Editorial El Mercurio, 29.11.2022
Una serie de protestas en grandes ciudades chinas se ha producido en los últimos días, en reclamo por las restricciones de movilidad relacionadas con el covid. Estas protestas tienen también una connotación política inevitable, toda vez que Xi Jinping se ha erigido como el líder de la estrategia de control de la pandemia en China, la que sin duda ha ido perdiendo brillo y ha comenzado a mostrar fisuras y restricciones. A su vez, las tensiones soterradas generadas por la reelección de Xi seguramente han encontrado también eco en estas protestas, toda vez que la exigencia de mayor libertad y movilidad representa una evidente confrontación a Xi.
Es difícil evaluar a la distancia la amplitud y violencia de las protestas, pero de acuerdo con numerosos reportes periodísticos y videos, estas tendrían la participación de varias decenas de miles de personas. En un país donde el derecho a protesta está tan castigado, la manifestación de esta cantidad de ciudadanos seguramente refleja la realidad de cientos de millones que están sufriendo las consecuencias de una política tan radical de covid-cero.
Resulta importante ver cómo el gobierno procederá a controlarlas. El uso de la fuerza y las detenciones han sido parte de la estrategia de China en el pasado, así como negociaciones con grupos específicos a cambio de la entrega de ciertos beneficios. Pero aun si estas protestas se disiparan de manera rápida, es evidente el desagrado y la desesperanza de los habitantes de ese país que ellas están reflejando. La estrategia de controlar los casos y restringir fuertemente la movilidad, expandida a controlar los movimientos de los contactos estrechos —proceso dirigido a través del control de los movimientos y de los celulares—, ha terminado por agotar a la población, que además percibe que los mecanismos de control de sus movimientos llegaron para quedarse.
El gobierno de Xi anunció hace pocas semanas un plan de apertura, orientado a lograr la normalidad de funcionamiento y actividad económica durante el segundo trimestre de 2023. Este plan, que generó una reacción positiva en los primeros días, no es fácil de implementar. Una parte importante de la población mayor no tiene tres vacunas, la disposición a vacunarse es escasa, y la inmunidad de la población es baja, dada la falta de contacto con el virus, por lo que la apertura necesariamente exige pasar por un período de altos contagios que el gobierno quiere evitar a como dé lugar. La experiencia de los últimos días así lo demuestra: pequeños esfuerzos por abrir han acelerado los casos, y han llevado a las autoridades a cerrar nuevamente. Las protestas dan cuenta de la frustración de la gente con esa incertidumbre.
El manejo que China ha hecho del covid ha terminado siendo bastante menos exitoso de lo que su campaña propagandística trató de mostrar. Las restricciones a la movilidad han terminado llevando al país a un callejón sin salida, con los consiguientes costos sociales y económicos, y han puesto en entredicho el liderazgo de Xi, no solo internamente, sino también internacionalmente.