Una guerra sin ganadores

Columna
El Líbero, 09.11.2023
José Miguel Insulza, senador socialista y exministro de RREE

Para cualquier persona que tenga algún conocimiento de la realidad internacional y sustente determinados principios básicos en materia de derechos humanos y convivencia pacífica, no debería ser difícil adoptar una posición clara respecto de los sucesos terribles ocurridos en Israel y Palestina hace ya un mes, en la madrugada del 7 de octubre.

Un ataque despiadado para asesinar a civiles inocentes, incluidos mujeres y niños, perpetrado por milicias de Hamas en ese día, debe ser condenado de manera clara y contundente, sin matices de ninguna especie. Aunque los líderes de Hamas y sus aliados pretendan justificarla, escudándose en los sufrimientos del pueblo palestino y a los crímenes perpetrados en su contra, el asesinato de víctimas inocentes nunca puede ser aceptado ni tiene justificación posible. Tampoco puede ser cuestionada la legítima defensa ejercida por Israel contra los atacantes, tanto los que participaron de manera directa, como los que dispararon sus armas desde la distancia contra Israel.

Pero con la misma contundencia corresponde también condenar las represalias ejecutadas por Israel, una vez contenida y rechazada la ofensiva en su contra. Los bombardeos repetidos por días y noches y la invasión posterior de la Franja de Gaza, con un número muy grande de víctimas, no pueden ser calificados como defensa, sino que constituyen una represalia ilegítima e inexcusable. La violencia extrema ejercida en Gaza, marcada día a día por miles de muertos, que incluyen una gran cantidad de mujeres y niños, asesinados en bombardeos a hospitales y escuelas, en medio de la destrucción total de la ciudad, no puede sino ser condenada, sin intentar ninguna justificación.

La cruda realidad de la masacre del 7 de octubre llevó una condena universal y también merece esa condena la respuesta del gobierno de Netanyahu. A un mes del ataque de Hamas, la matanza ya debe detenerse. Así lo han entendido muchos países y gobiernos que inicialmente intentaron validar la represalia, para asumir luego posturas algo más distantes. Estados Unidos, cuyo presidente Joe Biden declaró a su país aliado plenamente incondicional de Israel, comenzó a preocuparse de los costos de este apoyo cuando arreciaron las muertes y las denuncias de violaciones a los derechos humanos; luego, cuando se desencadenó la invasión de Israel a Gaza, las muertes de inocentes se hicieron masivas y las imágenes de una cantidad de edificios dieron la vuelta al mundo, la idea de alguna forma de tregua surgió. Europa, cuya principal autoridad, la alemana Úrsula Von Der Leyen, también había proclamado una línea muy dura, adhirió luego a estas nuevas propuestas, en medio de las quejas de algunos países miembros descontentos con la acción unilateral de su presidenta. Los llamados al cese de las hostilidades, seguidos recientemente de una reaparición de la propuesta de “dos Estados”, han preocupado al gobierno de Benjamín Netanyahu, que aún busca cumplir su objetivo de “destruir a Hamas” y no ve con buenos ojos ni corredores humanitarios ni diálogos.

En los últimos días en Estados Unidos y en Europa ha tomado cuerpo un amenaza nueva e imprevisible. Junto a las manifestaciones de muchos que de manera legítima protestan por la guerra y denuncian a Hamas y/o Israel, proliferan también los grupos antisemitas e islamofóbicos que amenazan con una nueva inestabilidad y afectan la unidad.

La realidad es que, a un mes del inicio de esta guerra que ha eclipsado el conflicto de Ucrania y otros eventos internacionales, no hay ningún resultado de ella que pueda calificarse de positivo, ni siquiera remotamente. No hay para ninguno de sus protagonistas ninguna victoria; en medio de la desolación esta es una guerra sin vencedores. Ni Israel, ni la Autoridad Palestina, ni Hamas, ni los demás países árabes, ni Estados Unidos, ni los aliados de la OTAN, ni los demás países árabes, pueden anunciar éxito alguno, ni siquiera en un futuro inmediato. Contra la voluntad sincera de muchos de sus líderes, que hasta hace poco apostaban a la pacificación de la región y buscaban concluir la guerra en Yemen, el Medio Oriente ha vuelto a ser el escenario más candente de los últimos años.

La crisis del Medio Oriente ha sido un fracaso para Naciones Unidas y el sistema internacional, que ha revelado en la contingencia sus mayores debilidades. Muchos en el mundo creen, equivocadamente, que el sistema internacional y sus instituciones son supranacionales; pero son solamente multilaterales. No rigen sobre las naciones, sino que sólo pueden actuar cuando sus naciones -especialmente las más poderosas- tienen acuerdos. Hasta ahora Naciones Unidas sólo puede exhibir y lamentar la muerte de casi un centenar de sus funcionarios, destacados en la zona de Gaza, que han sido también víctimas de ataques que no excluyen ni siquiera a los trabajadores humanitarios. Entretanto, la Asamblea General de Naciones sólo ha emitido una declaración suscrita por poco más de la mitad de sus miembros; y el Consejo de Seguridad, el único órgano que puede actuar supranacionalmente, cuando su mayoría incluye a los cinco miembros permanentes, no ha conseguido emitir siquiera un llamado al cese del fuego.

Israel y Palestina siempre han sido una carga pesada para la ONU, escenario de muchas contradicciones y de un casi total desconocimiento de las resoluciones de sus órganos. Se puede decir, como lo ha dicho hace poco el presidente de Brasil, que, si las decisiones de la ONU en materia territorial hubieran sido respetadas, la política de dos Estados independientes, tantas veces proclamada, sería ya una realidad. Pero la realidad es que el territorio de Cisjordania y la Franja de Gaza no constituyen propiamente un Estado, ni tienen viabilidad económica ni política para serlo, menos aun cuando ambos pedazos tienen gobiernos distintos. Los acuerdos de Oslo, firmados en 1993 entre Israel y la Organización para la Liberación de Palestina, bajo la convocatoria de Estados Unidos, no tienen ya vigor alguno, porque el actual gobierno de Israel está dirigido y formado por quienes reniegan de tales acuerdos y no tienen la menor intención de cumplirlos.

La ONU existe entonces, solamente para Cisjordania y la Franja de Gaza, donde despliega toda su acción humanitaria y ha sufrido ahora sus grandes pérdidas humanas. Pero Israel, estado miembro, desconoce totalmente sus resoluciones, sus colonos amplían día a día la ocupación de los territorios de Cisjordania, especialmente en torno a Jerusalén, con protestas formales de todos (incluso Estados Unidos) pero sin que nadie pueda actuar a ese respecto. Estados Unidos y especialmente su actual administración puede no estar de acuerdo con las políticas de Netanyahu; pero no permitirá jamás que se obligue a Israel a cumplir acuerdos de la ONU. Tampoco lo harán Gran Bretaña y Francia, que sin embargo tienen frecuentemente una actitud verbal más negativa respecto de las ocupaciones israelíes y el abandono de los acuerdos de Gaza.

El pronóstico lamentable de este conflicto es que Israel continuará, en los próximos meses, llevando adelante su misión de destrucción de Hamas, aunque pueda verse obligada por Estados Unidos y la Unión Europea a actuar con menos violencia y más lentamente. Los Estados árabes, encabezados por Arabia Saudita y Egipto, no podrán continuar adelante con la política de pacificación del Medio Oriente, mientras la situación de Palestina no se normalice. Esa parálisis es, probablemente, el único resultado que Hamas ha obtenido, al costo enorme de la destrucción de su territorio y sus miles de víctimas. Eventualmente el impopular gobierno de Netanyahu será reemplazado por alguno más abierto y disponible al diálogo con Palestina, pero no dispuesto a retroceder en lo ya avanzado en materia de asentamientos. Y la situación inestable de la región se mantendrá mientras no exista una acción decisiva en favor de los dos Estados, con la creación efectiva de un Estado Palestino sólido y viable, lo cual por ahora parece un objetivo muy remoto. Y si ello ocurre, aún quedará lidiar por años con las heridas abiertas de esta guerra sin vencedores.

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