 5 del Tratado de Washington, “donde el ataque a uno es un ataque a todos”.

Es justo señalar, también, que estaba en el interés de los socios europeos de la OTAN fortalecer su estructura militar para tener una voz más consistente en la Organización ante los conflictos regionales emergentes, las disputas para regionales que le atañen, y algo que decir en el mundo en general. Quieren depender menos de la benevolencia de Estados Unidos, por su propio bien.

Es más, la Declaración de La Haya compromete a todos a expandir la cooperación industrial transatlántica en defensa y a eliminar las barreras comerciales entre los aliados en esta materia. Entre las amenazas, identifica a Rusia como la mayor en el “largo plazo”, pero destaca el persistente peligro terrorista.

En este contexto, la solitaria y contradictoria posición de España, que no quiere incrementar su gasto en defensa a un nivel superior al 2,1% de su PIB, mientras suscribe al mismo tiempo los acuerdos alcanzados en La Haya, debe interpretarse como una jugada en clave de política interna: Pedro Sánchez quiere mantener la frágil adhesión a su gestión de sectores de extrema izquierda, hostiles a la OTAN, que son los que le dan los cuatro votos que le permiten mantenerse en el poder. Sin embargo, su posición ha dejado en evidencia las tensiones que subsisten en Europa cuando se percibe la disyuntiva entre aumento del gasto militar y estado de bienestar.

¿Pueden conducir estos avances norteamericanos a un nuevo liderazgo en el mundo occidental, con las características y valores que conocemos? Yo creo que no. Las demostraciones de fuerza, preparación, avances tecnológicos, destrezas militares son, por ahora, eso. Una reafirmación de Washington y un mensaje a China, el país donde se concentran las mayores amenazas, según su perspectiva. Lo logrado en la OTAN es útil a Estados Unidos al hacer más llevadero su gasto, potenciar su propia industria militar, y reorganizar a los aliados.

No podemos perder de vista que la visión del mundo de Trump no corresponde a una causa, sino que está centrada en el interés nacional norteamericano que, aparte de prepararse para enfrentar geopolíticamente a China, puede ser tan variable como voluble es la personalidad del Mandatario. El mismo artículo 5 del Tratado de Washington es interpretable para Trump. La ausencia de un apoyo colectivo a Ucrania en La Haya, nos señala que este tema ya no es de todos los coligados, sino apenas un “compromiso soberano”, individual, y cuya seguridad “contribuye” a la de la OTAN. Tampoco podemos olvidar que dentro del Partido Republicano existe una tendencia hacia el aislacionismo, la cual Trump debe atender.

De este modo, la “semana gloriosa” para el Mandatario lo fue, principalmente, desde la óptica del poder, no desde la perspectiva del liderazgo. Fue una demostración de fuerza. Alcanzó objetivos en Medio Oriente sin pérdida de vidas norteamericanas y estableció las bases para construir un orden regional que le permita tomar distancia en forma realista. Logró la conformidad de los socios de la OTAN a sus planteamientos financieros cuando se hicieron lógicos para una UE amenazada, y reducir así su presencia militar en suelo europeo. Con estos progresos se pueden permitir avanzar hacia otros objetivos, como el de la reducción del déficit comercial, o establecer una nueva política energética mundial. En lo publicitario, lo ocurrido le sirve a Trump para consolidar la fe de sus votantes y equilibrar la imagen internacional negativa que se ha creado por las deportaciones de migrantes o la reducción de los presupuestos universitarios.

Sin embargo, no nos engañemos. Detrás de estos éxitos Trump no busca un liderazgo, sino la reafirmación de su poder. Esta perspectiva es, además, personalista, narcisista. A la larga, esto puede tensar las relaciones entre instituciones dentro de Estados Unidos y agravar el vacío de liderazgo en el mundo, particularmente difícil para los países de matriz occidental como el nuestro.

El discurso de anteayer del secretario de Estado Adjunto, Christopher Landau, ante la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos, en el que cuestionó la permanencia de Estados Unidos en la OEA en el caso de no alcanzar logros consistentes en Venezuela o en Haití, de conformidad con el artículo 1 de la Carta, es indicativo del espíritu predominante en Washington. La responsabilidad de mantener viva a la OEA es de todos, dijo, y esto no se logra con meros ejercicios retóricos sino con políticas valientes y efectivas. Como muchos otros anuncios de la administración Trump este es, por ahora, una advertencia y una base para negociar.

El eventual retiro de Estados Unidos de la OEA marcaría el fin del interés de Estados Unidos en el continente para concentrarse en México, Centroamérica y el Caribe, bilateralmente. Eventualmente, marcaría el fin de la OEA, el abandono de un valioso acervo, la instalación de un vacío en nuestra región y una peligrosa carrera por llenarlo.

No hay comentarios

Agregar comentario