Siria y el mundo multipolar

Columna
El Mostrador, 10.01.2017
Mathieu González

La guerra civil de Siria es a la vez compleja y simple. Su complejidad radica en el inmenso número de actores que participan, cada cual con sus propias agendas entrecruzadas que son muchas veces opacas. Tratar de hacer un sumario, aun parcial y breve, es a la vez necesario, para entender el conflicto, e imperfecto, simplista y sujeto a error por su complejidad intrínseca.

Una vez aclarado esto: ¿cuáles son estos actores?

En primer lugar el régimen de Al-Ásad. Un gobierno dictatorial, que tiene su base de apoyo en los Alauitas, una corriente minoritaria del chiismo (que es a la vez la corriente minoritaria del Islam), en los cristianos sirios y en una burguesía sunita. Son minoritarios en Siria y temen, justificadamente, sobre todo los Alauitas y los cristianos, su persecución o incluso exterminio en caso de una derrota militar. Su estrategia de guerra es clara: en un primer momento evitar la derrota, pero también imponer en la franja occidental de Siria, la que va de Alepo en el norte, hasta la frontera Israelí y jordana en el sur, una mayoría étnica favorable.

Para lograrlo han lanzado una política sistemática de limpieza étnica, llegando incluso, en el caso de Homs, a prohibir el retorno de los refugiados sunnitas sirios que vivían en la ciudad antes de la guerra, importando en su lugar refugiados afganos chiitas. ¿Sus dificultades? Que la guerra les ha causado pérdidas humanas irreparables, por lo que el ejército sirio es incapaz de controlar toda esta región, sufriendo, como en Homs o el Palmira, un continuo acoso guerrillero cuando sus tropas salen de los núcleos urbanos. Así, esta larga guerra ha significado una catástrofe económica y más que probables dificultades para financiar una reconstrucción en caso de victoria militar sin apoyo de organismos internacionales.

Los aliados principales del régimen son Rusia, Irán y Hezbollah. El objetivo ruso es lograr recuperar la influencia soviética en la zona, perdida tras el colapso de la URSS. Probablemente a Vladimir Putin poco le importa quién gobierne Damasco, mientras sea su aliado, le permita mantener la única base marítima que tienen los rusos en el Mediterráneo en el puerto de Tartus y le asegure una plataforma para oponerse a Occidente (sobre todo tras su aventura ucraniana, que si bien le permitió anexar Crimea e instaurar un estado satélite en la cuenca del Donets, no logró su objetivo principal: el colapso del Estado ucraniano, e instaurar sobre sus cenizas un Estado satélite que vaya de Mariupol a Odessa), así como vengar la expansión de la OTAN y de la UE hasta sus fronteras.

Por último, Putin mira con inquietud la región del Cáucaso, donde tras el fin de las grandes operaciones militares en Chechenia la rebelión que en un inicio era nacionalista se ha transformado en gran parte en una insurgencia islámica de baja intensidad, que antes estaba contenida en Chechenia y ahora se ha expandido como una metástasis al conjunto del Cáucaso ruso. El apoyo que le han dado a la insurgencia los emiratos sunnitas árabes y el deseo de devolverles el golpe en Siria explica también por quÉ Putin interviene del lado de Al-Ásad. Su intervención ha tenido un sentido del espectáculo acorde a nuestra época televisiva, ya que se ha centrado en los aspectos más visibles de la guerra, con sus aviones e instructores militares aprovechando cada posibilidad para lucirse.

Irán es un aliado circunstancial de Rusia y un aliado real de Al-Ásad. Con Rusia tiene en común la hostilidad a Occidente y el hecho de que en esta guerra ambos comparten enemigos: los sunitas. Pero más allá de eso, poco los une, como lo muestra el hecho de que, cuando llegaron a un acuerdo para que Rusia utilizara la base militar iraní de Hamedan para bombardear Siria, ese acuerdo colapsara en un día, o las divergencias entre ambos respecto a la evacuación de los civiles y rebeldes de Alepo. Irán sueña con encabezar una región chiita que se extienda desde el Mediterráneo hasta el Índico y en la cual los chiitas, tradicionalmente musulmanes de segunda categoría, logren dominar. Para esto debe debilitar a los emiratos sunitas, sobre todo a Bahréin, en la cual la población chiita es mayoría y está privada de derechos, y a Arabia Saudita, buscando dominar sus regiones orientales donde reside una importante minoría chiita y donde está la mitad de las reservas petroleras del reino.

El proyecto iraní de defender a los chiitas es lógico tras la larga historia de opresión que ha sufrido está corriente del islam históricamente. El apoyo militar iraní, si bien mucho menos espectacular que el apoyo ruso, ha sido igual o más importante, ya que ha enviado las tropas de elite de los guardias de la revolución a pelear en tierra, ha reformado lo que queda del ejército sirio, dándole nuevamente una capacidad de combate que había perdido y ha transportado, entrenado, armado y financiado las milicias chiitas afganas e iraquíes que están realizando la mayor parte de los combates en el terreno y sin las cuales el gobierno de Al-Ásad hubiese caído.

Por ultimo está Hezbollah, el primer actor externo chiita que intervino directamente en la guerra. De la existencia de un régimen aliado en Damasco depende su existencia. Desde hace años Arabia Saudita desea que el Líbano vuelva bajo el alero sunita y es Hezbollah, gracias al apoyo sirio que lo ha evitado. La caída de Al-Ásad llevaría probablemente de vuelta a los chiitas libaneses al estado de ciudadanos de segunda categoría que tenían antes de la guerra civil libanesa. El hecho de que haya sufrido la pérdida de miles de sus milicianos y sigan combatiendo muestra el peligro existencial que les supone esta guerra.

En una situación particular se encuentran los kurdos, quienes agrupados en sus YPG (Unidades de Protección Popular) han peleado tanto contra el régimen, contra los rebeldes y contra el Estado Islámico, pero también han sido aliados en ocasiones de los dos primeros grupos. Su objetivo es claro: la construcción de una región kurda en lo posible independiente, si no autónoma, en las regiones de Siria donde son mayoría. Como estás regiones están al norte de Siria, lejos de las regiones donde viven los Alauitas, el régimen de Al-Ásad no ve en ellos un enemigo. De hecho, los principales enemigos de los kurdos son el Estado Islámico y Turquía. Esta situación ha llevado a que a la vez hayan recibido apoyo ruso y sean aliados de Occidente, que ve en ellos –la situación en el terreno lo confirma– a la fuerza militar más eficaz para combatir el Estado Islámico.

Otro caso es el Estado Islámico, que desea recrear el califato islámico. Ha perdido gran parte del territorio conquistado y sus proyectos fantasiosos parecen estar colapsando. Pero al no tener ya territorios en la zona de mayoría Alauita, el régimen de Al-Ásad no tiene mayor interés de combatirlo. Los iraníes los ven como un enemigo secundario en comparación con otros grupos rebeldes sunitas, y los rusos, salvo en lo que concierne a la ciudad simbólica de Palmira, están dispuestos a dejarlo tranquilo. En cambio, los turcos y los emiratos sunitas ven en ellos un mal menor frente a los kurdos y los chiitas respectivamente, lo que se explica porque, salvo los kurdos y la aviación occidental, nadie lo combate seriamente.

Finalmente, están los rebeldes, en su mayoría sunitas, pero en un inicio principalmente laicos y hoy en día mayoritariamente, pero no exclusivamente, islamistas, ya sea moderados o extremistas. Los sunitas eran antes de la guerra el 60% de la población siria. Estaban excluidos de los cargos importantes, a cambio tenían una protección social importante que garantizaba una cierta calidad de vida, con el precio de tener una economía ineficiente, estancada y un Estado mastodóntico.

Sin embargo, cuando Al-Ásad hijo subió al poder el año 2000, siguiendo los consejos de los organismos internacionales, trató de modernizar tanto la economía como el Estado sirio, para transformarlo en un Estado moderno, reduciendo enormemente las prestaciones sociales, hundiendo parte de la población sunita en la miseria. Esto, unido a una sequía, en parte causada por el cambio climático, y el aumento del precio de los cereales a principios de la década, llevó a la desesperación de la población sunita que, cuando tuvo la oportunidad, durante la Primavera Árabe, se alzó, en un principio pacíficamente, contra el régimen, hasta que la cada vez más dura represión la llevó a ser progresivamente más violenta y étnica, mientras el apoyo internacional sunita la hacía más islámica. Su objetivo es claro, lograr imponer su gobierno mayoritario en Siria y dejar de ser excluidos del poder. El 2015 estuvieron a punto de lograrlo, ya que el régimen de Al-Ásad estaba al borde del colapso, pero desde entonces la masiva intervención rusa-iraní cambió los vientos de la guerra, como lo demuestra su reciente derrota en Alepo. Así han sufrido una violenta limpieza étnica, crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad.

De su lado está, o estaba, Turquía, que con Erdogan parece haber renunciado definitivamente a integrarse a Europa y ahora mira, con nostalgia, hacia el sur. Turquía deseaba volver a ser el centro del mundo islámico y durante la Primavera Árabe parecía lograr esa meta con la caída de Gadafi, la elección de islamistas moderados cercanos a Erdogan en Túnez, de los Hermanos Musulmanes en Egipto y de la rebelión siria que parecía destinada a triunfar y de la cual en sus inicios fue el gran padrino.

Pero desde ese momento cumbre Ankara no cesa de caer. Morsi fue derrocado en Egipto y los Hermanos Musulmanes son perseguidos, torturados y ejecutados sin que los turcos nada puedan hacer para apoyarlos, Libia se hunde en el caos, en Túnez los islamistas perdieron las elecciones y en Siria no solo la rebelión está siendo vencida, sino que incluso los grandes enemigos de los turcos, los kurdos, están en pleno auge. Por lo que Erdogan parece decidido poner fin a la sangría, renunciando (¿definitivamente?, ¿momentáneamente?) a su agenda expansionista, contentándose con contener a los kurdos. Para ello ha intervenido militarmente en Siria y se ha acercado a Rusia e Irán en pos de este objetivo, abandonando parcialmente los rebeldes.

No debemos olvidar a Katar y Arabia Saudita. Ambos compiten por la supremacía religiosa en el mundo sunita. Su mayor enemigo es Irán, pero ambos apoyan en muchas ocasiones gobiernos o movimientos opuestos. Ambos ven con preocupación la revolucionaria República Islámica de Irán, la cual desde 1980 busca expandir su ideología por el Medio Oriente, trastrocando las costumbres e instituciones establecidas y los equilibrios de fuerzas. Inquietos también con Turquía, que les recuerda la experiencia imperial otomana. Vieron con horror cómo en Irak los chiitas, al ser mayoría, pasaron a gobernar sobre los sunitas y piden que la misma lógica se aplique en Siria. Además observan con recelo el trato que sufren las minorías sunitas en Irak, Irán o la mayoría sunita en Siria, así como temen el retorno de los turcos al mundo árabe. Su objetivo es lograr un mundo árabe sunita, conservador y estable. Para ello financian, gracias a los recursos de los hidrocarburos, tanto los grupos militares, militantes y religiosos cercanos a sus posturas.

Por ultimo está Occidente, que no ha logrado encontrar una política coherente porque no sabe qué quiere, sobre todo tras la catástrofe iraquí. ¿Un Medio Oriente democrático? Lo que llevaría a apoyar la rebelión sunita, pero asimismo a condenar el golpe de Estado en Egipto, enojando al actual régimen de El Cairo, aliado occidental, y a Arabia Saudita, también aliado de Occidente, con el riesgo de desestabilizar toda una región esencial a la economía mundial. ¿Un Medio Oriente sunita y conservador? Fue esta política la que llevó al surgimiento de Al Queda, del terrorismo islámico y que, al margen de intereses comunes con la realeza saudí, diverge completamente en cuanto a los valores y que fue, y probablemente seguirá siendo, un caldo de cultivo para la inestabilidad. ¿Un acercamiento a Rusia como propone Trump (quien, como lo mostró el New York Times, debe su elección a la intervención rusa en contra del Partido Demócrata y está haciendo todo lo que puede para devolver el favor)? Su consecuencia sería romper la alianza occidental y hundir al Medio Oriente en una violencia todavía más abierta –como lo muestra Yemen– entre Irán y los saudíes. Sin olvidar el problema de los refugiados, que sin una rápida estabilización de la región continuarán acumulándose en las fronteras de Europa, rompiendo periódicamente las barreras que buscan contenerlos, con todas las consecuencias humanas y políticas que esto conlleva.

¿Pero por qué la guerra es también simple? Porque hay hoy en día unos de los bandos que está cometiendo la aplastante mayoría de los crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad, limpieza étnica y que está usando armas químicas, violando el derecho internacional. Es el régimen de Al-Ásad. Probablemente si los rebeldes hubiesen ganado habrían realizado algo similar, pero es pura especulación, no lo hicieron, no lo hacen, no podemos saberlo. Los kurdos, por su parte, han hecho algunas limpiezas étnicas que no han tenido ni la masividad ni la violencia de las realizadas por el régimen, comportándose de forma mucho más humanitaria en los territorios que dominan que los otros beligerantes, aun cuando la población no es kurda.

La complejidad y los matices de la guerra siria no nos deben llevar a pensar que todos los bandos son iguales. En este caso el paralelismo con la guerra civil española es válido. En ella los republicanos cometieron crímenes importantes, ejecuciones masivas, etc., muchos de ellos estaban bajo la órbita soviética, pero es indudable que frente a la alternativa franquista eran la menos mala de las opciones.

Esto no quiere decir que haya que buscar una victoria rebelde, sin duda la mejor solución para detener este baño de sangre es lograr un acuerdo, malo, imperfecto, corrupto, pero que lleve a la paz (o por lo menos a la no-guerra), como son las acuerdos que pusieron fin a las guerras en el Líbano o en Bosnia.

Todo parece indicar que Staffan de Mistura, el enviado especial de las Naciones Unidas para Siria, desea lograr esto. Pero probablemente fracase, los intereses son demasiado divergentes, los actores demasiado opuestos, los vectores de conflicto demasiado grandes y la irracionalidad de los discursos y representaciones demasiado poderosa. Esto debería hacer pensar a los que celebraron, tal vez apresuradamente, el surgimiento de un mundo multipolar. Solo queda esperar que la guerra civil siria no sea una moderna guerra de los treinta años.

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