Columna PanAm Post, Oct 21, 2019 Priscila Guinovart
-
Emmanuel Macron enfrentó la crisis de los "chalecos amarillos" y el "escándalo Benalla". ¿Cómo se explica, entonces, su popularidad?
Emmanuel Macron llegó al Elysée como la apuesta francesa al humanismo y al liberalismo. Sobre todo, el ahora mandatario constituyó un rotundo rechazo al veneno populista que, de la mano de la misma Rusia que apaña lo peor de América Latina, busca sembrar el caos en el viejo continente a través de noticias falsas y líderes poco carismáticos (pero que así y todo, tienen más carisma que ideas).
¿Cómo mantiene Macron su popularidad (44 % de opiniones positivas) a mitad de su mandato y a pesar de un escándalo (producto de cierta tendencia al sensacionalismo por buena parte de la prensa gala) y las manifestaciones de los chalecos amarillos, conocidas (y en ocasiones, emuladas) en todo el globo? La simpleza de la respuesta —una muy buena gestión— merece estudio, particularmente en un mundo polarizado que no comprende la administración Macron (y a menudo, cuando no somos capaces de asimilar algo intelectualmente, caemos en facilismos y en la siempre presente tentación del desprecio sin argumentos).
Emmanuel Macron ha sido un liberal de manual —no es casual que sus principales opositores (Jean-Luc Mélenchon y Marine Le Pen, que saben tanto de economía como quien escribe de ingeniería hidráulica) sean dos acérrimos proteccionistas y defensores de absurdos gravámenes—. De hecho, una de las principales críticas al presidente francés (que ha sido caballo de batalla de los gilets jaunes) es la tajante desestimación del mandatario al impuesto sobre la fortuna (ISF).
Las medidas económicas de Macron y su equipo —el primer ministro, Edouard Philippe, es una suerte de baza irremplazable para el Gobierno— han causado positivo asombro entre los expertos. Francia, que a diferencia de su vecino tautón se vale menos de las exportaciones, se ha visto menos afectada por la desaceleración económica que amenaza la zona euro gracias a su alto consumo interno. Así, se perfila a convertirse en la economía más fuerte del continente, dejando a la aparentemente invencible Alemania (en recesión técnica) en segundo lugar.
Los respectivos aumentos del PIB y del poder adquisitivo, así como la disminución de empleados públicos (más allá de no ser la inicialmente esperada) revelan que Emmanuel Macron no solo sabe lo que hace hoy, sino que, además, tiene un plan para el próximo quinquenio.
El movimiento gilets jaunes (chalecos amarillos) nació en octubre de 2018 como reacción a una propuesta de aumento de impuestos sobre el carbono. La medida, que era parte del plan medioambiental del presidente y pretendía incentivar el uso de transportes públicos, jamás se llevó a cabo. No obstante, una fracción de los activistas —con el apoyo de los representantes de los modelos políticos más extremistas— continuó (y continúa) manifestándose cada sábado, causando muertes y pérdidas millonarias al Estado francés y a incontables privados (muy particularmente restaurantes y tiendas de lujo). Lamentablemente, un neumático en llamas en medio de Champs-Elysées se cuela más fácilmente en los titulares que, por ejemplo, la creación de 70 000 empresas solo en setiembre de este año, tal como fue el caso.
Otra crítica recurrente hacia Emmanuel Macron es cierta vacilación de su parte en lo que al tratado de libre comercio entre la Unión Europea y el Mercosur refiere. Estos detractores apresurados, irónicamente, suelen ser los mismos que alaban el proteccionismo y las formas pesadas de Trump, pero que, por alguna razón desconocida, cuando el presidente galo juega con las mismas fichas, se convierte en el más despreciable de los seres. En este contexto, de la misma manera que el mandatario estadounidense afirma en una epístola de dudosa calidad diplomática a Erdogan que no quiere ser «responsable por destruir la economía turca», Macron exige a su homólogo brasileño que respete el Acuerdo de París, caso contrario, no hay tratado de libre comercio. Esto es política, muchachos, las cosas se hacen así.
En sus dos años y medio como presidente de Francia, Macron ha mostrado un buen desempeño, quizás superior al de al menos dos de sus predecesores. La prensa internacional, que ha menudo se hace eco casi que con exclusividad de los medios locales más opositores, debería saberlo.