Turquía se complica la vida

Columna
El Confidencial, 01.01.20120
Jorge Dezcállar de Mazarredo, Embajador de España
Erdogan debe pensar que su turno ha llegado y ha pasado a la ofensiva de una forma un tanto desordenada, pero que no deja dudas sobre su voluntad de tener un papel importante

El haber sido un imperio pero ya no serlo le complica a uno la vida porque le lleva a tomar decisiones equivocadas, decisiones que en otro tiempo pudo imponer a los demás pero que hoy causan sorpresa y estupor. Y que no son aceptadas. Les ha pasado a los británicos con su Brexit, que los va a dejar solos en mitad del Atlántico cuando ya no tienen imperio ni colonias que los mantengan y cuando yo no me fiaría nada de la cacareada 'relación especial' con los Estados Unidos, y menos con un individuo tan mercurial y poco fiable como Donald Trump en la Casa Blanca.

Y a Turquía le puede pasar igual, porque fue cabeza del Imperio otomano durante 500 años, hasta que Kemal Ataturk lo abolió apenas hace 100. Y eso quiere decir que todavía le quedan resabios imperiales, sobre todo cuando esa herencia se combina con una ideología nacionalista como la que exhibe su presidente, Erdogan. Algo muy parecido pasa en la Federación Rusa, heredera del Imperio zarista, y también dirigida por un líder nacionalista como Putin, que ha anexionado Crimea para hacer boca y ha sido sancionado por la comunidad internacional.

El caso es que Erdogan debe pensar que su turno también ha llegado y ha pasado a la ofensiva de una forma un tanto desordenada, pero que no deja dudas sobre su voluntad de tener un papel importante en Oriente Medio y en el Mediterráneo oriental, donde trata de ocupar el vacío que deja la retirada norteamericana con la ambición de convertirse en la potencia regional hegemónica, como ya lo fue durante muchos años en el pasado. E igual que ocurría entonces, disputa esa ambición con otros dos países que también fueron imperios en su día: la República Islámica de Irán y Rusia.

Lo primero que ha hecho Turquía ha sido pelearse con sus socios en la OTAN acercándose a Rusia y comprando armamento ruso, en concreto el sofisticado sistema antimisiles S-400, que al parecer es mejor que los que venden los norteamericanos pero que tiene dos graves inconvenientes: su incompatibilidad con el armamento occidental y el hecho de que al usarlo puede comprometer los sistemas de comunicaciones cifradas entre los miembros de la organización. Washington se ha enfadado y como primera medida ha cancelado el pedido de Turquía de la última generación de aviones F-35, que al parecer ya había pagado en parte. Ahora, el que se ha enfadado ha sido Erdogan, que amenaza con cerrar las bases norteamericanas en su suelo y pondera el ofrecimiento de Putin de venderle sus Su-35 para consolarle. La realidad es que la relación entre Ankara y Washington lleva deteriorándose desde el intento golpe de Estado de 2016, porque Turquía acusa a Fethullah Gülen de ser su inspirador y los EEUU, donde vive, se niegan a extraditarlo. Ni que decir tiene que Rusia está encantada con todos estos problemas en el seno de la OTAN.

Lo segundo que ha hecho a Erdogan ha sido invadir (sin prevenir a los aliados) una franja de 30 km de profundidad a lo largo de la frontera turco-siria para protegerse, dice, de las milicias kurdas YPG, porque las considera próximas a la organización terrorista PKK. Estos kurdos son los mismos que ayudaron a acabar con el Estado Islámico en Siria e Irak y que ahora han sido abandonados a su suerte por sus antiguos aliados norteamericanos. Entre turcos y kurdos, está claro que Washington prefiere a los primeros, y a eso lo llaman 'realpolitik'. Mientras los kurdos acusan a Turquía de “limpieza étnica”, Ankara quiere reasentar en esa franja a un millón de refugiados sirios que buscaron refugio en Turquía tras escapar de los horrores de la guerra.

Lo tercero que ha hecho Erdogan es pelearse con el Gobierno de El Cairo cuando expresó su apoyo entusiasta a los Hermanos Musulmanes (HHMM) que ganaron las elecciones egipcias tras el derrocamiento de Mubarak. El actual dictador egipcio, el general Sisi, que dio un golpe de Estado contra el presidente Morsi y que es acérrimo enemigo de los Hermanos Musulmanes, no se lo ha perdonado. Como tampoco se lo han perdonado otros enemigos de los HHMM como son Arabia Saudí y los Emiratos Árabes Unidos (EAU). Para añadir leña al fuego, cuando estos dos países se pelearon con Qatar, Ankara envió tropas para proteger al pequeño emirato, entrando en lo que Riad considera su 'patio trasero'.

Y luego los saudíes hicieron la atrocidad de asesinar y despedazar al periodista  Jamal Khashoggi en su consulado general en Estambul. Un crimen espeluznante y una chapuza descomunal, porque dejaron huellas por todos lados que ahora tratan de disimular con un juicio que se ha saldado con cinco condenas a muerte que más parecen otros asesinatos políticos. Tras todo eso, las relaciones entre Ankara y Riad son gélidas.

De manera que, en poco tiempo, Turquía se ha peleado con sus colegas de la OTAN, con los EEUU, con Egipto, con Arabia Saudí y con los EAU. Y es ahora cuando ha decidido añadir a la lista de enemigos a Israel, Chipre y Grecia al hacer un acuerdo con el Gobierno libio para repartirse la práctica totalidad del Mediterráneo Oriental. Este acuerdo, por su desmesura y salvando las distancias, recuerda a la Línea de 9 Puntos con la que el Gobierno comunista de Beijing se quiere quedar con todo el mar de la China Meridional para indignación de los demás ribereños, y que el Tribunal Internacional de Justicia ha declarado ilegal. Aquí pasa igual, porque Libia y Turquía se reparten el mar como si Creta no existiera (Turquía afirma que las islas no tienen mar territorial, en contra de lo que dice la Convención del Derecho del Mar de Montego Bay), con objeto de participar en los yacimientos de gas descubiertos en el mar por Israel, por Chipre y por Egipto, que son muy importantes.

Los tres países se acaban de poner de acuerdo con Atenas para construir un gasoducto y exportarlo hacia Europa vía Grecia. Tocar unilateralmente el tema de las aguas territoriales es muy delicado y Turquía lo agrava enviando barcos (un ejemplo de la conocida como 'diplomacia de la cañonera') que dificultan las prospecciones de gas en el mar Mediterráneo Oriental, hasta el punto de haber forzado a la petrolera italiana ENI a abandonarlas. Marruecos también sabe que la delimitación de aguas entre Estados vecinos exige un acuerdo y por eso lo ha hecho ahora, aprovechando que en España hay un Gobierno interino distraído con Esquerra Republicana de Catalunya, que no le deja tiempo para otras cosas.

Y en quinto lugar, Turquía ha conseguido que el “Gobierno legítimo” de Libia, el que reconoce la ONU (y que tiene el débil apoyo de Italia y Qatar), le haya pedido armas y soldados para enfrentar la ofensiva del general Haftar, un señor de la guerra procedente de Cirenaica que ya domina la casi totalidad del país y que ahora asedia la capital, Trípoli. Haftar tiene el apoyo de Egipto, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos (que violan un día sí y otro también el embargo onusiano de armas) y también, aunque con más disimulo, de Francia y de Rusia, que le acaba de enviar drones y 'asesores', utilizando como tapadera la compañía Wagner de mercenarios.

La ironía de esta decisión turca es que sus soldados pueden acabar enfrentados a los rusos sobre las calientes arenas de Libia, cosa que no gustará nada en Moscú pero que puede provocar regocijo en Washington por aquello de que “donde las dan, las toman”. Y mientras, son los libios los que ven sus guerras civiles eternizarse por la presencia de tantos intereses extranjeros sobre su suelo. No son los únicos a los que les pasa eso.

Supongo que cuando uno es presidente de un régimen nacionalista, islamista y autoritario, nadie se atreve a contradecirte y te acabas metiendo en más líos que los estrictamente necesarios. Porque es difícil hacerse tantos enemigos en tan corto espacio de tiempo y pretender que las cosas salgan bien.

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