Ucrania y la levedad de la ONU

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republica, 30.03.2022
Inocencio F. Arias, embajador (r) y columnista español

La invasión de Ucrania por Rusia es la prueba del nueve de que en los asuntos verdaderamente graves la Organización de Naciones Unidas es, demasiado a menudo, inoperante. Si hablamos claro, impotente. Los internacionalistas enamorados de la ONU pueden rebelarse frente a esta afirmación, llamarte incluso blasfemo o demagogo, pero lamentablemente la realidad es terca e ilustrativa.

Cuando el 24 de marzo las tropas rusas atacaron a Ucrania, el Consejo de Seguridad de la ONU, el órgano máximo responsable de los temas de paz y seguridad, es decir el llamado a impedir o detener los conflictos, se reunió de inmediato. Una mayoría de sus quince miembros estaba dispuesta a aprobar una resolución que condenase, en términos duros o diplomáticos, a Rusia. Vano intento. Rusia lanzó su veto y debido a ciertas monstruosidades jurídicas de la Carta (la Constitución) de la ONU, la organización quedó paralizada. Parece broma, pero no lo es. El órgano más importante quiere condenar una agresión clara y sangrienta y UN SOLO miembro, uno de los cinco señoritos de la Organización, manifiesta que va a ser que no y ahí queda eso. Para más sarcasmo en esos momentos Rusia presidía el Consejo

Bastantes gobiernos pensaron que había que llevar el problema y la condena a la Asamblea, donde no hay veto. Allí, la inmensa mayoría de la membrecía, unos 142 de 194, votó la condena de Putin. Era un brindis al sol porque la inefable Carta no concede obligatoriedad a lo que aprueba la Asamblea. Vivir para ver. La noticia debió aparecer en toda la prensa mundial y Putin se fumó un puro. Sabe las limitaciones esa resolución y a él no lo detiene la ONU, la organización le importa menos que la resistencia ucraniana, la condena en todos los medios de información occidentales, las sanciones o que la reacción del adormilado o narcotizado pueblo ruso.

En resumen, un autócrata de uno de los países gordos actúa con total impunidad, sin prestar atención a lo que intenta hacer el castrado Consejo de Seguridad o la democrática Asamblea a la que los redactores de la Carta le cortaron las garras en 1945.

Alguien puede comentar que Putin, según numerosos observadores y probablemente la ONU, será declarado criminal de guerra. “Feo, ¿bueno y qué? “puede cavilar Putin como el tonadillero español. El ruso sabe que Rusia no es miembro del Tribunal Penal Internacional que parió la ONU, por lo tanto, no será posible encausarlo y, por otra parte, no se lleva a juicio a un coloso a no ser que haya perdido clamorosamente una guerra como ocurrió a los nazis después de la II contienda mundial. Por muchos expertos, juristas, sociólogos que clamen porque Putin sea llevado a los tribunales al ruso le resbala.

Y terminemos con el secretario general, el buen diplomático portugués Guterres. Para un desconocedor de los corsés de Naciones Unidas resulta extraño que Guterres no esté mediando, acudiendo a Moscú o a Kiev para lograr el alto el fuego o, seamos ilusos, para hacer entrar a Putin en razón. Los que aparecen son el busca imágenes Macron, el oportunista Erdogan…, tímidamente los chinos que no quieren salir de su ambigüedad. El secretario general de la ONU, persona idónea para ello por su cargo, permanece en Nueva York. ¿Incompetencia de Guterres? No. Conoce sus limitaciones y no conviene encolerizar a un gigante como Rusia. Hubo un noruego, excelente diplomático, que no pudo ser reelegido cuando la guerra de Corea por haberse enemistado con el Kremlin. Guterres ha denunciado valientemente la agresión, pero no ha hecho más.

Es curioso, además, que todos los órganos de la ONU que tratan del tema por razones sanitarias, humanitarias… no mencionen nunca la palabra guerra al examinar el caso de Ucrania e incluso eviten mencionar a Rusia en ocasiones.

En resumen, si la ONU no existiera habría que inventarla, pero la actual tiene algunas disposiciones que son absurdas, injustas y que avergüenzan: me refiero al aristocrático veto.

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